Acuse de recibo
A veces, pese a tener la «medicina» para alguna enfermedad social, nos demoramos en administrarla. Esto es, asumimos una actitud pasiva, y esperamos a que el mal toque fondo para entonces —solo entonces— atacarlo.
Hace poco más de un mes, esta sección publicó la queja de Maritza Margarita Arteaga, quien denunciaba la suciedad imperante en el barrio Dragones, de la bulliciosa Centro Habana.
Arteaga refería que las cloacas estaban tupidas de basura y con pestilencia, además de alertar sobre peligrosos focos de mosquitos. Afortunadamente, su misiva no cayó en saco roto...
Según nos informa la ingeniera Ana Remis Castro, jefa del Departamento de Atención al Cliente de Aguas de La Habana, inmediatamente se orientó la limpieza y desobstrucción del tragante Modelo 6 de Belascoaín esquina a San José, al cual se determinó ponerle tapa de óvalo.
Dichos trabajos, añade Remis en su carta, se ejecutarían durante el pasado mes de junio, y serían chequeados hasta su conclusión.
Después de saber esto, al redactor le queda una sensación de complacencia por el problema solucionado, pero también lo asalta una pregunta inevitable: ¿Había que esperar a que se hiciera público este caso para remediarlo?
La campaña que el país lleva a cabo contra el Aedes aegypti requiere de la cooperación de todos por igual. Y si en cualquier punto de la ciudad facilitamos la proliferación de esta amenaza, en ese mismo sitio comenzamos a perder la batalla. Eso, sin omitir el lamentable cuadro citadino que propician la aglomeración de desechos y la fetidez que de ellos emana.
La Habana es bella. Pero, como mujer presumida que es, requiere maquillaje. Otros barrios —no solamente Dragones— presentan similar situación en las cloacas. No aguardemos a que sus dolientes la denuncien para proceder a «medicarlas».
La otra carta de hoy procede de Villa Clara, y la firma Digna Morales Molina, directora de Comercio en aquella provincia central.
Morales da respuesta al desconsuelo manifestado en este espacio por Carmen González, quien vivía un verdadero suplicio por obra y gracia del estruendo de un centro recreativo colindante con su casa en Encrucijada: la lectora aseguraba haber planteado el caso en Asambleas de Rendición de Cuenta del Delegado, e incluso en conversaciones con la administración del centro. «¿Hasta cuándo tendremos que dormir con psicofármacos los fines de semana?», inquiría desesperada.
En su mensaje, la directora provincial de Comercio aporta buenas nuevas al respecto. Morales señala que a partir de la inquietud de Carmen, se conformó una comisión que visitó a los vecinos del Dancing Light de marras, y se comprobó que «es real que se hacían insoportables los decibeles de la música que allí se escuchaba».
El lugar, una discoteca de preferencia de la juventud de la zona, no disponía de las condiciones necesarias para su adecuado funcionamiento. De manera que, explica Molina, se diseñó un cambio de servicio con equipo de música acorde con sus características, y además «se redujo la capacidad del personal a una cifra prudente».
Por otra parte, ahora habrá más opciones para los lugareños, pues se decidió establecer el Día del Danzón y la Noche de la Década, así como el servicio de Quinces y Bodas. Y los jóvenes podrán disfrutar de música en otros espacios como la unidad La Pista y el parque municipal.
Tales iniciativas merecen un aplauso, pues amplían la oferta de esparcimiento para las nuevas generaciones, a la par que posibilitan el solaz de los mayores, que ahora podrán edificar nostalgias al ritmo de melodías populares en sus años mozos.
También merece encomio la solución dada al caso de la discoteca, menos ruidosa ahora y, por lo tanto, más asimilable para la comunidad.
Sin embargo, al redactor lo vuelven a asaltar interrogantes. Inevitables preguntas sobre la tardanza para barrer entuertos y enfrentar sinrazones...
¿Por qué —me digo— Carmen González debió esperar tanto, si antes de recurrir a esta sección, ya había acudido a varias instancias en su búsqueda de la tranquilidad? ¿Por qué no hubo inmediata comprensión de su inquietud, doblemente sensible si tomamos en cuenta que en su hogar residen dos personas de 81 y 94 años de edad? ¿Por qué no hubo respeto a su derecho de dormir sin sobresaltos?
Indiscutiblemente, hace falta una carga contra esa «cachaza criolla» para embestir aquello que anda mal. Da lo mismo si es una cloaca maloliente en Centro Habana, que un estridente Dancing Light de Encrucijada.