La segunda tripulación del Instec se acomoda en la zona verde Autor: Mileyda Menéndez Dávila Publicado: 20/03/2021 | 03:02 pm
Hoy hace 17 días que llegué al Instituto Superior de Tecnologías y Ciencias Aplicadas, Instec, para enrolarme en la tripulación que inauguraría acá el nuevo centro de aislamiento destinado a contactos de personas positivas a la COVID-19.
Bien temprano este sábado se incorporó nuestro relevo, compuesto por cinco profesores (la mayoría recién graduados) y una estudiante de 5to. año de Radioquímica. Hoy es, por tanto, el «traspaso de poderes», para nada simbólico porque las mañas aprendidas no se resumen en un documento (que también les preparamos).
Estamos pasando el batón de forma práctica, viendo cómo los recién llegados se adaptan a su propio ritmo para asumir la multiplicidad de tareas que plantea este centro, tan diferente a sus homólogos, aunque compartan misión.
Nada debe escapar en los cuidados cuando has estado en contacto con personas positivas al SARS-CoV-2. Foto: Mileyda Menéndez Dávila
De cierto modo, esta entrega simboliza un eslabón más en el encadenamiento productivo diseñado para dar respuesta al mortal virus, en el que no sólo importan las tecnologías salubristas, aunque velar por la salud del pueblo sea su principal objeto social.
Y no: no estoy usando palabrejas de moda para adornar la realidad, como dice jocosamente Miguelito, el informático del Instec, al referirse a la jerga profesional de la Comunicación. En la vida moderna, encadenar resultados es cuestión de sobrevivencia colectiva e individual, y además aporta otra motivación al esfuerzo de quien ve la utilidad de su obra más allá de los límites de su puesto de trabajo.
A pesar de estar en una isla intracitadina, Cuba fluye hacia nosotros a través de centenares de recursos que el Estado garantiza para hacernos funcionar, como cuando el agua de la Zanja Real movía los molinos que trituraban tabaco destinado a hacer picadura, lucrativo negocio que perpetuó el nombre de esta quinta, incluso cuando el enclave cedió paso a propósitos más saludables, como fomentar un jardín botánico, servir de retiro o acoger una extensión de la universidad.
Muchos de los bienes que hoy definen la calidad de nuestra labor los conocí primero en abstracto a través de mis colegas corresponsales de JR. Al reorientar la economía en función de la pandemia, decenas de industrias cubanas cambiaron su mercado, y cuando sus productos pasan por mis manos me siento más cercana al equipo que reportó tales esfuerzos.
Hablo de instrumentos de aseo provenientes de la empresa avileña Cepil y sus coterráneos las servilletas Azahar y los refresquitos Coral. Del arroz de La Sierpe y los vasos y cubiertos desechables del Escambray. De los guantes de látex y los conjuntos de ropa sanitaria confeccionados en las filiales tuneras de Thaba y Melissa. Del detergente matancero, el cloro villaclareño, la mermelada pinareña, la papa artemiseña, la lejía de Mayabeque, el talco de zeolita holguinera…
También hay producciones capitalinas imprescindibles, como el gel antibacteriano de Cidem y los jabones de Suchel Camacho, el Nasalferón, el aceite reglano, las toallas del Wajay, el yogurt de soya del Complejo Lácteo, los embutidos de Prodal, los centenares de panes que llegan frescos cada día…
Como se agradece ese refresco frío tras horas de trabajo en zona roja. Foto: Mileyda Menéndez Dávila
Esta crónica parecerá una sarta de anuncios publicitarios, pero sería injusto no reconocer el valor de esas empresas, que de un modo u otro garantizan un aislamiento decoroso en cualquier punto del país, sin lujos, pero sin escasez, y sobre todo bien higienizado.
También es de agradecer el servicio de recolectores de basura y de porteadores privados que suministran alimentos, el altruismo de los choferes de ómnibus escolares, taxis, gazelas, y autos de Grand Car que mueven pacientes, y las lavanderías que cambian por cloro el olor característico de los turistas.
Si vamos más lejos, hay un magnífico encadenamiento entre naturaleza y sociedad en esta beca rodeada de árboles, donde se convive con abejas meliponas, zorzales, gorriones, zunzunes, ¡incluso un pájaro carpintero!, y se descansa en cuartos diseñados para aprovechar el aire y la luz natural.
Esta noche dejaremos de ser tripulación para convertirnos en huéspedes de otro centro, donde esperaremos hasta el PCR reglamentario. Cuidando cada detalle en esa cadena de protección, llevamos nuestras pertenencias bien cubiertas para procurar que no viaje con nosotros el más mínimo rastro del impertinente SARS-CoV-2.
Si todo sale bien, dentro de una semana volveremos a nuestros proyectos y compromisos personales. Miguelito pregunta quién regresa en la tercera rotación, y aunque lo hace en tono de broma, Fabian y Olguita le cuentan que ya tienen planeado volver con varias amistades que también sumarán a esta noble cadena de servicio.
Reto del día: Al salir, ¿veremos el mundo de la misma manera?
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