John Lennon recibió al Príncipe Carlos y a su esposa Camila de Cornualles en su morada en La Habana Autor: Maykel Espinosa Rodríguez Publicado: 26/03/2019 | 03:57 pm
EL encuentro entre dos británicos ocurrió en La Habana, el martes 26 de marzo de 2019, en una mañana clara. John Lennon, sentado en su parque, esperó a sus Altezas Reales, el Príncipe Carlos y la Duquesa Camila.
No se inmutó el músico, cantante y compositor inglés y rompió los protocolos al no hacer reverencia alguna. Siguió ahí, displicente, descansando de su agitada vida, disfrutando del aire fresco y el sol, del cariño de sus vecinos del Vedado, del diario homenaje de los numerosos turistas que llegan a visitarlo en la calle 17 entre 6 y 8, desde que el escultor cubano José Ramón Villa Soberón le dio esta nueva vida en bronce a esta «personalidad contestataria, cargada de demonios y sueños», que tuvo como primer Jefe de Estado visitante a otra personalidad mundial, acosada por demonios imperiales y pletórica de sueños humanistas, Fidel Castro.
El heredero del trono del Reino Unido había llegado poco antes a la barriada habanera al volante de un clásico MG del año 53, descapotable negro, que escuché a alguien decir que había pertenecido a un embajador británico en La Habana hace mucho más de medio siglo.
Una cohorte de clásicos carros de la mejor escudería británica le hacía camino. Hasta ellos llegó, preguntó, mientras un enjambre de cámaras fotográficas y de video dejaba plasmado el momento.
Saludó a los vecinos que le esperaban, a los motociclistas que adornaban sus potentes y brillosas máquinas con banderas de Gran Bretaña y también de Cuba.
Desde El Submarino Amarillo, un grupo rock cubano interpretaba una tras otras algunas de las canciones más emblemáticas de los Beatles. El Guille Vidal les dio la bienvenida. Solo pasaron tres o cuatro cámaras de la nación visitante a ese encuentro en el pequeño y acogedor club, favorito de la añoranza rockera.
Y Lennon, inmutable, los esperaba en el parque… Fueron las Altezas quienes se sentaron a su lado.
Poco después, llegaba el aguacero que siempre es bendición. La ceiba, deshojada en esta época del año, no pudo darnos cobija.
Fotos: Maykel Espinosa Rodríguez