«Rostros de la nación» es el título del calendario que para el presente año 2020 preparó y puso en circulación la Oficina del Historiador de la Ciudad con una serie de retratos de figuras cimeras de la Colonia; desde la imagen de José Martí creada por Armando Menocal en 1901 y que proviene de la pinacoteca del Tribunal Supremo de Justicia, hasta la del obispo Espada; pintura anónima de 1805 que muestra al prelado en su madurez. Destacan en la colección los retratos del gobernador Luis de las Casas y de Francisco Arango y Parreño, el llamado «estadista sin Estado» y eminencia gris de la sacarocracia criolla. También los de Félix Varela y José Antonio Saco, Luz y Caballero y Enrique José Varona, en tanto que de mucha cuenta son de los de Ignacio Agramonte y Antonio Maceo, provenientes ambos de la colección del Ayuntamiento habanero. Impresionante se muestra Carlos Manuel de Céspedes en su retrato de 1872, obra de J. Devich, que figuró en los fondos de la Embajada de Cuba en Washington y hoy se exhibe en la Sala de las Banderas del Museo de la Ciudad. Dos figuras más completan esta lista de notables con que la Oficina del Historiador coloca la primera piedra del exhaustivo catálogo de la institución que realizará oportunamente. Son Alejandro Ramírez y Claudio Martínez de Pinillos, Conde de Villanueva, que ilustran los meses de abril y de mayo respectivamente.
Es a esas dos figuras a las que el escribidor dedicará el espacio de hoy. Más a Ramírez que a Pinillos porque al Conde de Villanueva dedicó ya la página correspondiente al 10 de noviembre pasado. Ambos ocuparon la Intendencia General de Hacienda y fue encomiable el esfuerzo que en todos los órdenes —económico, social, cultural— acometieron en favor de La Habana. Fueron decididos integristas; bien que quisieron para Cuba, lo quisieron para Cuba española. Enemigos de la independencia de las colonias americanas. Los dos murieron víctimas del ataque cerebral que sufrieron a consecuencia de disgustos provocados por desavenencias en el giro en que se desempeñaban.
Algo los diferenció, sin embargo. La honradez. Los grandes proyectos y realizaciones de Pinillos no solo beneficiaban a la Colonia, sino que redundaban en su propio enriquecimiento. Alejandro Ramírez, en cambio, era de una honradez acrisolada. No pudo soportar la acusación de concusionario que le hicieron sus enemigos que pidieron a gritos su deposición. Nada tan injusto como acusarlo de haberse enriquecido con robos y comisiones. Cierta prensa la emprendió al mismo tiempo contra Arango y Parreño a fin de desacreditarlo y destruirlo. Ramírez se sintió más dolido aún por el silencio que, ante los ataques en su contra, guardó el elemento cuyos intereses había defendido con grandísimo celo. Arango, por su parte, optó por el retiro de la vida pública.
Agobiado por la pena y la ingratitud, fue víctima de una fiebre cerebral que lo mató en veinticuatro horas, el 20 de mayo de 1821. Tenía 44 años de edad. Tal fue, por lo menos, la causa a la que atribuyó la enfermedad la creencia general del público, dice el historiador Ramiro Guerra. Moría en la pobreza el hombre que durante cinco años gobernó y duplicó los ricos caudales de la Isla.
Escribe Emilio Roig con relación a la muerte de Ramírez: «El hecho mismo de que tantas veces y con tanta energía se recalque, en elogio de Alejandro Ramírez, el rasgo de que fue “el intendente que murió pobre” muestra bien a las claras cuán insólito era este hecho».
Para Francisco Calcagno, Alejandro Ramírez fue el intendente «más notable de cuantos ha tenido la Isla y uno de los que más brillante papel ha desempeñado en la Hacienda americana».
Nació en 1777 cerca de Valladolid y llegó a La Habana en 1816 para ocupar, por recomendación y gestiones de Arango y Parreño, el cargo de jefe superior de Hacienda. Lo avalaba su quehacer anterior en Guatemala y Puerto Rico, al tiempo que su cultura le permitía ingresar como miembro en la Academia española de la Historia, y el Rey le otorgaba el título de Consejero de Indias.
José Antonio Saco ponderaba su gestión en la isla borinqueña:
«Convirtió el país, de inculto y miserable que era, en colonia, en colonia floreciente y civilizada; el secreto de su sistema consistía en soltar las trabas que por las antiguas leyes de Indias obstruían la agricultura y el comercio de América española y sembrar las semillas de la Instrucción pública, de la economía política, y de las ciencias naturales en los países que gobernó».
