FUERON TIEMPOS DIFICILES PARA CREER EN EL FUTURO, nos dijo Julio García Espinosa en el VI CONGRESO de la UNEAC de 1998. Pero no se refería a aquellos del Mégano, sino a estos en que se nos confunden FAMA y TALENTO, y en los que retener la esperanza es un gesto para algunos utópico.
Los organizadores de aquel evento, habían creado una comisión para recopilar lo planteado sobre el tema de Cultura y Sociedad durante el proceso que le precedió. Así se configuró un reducido grupo de reflexión que, después de considerar el conjunto de los planteamientos, encargó a Roberto Fernández Retamar la redacción de un documento que los integrara, y permitiera además, encauzar los debates hacia una proyección social superior de nuestra organización.
El texto se leyó en una de las plenarias, y dio paso a lo que se recuerda como jornadas de un diálogo muy fructífero entre los delegados y el propio Fidel, que las presidía.
Conmemorábamos entonces el sesquicentenario de la aparición en Europa del Manifiesto Comunista, y el siglo de la intervención estadounidense en nuestra Guerra de Independencia. Ahora, casi en las vísperas del Bicentenario del inicio de las Gestas de la Independencia en América, pero sobre todo, a punto de completar los cincuenta años de la Revolución Cubana, se ha previsto también la necesidad de crear un espacio de debate similar a aquel que tanta trascendencia tuvo. Todos los planteamientos efectuados durante este proceso preparatorio han sido considerados, y de acuerdo con la experiencia previa, integrados en este dictamen que deberá abrir un cauce nuevo para nuestros diálogos. No para concluirlos, sino sólo para reorganizarlos y planear su alcance futuro después de finalizadas estas jornadas. Trabajo permanente que deberá ser un aspecto medular de la vida orgánica y de la función social de nuestra organización.
Nos reunimos, en circunstancias muy significativas para Cuba. Fidel no estará presente. Se acaba de elegir un nuevo Parlamento y un Consejo de Estado que ya él no preside. Ha transcurrido un período de tiempo demasiado largo desde nuestro último Congreso. Allí contrajimos nuevos compromisos que se añadieron a los que ya teníamos con la sociedad cubana. Tenerlos en cuenta en este análisis debe ser nuestra primera responsabilidad.
El 17 de noviembre de 2005, Fidel, en su alocución desde el Aula Magna de la Universidad de La Habana nos convocó a reconfigurar nuestra participación en los destinos futuros de la Revolución. En tiempos de adversidad y confrontaciones, hemos de ir definiendo la nueva cartografía en que se inscribirá la Cultura Revolucionaria Cubana. Tenemos mucho camino andado, y el análisis sereno e inteligente, nos ayudará a desechar sólo lo realmente inservible, pero habremos de ser implacables en el ejercicio permanente de la crítica y la implementación de ámbitos que la favorezcan. Porque como se decía en los documentos del pasado Congreso, citando a Martí, en Nuestra América: “la crítica es la salud, pero con un solo pecho y una sola mente...”.
Durante estos últimos meses, hemos asistido a un vasto proceso de análisis de nuestra sociedad. Desde el sitio que a cada cual corresponde como parte de la población cubana, hemos expresado nuestras opiniones y puntos de vista sobre problemas de la más diversa naturaleza, y hemos conocido de muchos otros planteamientos, como el resto de los cubanos. Sabemos que nuestros criterios se han recogido, y que serán útiles para los reajustes necesarios en la reorganización del país, urgidos como estamos de encontrar un nuevo equilibrio, de reparar y consolidar, mediante la participación, el imprescindible consenso.
La unidad de todas sus fuerzas ha sido y sigue siendo la estrategia fundamental de la Revolución Cubana. Pero unidad no equivale a homogeneidad de pensamiento, sino a la concertación de los puntos de vista diferentes. Por eso hablamos de reparación y consolidación de un consenso que nos incluye, pero también, a aquellos que aunque no piensen exactamente como nosotros, aspiran a una sociedad mejor, basada en la independencia y la justicia social.
