Imagen de la computadora, diseñada en 3D por la arquitecta Ilmarys Jiménez Argüelles Autor: Cortesía de Rosamary Argüelles García. Publicado: 11/09/2019 | 01:17 pm
SANCTI SPÍRITUS.— Rosamary Argüelles García jamás olvida la imagen del recorte de periódico junto al contador de la casa. Era como un altar para la familia. En la instantánea una gran máquina hacía diminuto a su abuelo Felipe Ramón Argüelles, el hombre que —luego lo supo— fue capaz, con la ayuda de otros, de crear la primera computadora analógica automática con piezas reutilizadas en el mundo.
Pasaron los años y esa joven, santaclareña de cuna y espirituana por adopción, apostó por sacar fuera del hogar la historia que con tanto recelo resguardó el abuelo. Exigió entonces realizar una pesquisa al estilo del Sherlock Holmes para, entre documentos personales, entrevistas, fotos y recortes de la prensa, construir una historia opacada por la desmemoria.
«Esto va más allá de querer el reconocimiento al trabajo de un familiar. Soy consciente de que esa construcción no fue realizada por un solo hombre. Mi objetivo principal es recuperar una parte importante del desarrollo de la computación en nuestro país», explica.
Precisamente, luego de seis largos años de investigación, mereció, gracias a ese estudio, el premio Memoria Nuestra 2016, lauro principal que se otorga en las Romerías de Mayo, de Holguín.
«Demostré que fue la primera de su tipo en el mundo con piezas reutilizadas, y la segunda analógica automática en Latinoamérica, solo antecedida por México», añadió.
Génesis
Su abuelo Felipe trabajó durante varios años como técnico en televisión para la General Electric, en la ciudad de Santa Clara. Fue en la etapa en que la opción de matricular en la Escuela de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Central de Cuba resultó tentadora. Tras un primer intento, fallido por un horario laboral intransigente, ingresó durante cinco años en esa casa de altos estudios, de donde egresó como un profesional más preparado del sector de las comunicaciones.
Allí, refiere su nieta, descubrió el fascinante mundo de la computación, muy incipiente en comparación a lo que hoy conocemos. La construcción de amplificadores operacionales, totalmente desconocido para él hasta aquel momento, resultó el gran reto para el entonces estudiante de quinto año.
Búsquedas incesantes y traducciones de bibliografía especializada en ruso le permitieron crear aquella primera telaraña que, para su sorpresa, funcionó.
Vendría entonces la «etapa de fuego». No pocos contratiempos encontró —incomprensiones, zancadillas, celos profesionales— el entonces ya profesor de la carrera de Eléctrica, al plantear la idea de crear un dispositivo capaz de auxiliar al estudiantado para sus trabajos de grado, así como de resolver problemas matemáticos de gran complejidad.
El suceso, inédito para Cuba, requería diseñar, montar y construir transistores y amplificadores, además de otras tareas que fueron agregándose a la idea original, que se emprendió en 1967 y un año después se hizo realidad.
Antes puso en marcha el primer antecedente a su gran innovación: creó una mini-computadora para recrear el funcionamiento de los amplificadores operadores en la asignatura de Computadoras analógicas. El proyecto se consideró una prueba positiva hacia la creación de una herramienta de trabajo de mayor provecho para la facultad de Tecnología de la Universidad Central de Las Villas.
Sin dejar a un lado sus responsabilidades como profesor, Felipe Ramón no entendió de miradas incrédulas y criterios cuestionadores. Se apoyó en Héctor Onofre Salvador Gallardo, quien por esa fecha regresaba de la URSS, para el diseño y liderazgo del equipo compuesto por cinco miembros más: Giraldo Valdés, Ramiro Bustamante, Roberto Jiménez, Francisco Lee y Ángel Dimas Alonso.
Todos sortearon el inconveniente de encontrar las piezas ya utilizadas en otros equipos. En el carro de Felipe, un Ford de 1956, se lazaron a recorrer varias provincias, para seleccionar las piezas en desuso o subutilizadas por diferentes empresas para emplearlas en el ensamblaje de la computadora. La mayoría provenía de la telefonía y la radio.
Luego de esa minuciosa búsqueda, se decidió bautizar a la máquina como Silna, en homenaje a Silvio Navarro, primer Doctor en Ciencias de la Computación de Cuba y tío de Héctor Onofre Salvado. La numeración 999 se debió a la máxima duración de procesos que podían ser controlados por la máquina, o sea, 999 segundos.
El 26 de julio de 1968 quedó oficialmente inaugurada la Silna999, tras varios procesos de pruebas que permitieron ajustar incongruencias en sus sistemas. Tenía más de dos metros y medio de largo y contenía un osciloscopio de baja frecuencia. Fue, igualmente, la primera computadora analógica con piezas reutilizadas al servicio de la educación.
Sin dudas, un hecho que acaparó no pocos titulares de las principales publicaciones de la época. Incluso su existencia se evidencia en los papeles que resguardan la visita, en dos ocasiones, del entonces Presidente de la República de Cuba, Osvaldo Dorticós, a la universidad, en las que preguntó por el equipo porque conocía que en toda América Latina solo funcionaban dos analógicas, una en México y la otra en esa casa de altos estudios.
«Mi abuelo estaba seguro de que, de haber recibido un mayor empuje institucional, Cuba hubiera sido una nación con resultados significativos en el desarrollo de la computación», opina Rosamary.
Onofre Salvador Gallardo y Felipe Ramón Argüelles en el proceso de ensamblaje de la máquina. Foto: Cortesía de Rosamary Argüelles García.
Publicaciones de la época se hicieron eco de la gran innovación científica. Foto: Cortesía de Rosamary Argüelles García.
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Pasado un año de aquella histórica jornada que marcó el inicio de una nueva etapa, Felipe Ramón viajó a la URSS por cuestiones laborales. Al retornar, una sorpresa le dio la bienvenida: su innovación había sido totalmente destruida. Luego le informaron que la decisión respondía a la adquisición en el extranjero de un equipo similar, pero con factura industrial.
Insultado, como grito de impotencia por el crimen cometido, sin consultar con ningún miembro del equipo, le escribió al entonces Ministro de Justicia, Osvaldo Dorticós, quien sabía los detalles del equipo y siempre había reconocido su valor.
Hoy poco se conoce sobre lo sucedido. Luego de que Rosamary indagó entre testigos sobre el funcionamiento de la computadora y documentos antiguos, no pudo llegar a una conclusión exacta de qué camino tomaron las piezas de la máquina, aunque no descarta la hipótesis de varios entrevistados de que sirvieron para ensamblar radios.
Lamentablemente, en la Universidad Central «Marta Abreu» de Las Villas (UCLV) no se registra este hecho con ninguna placa que identifique dónde permaneció la computadora, que en muy poco tiempo pasó de la novedad al olvido.
«Toda esa historia forma parte de un libro que le prometí a mi abuelo antes de morir que vería la luz. En estos momentos es objeto de análisis de una editorial en Villa Clara. Ojalá pueda cumplir con mi palabra, porque sería imperdonable que no se reconozca un hecho que nos coloca en el mundo como pioneros en una rama de gran importancia para el desarrollo de la humanidad», concluyó la joven.
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Durante seis años Rosamary Argüelles García recogió toda la historia de la computadora. Foto: Lisandra Gómez Guerra