Su labor aquí no desmereció el prestigio de que gozaba y fue fecunda en bienes para el país. Como hitos significativos del paso de Ramírez por la Intendencia se impone mencionar el censo de población y de riqueza, y la declaración de propiedad de realengos y terrenos mercedados. Abolición del estanco del tabaco. Fomento de la población blanca. Exención de impuestos sobre maderas, tasajos, sebo y útiles para la agricultura y la industria. Libre arbolado…
Auspició la fundación de nuevas poblaciones y protegió otras: Mariel, Nuevitas, Guantánamo, Sagua, y Matanzas y propuso la creación del Jardín Botánico y el Museo Anatómico. Protegió las artes y las ciencias físico-naturales, la Escuela de Química y la cátedra de Economía Política. Amplió las atribuciones de la Sociedad Económica de Amigos del País, de la que fue director, y con las modernizaciones que introdujo en la agricultura y el comercio consiguió en 1820 duplicar la renta pública. Creó en dicha Sociedad su sección de Literatura y su amor por las bellas artes quedó demostrado con la fundación de la academia de pintura y escultura que después de su muerte recibió el nombre de San Alejandro.
Asume Juan Manuel Cajigal el mando de la Isla, pero, enfermo y achacoso, sigue el ejemplo de su antecesor en el cargo y deja las manos libres a Ramírez que, desde 1815, es la verdadera primera autoridad de la Colonia.
Corre el año de 1820 y ocurren importantes acontecimientos en España que repercuten en Cuba e imprimen nuevos rumbos a la política colonial. Los constitucionalistas de 1812, que no se han resignado al duro despotismo de Fernando VII, convencen a jefes y oficiales de las tropas que el monarca ha acantonado en Cádiz con el fin de enviarlas sobre las colonias rebeldes de América, a que ejecuten un pronunciamiento que impone al llamado rey felón la jura de la Constitución.
La noticia llega a La Habana de manera extraoficial y Cajigal asegura que no propiciará cambio alguno en el gobierno mientras no reciba instrucciones precisas de Madrid. Vana ilusión. Un batallón de tropas regulares se pronuncia en la Plaza de Armas a favor del cambio y soldados y oficiales de La Fuerza con numerosos paisanos invaden el palacio de gobierno y obligan a Cajigal a proclamar la Constitución desde sus balcones. Con ella queda establecida la libertad de imprenta.
La consecuencia más trascendental de todo esto fue la desaparición de la decisiva influencia de Ramírez y del grupo de hacendados y criollos de la clase rica capitaneados por Arango que desde años antes ejercían el gobierno y dominaban la opinión pública, con preponderancia no solo en Cuba, sino también en España. Era el triunfo de los comerciantes sobre los productores. Poco importaba a los comerciantes de la calle Muralla, promotores de los sucesos, las libertades que les garantizaría la Constitución. Más bien eran enemigos de ellas, pero era su oportunidad de derribar al Intendente de Hacienda, a Arango y a su grupo y socavar la autoridad del Capitán General que los apoyaba. Por eso, junto con la jura de la Constitución, ese elemento pidió la cabeza de Alejandro Ramírez que, amenazado y vejado en el palacio de gobierno, debió buscar refugio en las habitaciones privadas del Capitán General.
Aun con su autoridad muy disminuida, Cajigal pudo imponer cierta moderación en los ataques contra Ramírez, pero sus enemigos se envalentonaron con la llegada de Nicolás Mahy, el nuevo Capitán General. La embestida subió cada vez más de tono y Alejandro Ramírez no sucumbió a la calumnia.
Los comerciantes no perdonaron al Intendente el haber derribado el monopolio de la Factoría del tabaco ni haber acabado con los abusos y desórdenes de las aduanas a fin de que fluyera hacia las cajas del Fisco lo que antes se quedaba en las arcas de los comerciantes. Puso el Intendente cara al contrabando que en las aduanas adquiría niveles de escándalo con el azúcar y se hacía mayor con el café. Hizo que se reconocieran como legítimas las antiguas mercedes de los cabildos con solo demostrar el derecho de posesión.
La muerte de Alejandro Ramírez benefició al alto comercio, a negreros e importadores de esclavos, a latifundistas. Hizo más aguda la división entre criollos y peninsulares y paralizó la labor educativa y reformadora en la que había contado con el apoyo de Arango y Parreño y el Obispo Espada. Mucho de lo que hizo, fue anulado después, como el proyecto de aumentar con rapidez la población blanca con miras a la sustitución gradual del trabajo esclavo por el trabajo libre. El fomento de la pequeña propiedad esbozado por Ramírez tropezó a raíz de su muerte con obstáculos casi insalvables. Se paralizó la construcción de nuevas escuelas. No pudo sostenerse la cátedra de economía política porque además de ser mal vista por las nuevas autoridades, no contó con los fondos necesarios para retribuir el trabajo del profesor. Los esfuerzos de reconstrucción económica que impulsó fracasaron en muchos aspectos o produjeron escasos resultados. Fueron infructuosos los esfuerzos para mejorar el nivel de la instrucción…
Bien merece que se le recuerde por lo que hizo y por lo que intentó hacer. Una calle que bordea un costado de la vieja Quinta de Dependientes desde la Calzada del Diez de Octubre hasta la de Buenos Aires, en el Cerro, lleva su nombre.