Se nos ha convocado a seguir de cerca la realidad, aquella que nos toca y de la que estamos mejor informados, o aquella mucho más amplia, y sobre la que no siempre podremos influir de modo directo, aunque nos sintamos corresponsables, e interesados en su perfeccionamiento. Sabemos también que se nos harán todas las consultas plausibles, a fin de encontrar soluciones adecuadas para cada problema. Pero hemos sido convocados sobre todo a trabajar, a producir los bienes que podrían asegurar una mejor calidad de vida material y, además, espiritual para nuestra sociedad. Es precisamente en el terreno espiritual donde nos sentimos con mayores responsabilidades, y es desde ahí que nos acechan los riesgos que debemos tomar en cuenta con particular atención.
Aunque nos falta información y tenemos demasiadas respuestas pendientes, sabemos con certeza que nuestra población está insatisfecha con las opciones de Recreación que le brindamos. Es decir, con las posibilidades de empleo de eso que llamamos tiempo libre.
Ya en los documentos de nuestro VI Congreso, había quedado establecido:
“Expresión de identidad, la cultura es fuente de vida espiritual y por ello sustento de todo sistema de valores. Indispensable para el crecimiento del ser humano, vía de acceso al conocimiento, es componente necesario de todo auténtico proceso de desarrollo social y contribuye al logro de una mejor calidad de vida”.
Pensamos que nuestras programaciones culturales, llevadas a cabo en medio de dificultades que siempre parecen insuperables, constituyen un logro incuestionable. Consideraríamos inaceptable cualquier opinión contraria, en el mejor de los casos, por desinformada. Y no tendríamos en cuenta, sin embargo, que esto siempre depende, en última instancia, de los referentes comparativos que hayamos decidido establecer.
Por eso lo verdaderamente sabio, y por lo tanto revolucionario, sería preguntarnos cuáles son los referentes de la población. Parece evidente que se ha producido un desfasaje entre el proyecto cultural de la Revolución y los referentes que establecen para sí mismos amplios sectores del pueblo.
Lo que obliga a una digresión necesaria:
Asistimos a una guerra promovida desde las nuevas tecnologías de la comunicación, la industria del entretenimiento y las estrategias de mercadeo, en la que el Socialismo ha venido perdiendo todas las batallas, principalmente por desarrollarlas en el escenario diseñado por el enemigo. Por empeñarse en combatir el contenido sin atender al medio transmisor del mensaje. Por no entender que en el proceso mismo de la transmisión de la información, y en la manera de organizarla, nos van diseñando un escenario en el que solo tendríamos, en el mejor de los casos, la posibilidad de alcanzar una "subalternidad" decorosa.
La solución de prohibir el acceso a estas opciones, además de que no pasaría de ser un "gesto vacío", sólo incrementaría su atractivo, sin prepararnos para una interacción adecuada con los canales a través de los cuales se procesa y distribuye la información en el mundo. Por otra parte, desechar el caudal de información que las tecnologías actuales ponen a nuestra disposición, equivaldría a un salto atrás en el tiempo y nos colocaría fuera de la realidad.
Desde nuestro punto de vista, podríamos resolver la cuestión afirmando que son otros los que difunden esos modelos reduccionistas, simplificadores, banales, los que no se encargan de preparar a nuestra población para interactuar de manera inteligente, lúcida, con los circuitos contemporáneos de transmisión de la información. Y, por eso, nos convierten en ávidos receptores de toda banalidad simplificadora y favorecen así la elaboración de proyectos de vida basados en una falsa conciencia.
Podríamos ser aun más audaces, y afirmar que en ocasiones percibimos, con amargura, que esos ¨otros¨ responsables del daño no están fuera, sino dentro de nuestra sociedad, y que no se trata de enemigos malintencionados, sino de nuestros propios compañeros de lucha. Nos referiríamos, seguramente con justicia, a las insuficiencias de todas las entidades que tienen que ver con la formación del ciudadano y a las concesiones que en espacios como los destinados al turismo, las redes gastronómicas y el comercio, reproducen y difunden lo peor de los modelos seudoculturales impuestos por la globalización. Y que esto es aun mucho más grave cuando se hace desde las instituciones y empresas de la cultura, o se distribuye y amplifica cotidianamente a través de nuestros medios de difusión tanto en sus espacios para el llamado entretenimiento como en aquellos con propósitos educativos o informativos.
