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¿Cómo se mueve la Reina en el tablero del brexit?

Por mucho que el Palacio de Buckingham defienda la neutralidad de su guía y por mucho que esta cuide gestos y palabras, las portadas de prensa, los salones de sociedad y los corrillos populares buscan señales en todo

Autor:

Enrique Milanés León

En tres días de vistas y cuatro de deliberaciones, 11 jueces del Tribunal Supremo de Reino Unido concluyeron recientemente, de manera unánime, que la decisión del primer ministro Boris Johnson de suspender el Parlamento unas semanas antes de la fecha fijada para la salida de la Unión Europea (UE) fue ilegal, de manera que la Cámara británica quedó reabierta; el país, más confundido, y el premier, en entredicho.

Por si fuera poco para Johnson, que perdió la mayoría en el Parlamento y en su corto mandato ha sufrido mil derrotas, los líderes opositores le exigen que dimita frente a un reproche aun de mayor peso político: engañar en la jugada nada menos que a la reina Isabel II, la neutral jefa de Estado. 

Brenda Hale, presidenta del Supremo, dijo que aconsejar a Su Majestad suspender el legislativo del 10 de septiembre al 14 de octubre «fue ilegal porque tuvo el efecto de frustrar o impedir la capacidad del Parlamento para llevar a cabo sus funciones constitucionales sin una justificación razonable».

El cuadro cambió radicalmente, pues el Parlamento recuperó tiempo y opciones para reunirse, y los oponentes al brexit y a Jonhson podrán articular nuevas respuestas de enmiendas, bloqueos y quién sabe si hasta quitar del panorama al hombre que mejor encarna, incluso desde su propia familia, la controversia nacional ante un dilema casi shakesperiano: ser o no ser… de la UE.

La batalla se anuncia áspera porque el premier, decidido a centrar un selfi a lo «bye bye, Bruselas», llegó a decir que, de cualquier modo, el 31 de octubre Reino Unido se liberará «de las esposas» de la UE como mismo hace El increíble Hulk, cómic de los estudios Marvel.

Volvamos a un asunto de corona: ¿mintió o no el Primer Ministro a Isabel II? «¡Absolutamente, no!», respondió este, pero tras ver a la Reina involucrada en un acto contrario a la democracia británica, muchos —aun del Partido Conservador de Johnson— creen que, definitivamente, sí.

En una monarquía constitucional con Gobierno parlamentario como la británica, reinar y gobernar son atribuciones separadas. Isabel II es, entonces, un símbolo de unidad nacional que desde una postura neutral proyecta los valores del país. Responde consultas, sigue los procesos, pero actúa siempre bajo consejo de los ministros, de modo que solicitar su respaldo para paralizar el Parlamento se ha interpretado como llevarla, sin opción de negativa de su parte, a campo políticamente minado.

De hecho, ni el mismísimo Buckingham escapa a salpicaduras en las lecturas políticas del dictamen del Supremo. «Que el ejercicio de la Prerrogativa Regia, mecanismo por el cual se llevó a cabo la suspensión, sea declarado ilegal y nulo, es impresionante», comentó Jonny Dymond, corresponsal de la BBC para asuntos reales, en cuya opinión se vive «un momento horrible para el Palacio».

Tampoco para Boris Johnson los días son apacibles. No más pronunciado el veredicto del Supremo, Jeremy Corbyn, líder del Partido Laborista, repitió su pedido de que el Primer Ministro dimita y se celebren elecciones generales tan pronto quede descartado un brexit sin acuerdo el 31 de octubre.

Jo Swinson, la líder de los demócratas liberales, sostuvo que Johnson no está apto para gobernar y anunció que regresaría a Westminster para luchar por detener la ruptura con Europa, mientras Nicola Sturgeon, primera ministra de Escocia, sugirió que si el premier no dimite se le debería ayudar a hacerlo.

Los ataques más elocuentes parten de sus correligionarios. El ex primer ministro conservador John Major, que en su momento se unió a los activistas antibrexit y a los legisladores de la oposición en la demanda judicial contra la suspensión del Parlamento, dijo que esa Cámara merece una «disculpa sin reservas» y que «ningún Primer Ministro debe volver a tratar al monarca o al Parlamento de esta manera».

