Fina y Cintio comparten también el amor por Martí. Foto: Jannet Figueredo
Eran poco más de las 11:00 de la mañana. El ajetreo, algo inusual para un fin de semana en el Centro de Estudios Martianos, revelaba que la cita con dos de los intelectuales más consagrados al estudio de la obra del Maestro se acercaba.Cintio Vitier y Fina García Marruz desempolvarían los recuerdos para trasladarnos a ese mundo apasionante de historias y anécdotas martianas que pocos como ellos saben contar.
Resulta difícil imaginar que tras esas memorias de exquisita frescura se proyecte la imagen de dos octogenarios, incansables defensores del ideario de José Martí.
Él con su bastón siempre lustroso, mirada encendida y andar pausado. La dama que lo acompañaba con una fina sonrisa; tan frágil como las mariposas pero de temperamento sereno y espíritu dinámico.
—¿Cuál sería el primer paso para acercarse al estudio del Apóstol?
—Para entender a Martí lo primero es probarlo, sentir su sabor. El sabor del mejor y más completo literato y político que ha dado nuestra patria. Fina y yo nos adentramos profundamente en su obra en los años como investigadores de la Biblioteca Nacional. Es nuestro primer antiimperialista y sin embargo admiró a los grandes hombres de Norteamérica, nos dice Cintio.
Ambos coincidieron en que Martí fue el único hombre en la historia que organizó una guerra sin odios: «Amaba a España, sus padres eran canarios; estaba en contra del mal gobierno español. Solo lo sintió cuando fusilaron a los ocho estudiantes de Medicina, pero supo controlarlo. Fue más bien una indignación natural ante la injusticia. Él lo dijo una vez: “el odio es una reacción; el amor es un acto”.
«El organizador revolucionario nace en el Presidio Modelo. En ese lugar comprendió que era una utopía construir con odio una Revolución triunfante. Pensaba que nuestra batalla era por la justicia y no por la venganza. Con sus discursos convirtió en amigo al peor de los enemigos».
Las memorias atesoradas por más de medio siglo guiaron sus palabras de homenaje al Maestro, convertidas también en ejemplo para las nuevas generaciones que descubren en los textos martianos su más completa bibliografía.
«En los apuntes, impresiones, borradores de poemas y cartas, se esboza su vida íntima y curiosidad intelectual. Actualmente este rico legado está al alcance de todos en los volúmenes 21 y 22 de sus Obras Completas».
Fina recomendó la lectura de las cartas a María Mantilla, los diarios, los Versos Sencillos —que casi todos son autobiográficos—, y La Edad de Oro a los más jóvenes, «porque él quiso llegar de forma sincera y llana a los niños. Martí es un encuentro personal, un descubrimiento íntimo; deben descubrir a su propio Martí...».
Tampoco faltaron las anécdotas personales en aquella ancha y fresca galería de la casona del Vedado, que otrora ocuparan el hijo del Maestro y su esposa: «Martí creía en el mejoramiento humano: el hombre es esencialmente bueno y siempre es posible salvarlo. Por esa convicción los tabaqueros de Tampa lo llamaron Apóstol».
Cintio: «En cierta ocasión le comenté a Fidel que sin el tabaco la Revolución no podía continuar. Él, que por esos días intentaba dejarlo, me miró confundido y entre risas le dije: Martí era un hombre muy inteligente pero sin dinero, fueron los tabaqueros los que con sus modestos salarios ayudaron al héroe a reiniciar la lucha por la independencia».
—¿Quién consideran ustedes que haya logrado la más objetiva y abarcadora valoración de José Martí?
—Indudablemente se trata de Jorge Mañach. Martí el Apóstol es la más emocionante, emocionada y de mejor estilo. Ese libro tiene documentos inéditos que le entregó su amigo José Francisco, hijo de Martí. A mi juicio es imprescindible su reedición, explica Cintio.
Quizá sin proponérselo, les vino el recuerdo del viejo compañero de Orígenes José Lezama Lima y su primera revista, Verso. Después, el del entrañable Eliseo Diego, quien enamoró a Bella, la hermana de Fina recientemente fallecida.
Evocaron además al poeta peruano César Vallejo, al que no dudaron en calificar como el más grande de América, aunque «creo que compite con Neruda, pero si les interesa la poesía no dejen de leerlo», sentenció Cintio.
Ante la interrogante de cuándo despertó su interés por la poesía, confesó que fue después de leer la segunda Antología Poética de Juan Ramón Jiménez, allá por la década del 30. «La poesía busca la belleza y la belleza es la prefiguración de la justicia».
Entonces rememoró aquella otra frase del escritor español, que a pesar de los años transcurridos no olvida, y quizá ha sido ella misma su más poderosa arma como intelectual: «la poesía de José Martí es inmanentemente antiimperialista».
Cintio confesó sentirse un poco abrumado por tantos reconocimientos: «Pienso que me muestro a mí mismo como el ser virtuoso que no soy; mi final es poesía y es Revolución».
Fue en ese clima informal, como ellos lo prefieren, que el tiempo se escurrió sin apenas notarlo. Fina sonrió, dijo adiós, tomó a su esposo de la mano y ambos desaparecieron por el corredor.