Pero lamentablemente, estas consideraciones no resolverían un problema tan complejo, ni satisfarían las expectativas más profundas de la población. Habríamos esgrimido parcelas de la verdad, importantes sí, pero parcelas al fin, en lugar de asumir con objetividad y de manera integral la totalidad de los factores involucrados en un proceso que nos permita, sin prejuicios ni justificaciones, acceder a soluciones eficaces y perdurables.
No hay por qué temer al esclarecimiento de la verdad, por riesgoso y complejo que pueda parecernos; ya que, dicho sin ingenuidad política alguna, esa ha sido siempre, aunque a veces no seamos conscientes de ello, la mejor arma del socialismo.
Pero la verdad sólo puede ser establecida y proclamada desde el escenario apropiado, que es parte inseparable de ella, e incluye interlocutores y espectadores. Por eso reclamamos el carácter procesual para cualquier relación dialógica, sin que ello implique dilaciones, cuyos resultados, en nuestras circunstancias, podrían llegar a ser muy nocivos.
Sobre la mal llamada recreación, tal vez sería conveniente, para evitar simplificaciones, dejar claro desde ahora que la política cultural por la que trabajamos, la que se encarga de esa producción artística e intelectual que aprendimos a considerar como escudo de la patria, abarca la totalidad de la vida de los cubanos, y trabaja por dar sentido a la unidad de nuestra existencia. No admite, por lo tanto, divisiones que impliquen que nuestro tiempo productivo sea el tedioso, cargante y monótono, asumido sin placer posible, y sólo porque no nos queda más remedio, mientras esperamos todas las gratificaciones del tiempo que llamaríamos libre, es decir, culturalmente improductivo.
De hecho, a consecuencia de todo lo expuesto, los modelos reduccionistas y banalizadores, lamentablemente, ya han configurado las aspiraciones y proyectos de vida de amplios sectores de la población cubana, en contradicción flagrante con los principios de nuestra política educacional y cultural. Y, como, con justicia, quisiéramos que todos se reconocieran en lo mejor de la creación artística e intelectual cubanas: proponemos la constitución, con carácter permanente, de una comisión de trabajo de la UNEAC, que, bajo el nombre de “Cultura y valores”, discuta, desde la perspectiva de nuestros escritores y artistas, la recreación, la formación de públicos y de gustos, la presencia de modelos culturales en los medios y en las instituciones educativas, la influencia de la cultura en la prevención social y la relación entre cultura y vida cotidiana. Esta comisión invitaría a representantes de las instituciones y organizaciones que de manera directa o indirecta se involucran en la solución de los problemas relacionados con los temas mencionados.
También proponemos que la UNEAC participe de manera estable en la Comisión Nacional de Atención y Prevención Social y en las comisiones de recreación en las provincias y en aquellos municipios donde existan filiales de nuestra organización. Además, consideramos útil recomendar la constitución de una Comisión Nacional de Recreación.
Cuando se trata de aquellos procesos que se relacionan con la llamada masificación o democratización de la Cultura, deberíamos ser especialmente cuidadosos y responsables en el desarrollo de una percepción de la obra de arte, que a la vez que enfatice su autonomía, permita, siempre que sea posible, el acceso crítico y al mismo tiempo lúcido, a la comprensión de nuestra realidad social en toda su complejidad y desde la mayor diversidad posible de puntos vista.
En el pasado congreso, Roberto Fernández Retamar nos recordaba una observación de Gramsci de particular importancia:
“Luchar por un nuevo arte (señalaba Gramsci) significaría luchar por crear nuevos artistas, lo cual es un absurdo, ya que estos no pueden ser creados artificialmente. Se debe hablar de lucha por una nueva cultura, es decir, por una nueva moral, que no puede dejar de estar íntimamente ligada a una nueva intuición de la vida, hasta convertirla en una nueva manera de ver y sentir la realidad, y, por consiguiente, en un nuevo mundo connaturalizado con los “artistas posibles” y con las “obras de arte posibles”.
