M.P.: Mi esposa ha decidido irse con las niñas. Todo indica que nos divorciaremos, y mientras tanto, ella no quiere verme y se niega a que las visite. Temo que crea en la posibilidad de separarme de mis hijas, lo que para mí es inadmisible. Mi madre me dice de ir a los tribunales, pero eso me parece exagerado.
La ley puede resultar necesaria en determinadas ocasiones, cuando se han probado múltiples modos de llegar a acuerdo, sin lograrlo. Es un camino imprescindible cuando no funcionan otros mecanismos. Incluso así se requiere encontrar el modo de aplicarla desde un espacio de afectos que priorice a los hijos, sin mostrar dolor o agresividad hacia el amor de ayer. Puede ayudar entonces la atención sicológica a esos padres, o al menos al más interesado, pues cuando uno cambia, genera cambios en el estilo de relación familiar.
La ruptura amorosa es un proceso que dura más allá de la separación física. A veces se precisa distanciamiento para aliviar el dolor. La dupla que decidió fundar una familia como fruto de su amor deberá criarla en un hogar de un solo miembro o reconstituido con otra(s) pareja(s).
Muchas conversaciones se precisan hasta que se puedan comprender las razones de esa separación y, al mismo tiempo, se encuentre el modo de priorizar la formación de la prole. Los hijos se ven inmersos en ese proceso en que su lugar es otro, y los padres explican lo que son capaces de comprender en su nueva vía de ejercer la paternidad.
En ese trayecto, es preciso que los adultos encuentren el modo de ir organizando sus vidas de manera que den un lugar a sus hijos en las nuevas circunstancias, un derecho que ninguno puede impedir al otro, ni debería renunciarse por mucha presión actual o sostenida.