Cual un juego en serio de ajedrez, la Reina tiene aquí un peso mayúsculo. En este proceso se ha hablado de todo, así que no está de más recordar que un grupo de parlamentarios se planteó votar una petición directa a Isabel II para que viaje a Bruselas en la próxima cumbre europea, el 17 de octubre, en su calidad de Jefa de Estado, y conjure de una vez la bestia negra plantada en el horizonte: el divorcio brusco que tanto reitera el premier.

Otros que por alguna razón no quieren ver más a Johnson en Downing Street invocan la antigua «humilde súplica»; esto es, un recurso para que, previo pedido parlamentario a la Reina, esta solicite en una carta la dimisión al Jefe de Gobierno. Esa acción improbable, claro está, empañaría la imparcialidad tan enraizada en la monarca durante sus 67 años en el trono.

No obstante, el discurso y los actos de Johnson pueden llegar a ser muy persuasivos. Ahora que el Parlamento fue reactivado, vuelve al tapete la legislación aprobada por los Comunes con anterioridad al cierre,  que obliga —o cree que lo puede hacer— al díscolo político a pedir a la UE nueva prórroga para el brexit si no alcanzan un acuerdo antes del 19 de octubre y los diputados no votan por una salida ruda. Esa disposición es apenas un pronóstico del tiempo porque Johnson ha dicho que prefiere estar «muerto en una zanja» —o «tirado en la cuneta», según la traducción que se escoja— antes que pedir nuevo plazo.

Así están en Reino ¿Unido? más de tres años después de que el país se pronunciara —51,9 por ciento de los votos que sí y 48,1 que no— por sacar al país de la Unión Europea.  

Desde entonces, también el trono británico se ha puesto caliente. En días de plena campaña por aquel referendo, el tabloide The Sun aventuró en una portada que «La Reina apoya el brexit», titular que más tarde costaría al periódico una amonestación de la Organización Independiente para los Estándares de la Prensa, que consideró la información —surgida de una conversación privada de la Reina con políticos, en 2011— «notablemente engañosa». Se cree que Isabel simplemente confesó, en marco estrecho, algo que millones proclaman a cielo abierto: «No entiendo Europa».

Por mucho que el Palacio de Buckingham defienda la neutralidad de su guía, y por mucho que esta cuide gestos y palabras, las portadas de prensa, los salones de sociedad y los corrillos populares buscan señales en todo, especialmente cuando da el discurso de apertura al Parlamento. Si a sus 93 años ella decide soberanamente ponerse un sombrero azul con flores de centro amarillo, pues muchos «leen» un guiño a la bandera de la UE y un rechazo al brexit. Nadie buscó tanto, por ejemplo, en los coloridos zapatos de Theresa May.

El soberano juzga a la monarca. En agosto pasado, una encuesta publicada por el periódico The Telegraph —ferviente partidario de dejar la UE— sostenía que el 77 por ciento de los británicos no ve con buenos ojos la implicación de la Reina en el proceso de ruptura con la UE. ¿En qué casilla del tablero debe situarse Isabel?

Hace poco, la cadena RT refería que, en privado, la Reina lamenta la escasa altura de sus actuales políticos. Según este medio, el periódico The Sunday Times, que citó «una fuente fiable del Palacio de Buckingham», reveló que su frustración es creciente: «Está realmente consternada. La escuché hablar sobre su decepción con la clase política actual y su incapacidad para gobernar correctamente», aseguró al rotativo esa fuente sin nombre.

Ambas situaciones derivan en otra interesante: varios medios han referido los diálogos entre funcionarios de la Corona y del Gobierno para mantener a la Jefa de Estado fuera de la crisis que a plena luz va desatando el brexit.

A la sombra del britanísimo agente 007 no le viene mal a la trama un tinte «ultraconspiranoico». Partiendo de una exclusiva de The Sunday Times, infinidad de sitios web han comentado el rescate de planes de emergencia de la Guerra Fría, enfocados ahora en reubicar a la familia real en caso de disturbios en Londres ante un divorcio a las greñas con la UE. Concebidos en sus tiempos para evadir un ataque nuclear de la Unión Soviética —no hay modo de que Moscú se libre de referencias en asuntos de semejante cariz— esta vez preverían evacuar al matrimonio real y ofrecer garantías a toda su prole de sangre celeste.

Hay que cuidar a la Reina y el tablero. A sus 71 años de boda con el príncipe Felipe, seguramente Isabel se dio cuenta de que entre Londres y Bruselas hay diferencias conyugales y ha entendido que, a la hora de un divorcio, ni siquiera ella podría calcular cuán alto volarán los trastos. ¡Dios salve a la Reina… y el brexit también!

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