De este modo, se postula el sentido verdadero de la cultura revolucionaria, y, como subrayaba entonces Retamar, “...no se trataba de competir con el capitalismo en su propio terreno...Se aspiraba a que el desarrollo de todos fuera la condición para el desarrollo de cada uno y viceversa. Se aspiraba a una sociedad libre y justa, no a una sociedad opulenta. Aquella competencia con el Capitalismo en su propio terreno, esto es, aceptando sus reglas del juego, vendría después, iba a abarcar desde la economía hasta muchas expresiones espirituales, y se revelaría fatal”.
Hablar en nuestros días de devolver la palabra a los silenciados, de la necesidad de una cultura democrática, de estimular la inteligencia y la sensibilidad para animar una conciencia crítica y participante, es decir, de nuestras posibilidades para crear mecanismos de autodefensa frente a la invasión arrasadora de los instrumentos de la banalización, parece tener resonancias anticuadas. Pero en realidad no estamos hablando de un tiempo pasado, es posible reconocer en la globalización neoliberal de hoy, la hipérbole de las contradicciones de ayer. Desde la perspectiva del presente, Graziella Pogolotti se ha referido a los procesos fundacionales de nuestra política cultural en estos términos:
“Para algunos, el arte se consideraba mera ilustración de una ideología concebida en términos abstractos. La relación se expresaba como normatividad. Para otros propiciaba un hermoso y reconfortante decorado. Esos puntos de vista reduccionistas desconocían la aventura del descubrimiento implícita en todo proceso de creación artística, inmersa en la revelación de la complejidad de la vida. Desde que Heredia cantó la Patria todavía inexistente, el artista se ha apropiado de gérmenes de futuro y ha construido un imaginario en el que todos acabamos por reconocernos”.
Ya en el VI Congreso hablábamos de ello. Hoy la mayoría de nosotros acepta que, cada vez con mayor frecuencia, los problemas más complejos y escabrosos de la sociedad cubana contemporánea se revelan en la obra de nuestros creadores mucho antes de que aparezcan estructurados en otros discursos. Y, sin embargo, estas obras no siempre tienen la repercusión que deberían en los sectores de la población cubana que serían sus destinatarios naturales. Entre otras razones porque, es muy difícil aún que nuestros medios de difusión las den a conocer, o al menos divulguen su existencia.
A esta deficiencia debe añadirse ahora una imprescindible reflexión sobre el funcionamiento de los mecanismos de control y censura institucional en nuestra sociedad. Es saludable hablar con franqueza y con la mayor transparencia posible sobre este tema. La mayoría de los conflictos en la circulación pública de las obras, se derivan de no establecer, a tiempo, un diálogo adecuado y respetuoso entre los especialistas de las instituciones, y los creadores que, con justicia se sienten comprometidos con la integridad de su obra. Las instituciones son responsables, a su vez, de lo que auspician y promueven; y deben representar en primer lugar los intereses del destinatario, que es quien da sentido, en última instancia a cualquier política cultural. Pero ello, sin afectar en modo alguno los procesos creativos que auspician y promueven, o que, en todo caso, debieran auspiciar y promover. Todos los actores del proceso creativo contemporáneo, caracterizado por la pluralidad de factores que integra, deberían tener en cuenta sin simplificaciones que reduzcan el problema, las circunstancias políticas concretas de cada momento en el país, las coyunturas internacionales, así como la intervención positiva o no, del mercado, doméstico (si existiera), y sobre todo internacional, entre los aspectos a considerar.
