Acuse de recibo
Todo puede suceder en una lista de espera, como bien fabula el homónimo filme cubano recién exhibido por la televisión. Así, el inventario de desgracias captado por el lector Rafael Ruenes Londres, en la terminal de ómnibus de calle 4, en la ciudad de Santiago de Cuba, nada tiene que ver con imposibles ni restricciones materiales. Sí con carencias humanas.
Ruenes, quien reside en avenida Granma, Edificio 21, apartamento 17, en el reparto Antonio Guiteras, de Bayamo, se encontraba en dicha terminal intentando viajar hacia su provincia el 7 de junio pasado a las 7 y 30 de la mañana. Y se desataron el desorden y el escándalo, al nivel del pugilato, cuando comenzaron a vender los boletines por la lista de espera para el ómnibus de Manzanillo.
Más que sumarse al forcejeo, Ruenes comenzó a observar, con pasión detectivesca, los factores organizativos y ambientales que favorecen tal desbarajuste:
El equipo de amplificación que anuncia todas las incidencias, está defectuoso. Los viajeros no oyen cuando los llaman, y tienen que abalanzarse sobre la taquilla. Y todo se agrava con los televisores encendidos a todo volumen.
La taquilla está acristalada de tal forma, que solo le han dejado una pequeña aspillera bien abajo, pegada al mostrador. Y si el viajero quiere preguntar o aclarar cualquier asunto con la empleada tiene que inclinarse incómodamente sobre la abertura. Si a ello se le suma el que aquella «pecera» se ha ido cubriendo de carteles, documentos y orientaciones a los viajeros, todo está dispuesto de manera que es muy dificultosa la comunicación entre los ansiosos viajeros y la empleada, a quien apenas se le puede ver el rostro.
Otra observación: la empleada que llama o «canta» la lista de espera, es la misma que vende los boletines, en medio de tantos factores disociantes. Y ello hace todo más lento.
Ruenes observó otras irregularidades que quizá fueran puntuales de ese día y no permanentes; pero no dejaron de impresionarle: la suciedad de los pisos, y el hecho de que, en un sitio de tanta aglomeración de personas, estuvieran los baños clausurados.
Ruenes vivió allí el desenfreno de las indisciplinas: desde quienes resolvían en la taquilla boletines para personas que no estaban ni en la lista de espera ni en la cola; hasta pasajeros que reaccionaban airadamente, con groseras ofensas a voz en cuello para los empleados. Y nadie de la administración ni autoridad alguna apareció para poner orden.
Ruenes no esgrime argumentos condenatorios, sino que reflexiona. Nos hace pensar cuántas debilidades se confabulan, en la conducta humana y en el escenario, para afectar la calidad de un servicio de por sí tenso por otras dificultades materiales insalvables por ahora.
Y uno se pregunta en cuántos sitios no se estará viviendo la misma escena.
La segunda carta la envía Roeldis Hernández, estudiante de la Universidad de Oriente y residente en Edificio A-23, Cabacú, en Baracoa, provincia de Guantánamo.
Roeldis transmite una inquietud de muchos alumnos de ese centro provenientes de la Orden 18 del Ministro de las FAR. No saben por qué el aumento del estipendio estudiantil, un acuerdo trascendente del último Congreso de la FEU, no ha sido considerado para ellos.
Significa el joven que se han acercado a sus representantes de la FEU y no han tenido respuesta hasta ahora. Y precisa que un estudiante consultó el asunto con autoridades de la Facultad de Ingeniería Eléctrica y no tenían elementos para responderle.
Argumenta Roeldis que todos los estudiantes provenientes de la Orden 18 están confundidos y desorientados en tal sentido, y no saben a qué atenerse. Y solicita que las máximas autoridades de la enseñanza superior y de la Federación Estudiantil Universitaria les esclarezcan el porqué un acuerdo del congreso estudiantil, refrendado por la máxima dirección del país, no los abarca a ellos.