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Las manos y el ángel del pianista Emiliano Salvador

El desaparecido artista dejó una huella imborrable en la música cubana y un legado sentimental y trascendente en su pueblo. Chucho Valdés lo calificó como «el mejor pianista de su generación»

Autor:

Juan Morales Agüero

Las Tunas es tierra de excelentes músicos. Basilito Márquez hizo época como trompetista con el grupo Irakere; Juan Pablo Torres fue un artífice del trombón con la Orquesta Cubana de Música Moderna… La mayoría se ha granjeado su prestigio gracias al impacto social de sus obras.

Un emblema de virtuosismo fue el desaparecido Emiliano Salvador, aquel puertopadrense muy admirado por sus colegas, a quien la crítica especializada llamó «pianista de pianistas».

Tanto influyeron los aportes de Emiliano Salvador en el arte de Orfeo, que con el transcurso del tiempo se convirtió en leyenda. Y no solamente entre los cubanos, sino en todo el amplio mosaico de sonoridades de la música afrocaribeña y el jazz latino.

Emiliano Salvador nació en el poblado de Delicias, Puerto Padre, el 19 de agosto de 1951. Su precoz debut en la música ocurrió cuando tenía solo nueve años de edad, en una orquesta dirigida por su padre, notable músico local. En 1964 formó parte del combo Los Amigos.

El grupo impuso calidad, por lo que fue escogido para integrar la embajada artística cubana que asistiría al Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, previsto para celebrarse en Argelia. Un golpe de Estado en el país africano hizo que el viaje se convirtiera en una visita a varios países del campo socialista.

El destino de Emiliano estaba echado: la música. A los 19 años de edad matriculó en la Escuela Nacional de Arte. Allí acrecentó sus conocimientos de composición, armonía, orquestación y contrapunto con maestros de la talla de Leo Brouwer y Federico Smith.

En abril de 1969 apareció el Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC. Emiliano Salvador fue el más joven de sus fundadores. Aquel colectivo resultó la primera escuela en la formación de jóvenes talentosos como Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Noel Nicola.

Dirigido por Leo Brouwer, el grupo pretendía reivindicar la canción social poética y componer música para películas cubanas. Tuvo impacto en filmes de los 70, como La nueva escuela y El hombre de Maisinicú, junto a los Noticieros ICAIC que dirigía Santiago Álvarez. En todas esas bandas sonoras están las manos de Emiliano Salvador al piano.

Aunque el grupo experimentaba con todo tipo de música, varios de sus miembros constituyeron un piquete de jazz, con Emiliano en las teclas y Sergio Vitier con la guitarra.

Fue una época de aprendizaje en la que el puertopadrense se afinó con la profesora María Antonieta Henríquez.

El Grupo de Experimentación… se disolvió en 1978. Emiliano pasó a un piquete dirigido por Pablo Milanés, con el baterista Frank Bejerano y el bajista Eduardo Ramos. Con ellos hizo arreglos, grabaciones, conciertos y giras al exterior. Y acompañó al piano a figuras como Sonia Silvestre, Soledad Bravo, Daniel Viglietti y Chico Buarque.

El año 1978 marcó para Emiliano su debut discográfico al producir su primer álbum personal titulado Nueva Visión. Esta placa del sello Areíto lo dio a conocer en el jazz latino y en la salsa. Tuvo tal éxito que la EGREM lo premió en 1980. Ahí figura el tema Angélica, dedicado a su hija cuando la niña tenía tres años de edad.

Nueva Visión lo convirtió en un exponente de la nueva música popular. La placa reunió a grandes instrumentistas y vocalistas de jazz. El musicólogo Leonardo Acosta asegura que Nueva Visión «es la visión de una generación de músicos que asume y revitaliza las raíces de nuestra música. Es un clásico mundial, reeditado varias veces».

En los años 80 formó su propio colectivo y grabó Emiliano Salvador y su grupo, Una mañana de domingo y Ayer y hoy. Viajó por más de 15 países de Europa, América Latina y Canadá. Intervino en importantes festivales de jazz, como el de Ottawa en 1980, invitado al concierto Pianissimo, en el Palacio de Bellas Artes canadiense. Emiliano fue el primer músico latinoamericano en presentarse en esa acreditada sede, que solo acoge a los mejores pianistas de jazz del mundo.

En sus grabaciones intervinieron músicos cubanos eminentes, como los trompetistas Jorge Varona y el Guajiro Mirabal; cantantes como Pablo Milanés y Bobby Carcasés; y percusionistas como Guillermo Barreto y Tata Güines. Y si de íconos internacionales se trata, compartió escenarios con Dizzy Gillespie y con bandas como Jazz Messengers.

Emiliano forjó su estilo porque estudió todos los estilos. Llegó a ser un solista e improvisador de talla mundial. Una foto suya aparece en el Diccionario de jazz latino. Y la revista Latin Beat le dedicó dos artículos. También un compositor sutil y un armonista nato que jugaba con el ritmo gracias a sus conocimientos de percusión.

En el año 2002 Esteban García llevó al video la personalidad del músico en un documental de 27 minutos titulado Las manos y el ángel, cuyo principal mérito, según la crítica, «es la capacidad de su realizador para hacer que sus imágenes hablen a través de la música y el ritmo». La pieza fue premiada con el Caracol de la UNEAC y en Cine Plaza.

Puerto Padre ha ofrendado a su hijo ilustre un homenaje eterno: la Plaza Cultural Emiliano Salvador, inaugurada el 31 de marzo de 2006. Es una obra con una escultura de Emiliano sentada al piano. Se levanta a 34 metros sobre el nivel de la ciudad y fue concebida con escalones de entrada simulando teclas blancas y negras. La instalación tiene 19 luminarias y ocho palmas para representar el día y mes de nacimiento de Emiliano. También dispone de 41 bancos de metal, símbolos de la edad del artista al morir en La Habana, en un accidente de tránsito, el 21 de octubre de 1992.

Emiliano Salvador dejó una huella imborrable en la música cubana y un legado sentimental y trascendente en su pueblo. Chucho Valdés lo calificó como «el mejor pianista de su generación». Jamás se alejó de sus raíces. Lo confirma su clásica metáfora: «A Puerto Padre me voy».

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