La extrema complejidad de estas relaciones requieren análisis más amplios contentivos de todos los elementos que como hemos dicho intervienen en la creación artística, así como, de sus vínculos con el destinatario, por lo que recomendamos la constitución de un grupo de trabajo, adscrito a la presidencia de la UNEAC, que tenga la misión de estudiar estos procesos y atender los casos específicos que puedan presentarse. Y sobre todo para propiciar la divulgación y promoción de lo mejor y más significativamente crítico de la creación artística contemporánea, para lo que coordinaría su trabajo con todas las Asociaciones y demás instituciones involucradas en estos procesos.
De algún modo relacionado con el punto anterior, y pendientes desde el VI Congreso, están las preocupaciones concernientes al papel que las diferentes instancias del mercado deben desempeñar con respecto a la creación artística en Cuba. Se decía entonces:
”Es complejo pero inesquivable conocer la actitud que debemos tomar ante esta ardua contradicción: si no atendemos las reglas del mercado, ¿de dónde saldrán los recursos para mantener en grande las producciones culturales?; si sólo atendemos aquellas reglas, ¿en qué acabaremos convirtiendo nuestra cultura?”
Y refiriéndose a otros aspectos medulares, también relacionados con el mercado y la creación artística:
”En estas circunstancias, la responsabilidad de las instituciones culturales adquiere una dimensión mayor. En defensa del arte actual y del que está por venir, deben preservar, en cada coyuntura precisa, el justo equilibrio entre mercado y subvención estatal sin paternalismos, les corresponde proteger y situar la renovación y la continuidad de nuestra cultura. Así debe ocurrir con los valores patrimoniales y también con aquellos que vinculan la creación con la investigación y la experimentación, indispensables para la necesaria renovación”.
O:
”...También es menester luchar para impedir que turbias exigencias del mercado adulteren los productos de la cultura popular, como tan frecuentemente ocurre.
Estamos en el deber de defender, a la vez, nuestro patrimonio cultural y nuestra modernidad. Sólo para una mirada superficial se trata de realidades distanciadas cuando no opuestas”.
Estos planteamientos pendientes de continuidad , y cuya solución en algunos casos, como es obvio, escapa de nuestras esferas de competencia y sin embargo interfieren notablemente en la organización y eficacia de nuestro trabajo y sobre todo en los servicios que podemos prestar a la sociedad, deben continuar analizándose en las comisiones permanentes de promoción nacional, economía de la cultura y cultura-turismo. Por la importancia que tiene para el futuro de la cultura cubana, proponemos que haya otro grupo independiente y también adscrito a la Presidencia que se encargue de estudiar las posibilidades para facilitar y apoyar los procesos investigativos y experimentales de carácter artístico.
Con respecto a la Educación en nuestro país, se afirmaba en 1998:
”A todas luces, una de las instituciones que mayor peso deberá tener en cualquier transformación de la Sociedad y la Cultura es la Escuela. Siendo ella en nuestro país gratuita, generalizada y orientada por criterios socialistas, es evidente su papel esencial en cuanto a transmitir desde los primeros años una educación que a la vez que mire a la imprescindible Revolución Científico-Técnica e Informática, preste atención a la dimensión humanística del conocimiento y la necesidad de sonar desde el arte y la Literatura; que inculque las demandas de representatividad de los diversos grupos que componen la sociedad cubana, y estimule el amor por nuestra cultura”.
Y pedíamos:
”Introducir la totalidad de nuestra cultura pasada y actual dosificadamente, en programas organizados por edades, especialidades y niveles, lo que redundará en una visión enriquecida de lo que somos, e implicará un valladar frente a penetraciones y olvidos riesgosísimos”.
Con respecto a la formación del público, problema de importancia estratégica, no siempre debidamente priorizado:
”...no es posible promover el arte y la Literatura sin el desarrollo de ese otro componente indispensable, su destinatario. Muchos juzgan y prejuzgan acerca de los gustos y preferencias del espectador como si se tratara de una realidad compacta, homogénea e inmutable...Pero el papel decisivo en este sentido corresponde a la Educación. Otras prioridades, limitaciones en los recursos y en la preparación del personal especializado y, a veces, la falta de tiempo en programas escolares cargados, han relegado el sitio que le corresponde a la educación artística en nuestros programas de educación general. Está demostrado sin embargo, que una buena preparación en este sentido contribuye al desarrollo pleno de la personalidad, favorece el rendimiento académico, depura la sensibilidad, reafirma la identidad y alimenta la dimensión espiritual del hombre”. (...)
