Y. D.: A los 15 tuve mi primera relación sexual con el hombre que creía indicado. Decidí terminar al no sentir nada. Después estuve con tres hombres y en cada ocasión fue igual. Busqué más allá y empecé una relación con una mujer. Todo fue diferente, aunque no llegamos a tener relaciones sexuales. Sentí cosas increíbles, que jamás había sentido. No pude buscarme más allá en esa relación, ya que mi mamá no está de acuerdo con mi preferencia. Ahora no sé sí seguir buscando lo que creo que me gusta y con lo que me siento bien o esperar. Tengo 17 años.
No solo cambió el sexo de los compañeros sexuales, sino también tu postura. Cuando te relacionas sin llegar al acto sexual, aparecen sensaciones desconocidas. En cambio, con cuatro hombres en solo dos años nada así acontece. Con ellos parece ser apresurada la entrega corporal, sin dar lugar a esa búsqueda de tus sensaciones que caracterizó el vínculo con aquella mujer. Allí donde la entrega no fue el fin, apareció tu deseo.
Es a ti a quien buscas en esas relaciones. Esa búsqueda del erotismo y la sensualidad propia es una de las tareas de la adolescencia y primera juventud. Efectivamente, tendrás que elegir con quién, cómo y en qué circunstancias se despierta tu deseo. La espera implica no precipitarse. Hay que esperar que esas «cosas increíbles» acontezcan. Son esas las que deben indicar el próximo paso, más que la simple creencia de que alguien es el indicado.
Por eso no debemos lanzarnos a elegir a una u otra persona, uno u otro sexo, uno u otro acto, sin sentir algo coherente. Esperar implica poder decir «No» a las demandas ajenas y también a esas ansias de comenzar una vida para la cual no estamos preparados. La búsqueda continuará. Buscar y esperar son parte de un mismo proceso.
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