”Es indispensable extender la presencia de la educación artística a todo el sistema general de enseñanza, desde los niveles elementales, la secundaria y el preuniversitario hasta la formación de maestros, a fin de contribuir al desarrollo de la personalidad en su dimensión espiritual y en lo que respecta a la reafirmación de los valores de la identidad cultural”.
Durante su diálogo con los delegados, Fidel se interesó por el programa de los Instructores de Arte, iniciado en los primeros años de la Revolución, y para el cual había pedido la cooperación a los artistas e intelectuales cubanos, tal como se recoge en el discurso de 1961, conocido como Palabras a los Intelectuales. Así se le cita en las memorias del VI Congreso:
”Soñábamos con un nivel cultural, no sólo vocacional, sino cultural muy alto, y no pensábamos en el turismo en aquella época, estábamos pensando en el desarrollo cultural de la nación con el concepto de sociedad a la cual aspirábamos. Una sociedad que pudiera ir creando la base material necesaria para poder sostener ese nivel de vida, igual que formamos profesores, ingenieros, arquitectos y médicos, queríamos formar un profesional de arte, me refiero a un profesional de nivel medio, del nivel inicial de los Instructores de arte...”
En los últimos diez años, se han creado diferentes programas especiales conectados con La Batalla de Ideas, que han producido transformaciones radicales en todos los niveles de la enseñanza en Cuba, así como en la capacidad de influir en la formación de valores desde la Escuela, o a nivel de la familia. La incorporación de una elevada cifra de jóvenes a diversos programas de formación ha creado nuevas vías de integración social y, a la vez, ha generado nuevas contradicciones que plantean desafíos inéditos de carácter cualitativo. Durante los trabajos preparatorios del Congreso, se han expresado críticas muy severas tanto con respecto a la implementación como a los resultados de estos programas. La UNEAC se propone trabajar activamente, junto a las demás organizaciones e instituciones implicadas, en los análisis que se hagan para el perfeccionamiento de iniciativas de tanta significación que, como dijera el propio Fidel, surgieron en su mayoría al calor de los debates de nuestro VI Congreso.
Muchos de nuestros más destacados intelectuales y artistas, se consideran, con razón, herederos de una estirpe pedagógica que es uno de los hilos conductores de la cultura cubana, y que se vio además renovada y fortalecida por el triunfo de la Revolución a la que aportó desde su gestación una invaluable vocación de civilidad y patriotismo.
La sociedad cubana revolucionaria alcanzó como uno de sus más altos y preciados logros, un sistema educacional primario, medio y superior que sirvió de base a miles de científicos y humanistas formados a lo largo de los últimos cuarenta años. La excelencia intelectual alcanzada en los resultados de este proceso, estuvo siempre acompañada por la adecuación de los valores que caracterizaron el comportamiento social de los cubanos hasta los inicios del Periodo Especial. Se hace visible en cualquiera de las esferas de la vida cubana contemporánea, de modo alarmante, la banalización y la superficialidad presentes en las aspiraciones y proyectos de vida adoptados por sectores cada vez más amplios de nuestra población, en especial entre los jóvenes. Tiene formas variadas de expresarse: ya sea con actitudes frívolas o marginales o, la idealización del capitalismo, entre muchas otras. Resulta particularmente doloroso el éxodo de jóvenes profesionales.
En este sentido, proponemos que estos temas formen parte orgánica de la agenda en la ya propuesta Comisión de Cultura y Valores. Consideramos, además, que nuestra organización debe estar presente de modo sistemático en el Grupo Nacional de atención al programa de instructores de arte. Así como en el Programa Director de Valores que conduce el partido.
En el caso de los instructores de arte, el análisis deberá propiciar los mecanismos y las vías más convenientes para lograr la integración de lo mejor y más representativo del talento creador en cada ciudad y provincia del país a su formación y superación, así como contribuir al análisis de su ejercicio profesional y función social, y a la implementación de su perfil específico en nuestra sociedad.
La comisión de Educación Artística, a más de atender, como lo ha hecho desde su creación, al perfeccionamiento de este sistema de enseñanza podría también considerar su colaboración en el análisis de la formación técnica de los Instructores de Arte en sus diferentes niveles y especialidades.
Nuestra comisión permanente de trabajo cultural comunitario, junto a todos los demás factores, puede hacer contribuciones útiles a la experimentación con modelos de proyección cultural en lugares de especial complejidad social.
En el congreso anterior, se abordaron con entereza y profundidad los problemas de discriminación racial que sobreviven en nuestra sociedad. La Revolución dio respuestas más generales vinculadas a programas de la Batalla de Ideas, la UNEAC desarrolló su trabajo a través del programa Color Cubano, que ha tenido indudables resultados, sin que aún podamos considerarnos satisfechos. El programa debe continuar y profundizar en sus acciones. Mientras, se ha creado también un grupo de trabajo adscrito al Comité Central del Partido, que dotará estas acciones del alcance social y capacidad de generalización que necesitan.
Proponemos que la Comisión de Cultura y Valores esté atenta y analice cualquier manifestación de discriminación por razones no sólo raciales, sino de género, religión o preferencias sexuales. Todo ello resulta magnificado y puede ser muy grave si se expresa a través de los medios masivos de comunicación. Especialmente deberá establecer coordinaciones de trabajo con los diferentes programas promovidos por el CENESEX y dirigidos a la educación de la población para establecer las bases que permitirán eliminar la discriminación por razón de las preferencias sexuales. Pero en general esta comisión atenderá la protección de todas las formas de la diversidad presentes en la cultura cubana contemporánea. Igualmente, durante el proceso del Congreso, se reclamó que se prestara atención a las crecientes manifestaciones despectivas hacia las personas oriundas de la región oriental del país así como las diversas causas que la provocan.
Desde los inicios mismos de los trabajos preparatorios que hoy culminan, nos preguntamos qué clase de organización debería ser la UNEAC resultante del Sexto Congreso. Aun hoy, responderlo, no sólo es difícil sino que se trata de la tarea fundamental que tendrá para los próximos cinco años el Consejo Nacional y la dirección que resulten electos.
Una institución debe ser capaz de encontrar las respuestas específicas que satisfagan las peculiaridades de cada momento histórico preciso, sin renunciar a la esencia de sus definiciones fundamentales.
Pero cualesquiera que sean las modalidades que se adopten en el futuro, sabemos que la primera responsabilidad de la UNEAC deberá ser la de vigilar la calidad de todos los procesos culturales que tengan lugar en la sociedad cubana y a la vez, constituir un espacio permanente para el diálogo sereno, analítico y crítico de que siempre ha estado requerida nuestra cultura.
Alrededor de las preocupaciones manifestadas por los problemas de alcance más general, y en cuya solución concreta intervendría de manera mucho menos directa la UNEAC, consideramos conveniente participar junto con nuestro pueblo en las transformaciones que se promuevan desde la dirección del Partido. Entretanto, y en aras de seguir propiciando permanentemente, como sí nos corresponde, el diálogo constructivo y saludable, esperamos que la inserción de nuestra organización en las comisiones y grupos ya mencionados nos permita, aunque sea de manera modesta, incluir nuestro aporte en la configuración del futuro que deseamos para la sociedad cubana.
No venimos aquí a hacer catarsis, sino a trabajar, a ayudar. Queremos seguir participando y aprender a hacerlo cada día mejor junto a todos los sectores de nuestra sociedad. Después llegará el tiempo de los juicios, incluso para nosotros. Mientras, es bueno percibir con claridad que no podremos aprender a juzgar sin haber aprendido a participar; y no habrá nunca modo de hacerlo sin sentirnos comprometidos con un solo pecho y una sola mente, una vez más.
Muchas gracias.
La Habana VII CONGRESO UNEAC.