Lograr el uso eficiente de los recursos computacionales resulta una asignatura pendiente en muchas entidades
Es muy frecuente llegar a alguna oficina o entidad cubana y encontrarse a una secretaria o a algún funcionario usando una «supercomputadora», simplemente para teclear documentos, utilizar alguna que otra vez una base de datos, recibir y responder correos o consultar Internet.
Por el contrario, muchas veces diseñadores gráficos, programadores y otros especialistas, que sí precisan de máquinas con altas prestaciones, son los menos tenidos en cuenta cuando se hace alguna inversión en el ámbito informático.
Tal pareciera que, en muchos casos, el nivel ocupacional de alguien pretendiera definirse por la velocidad de procesamiento del equipo que usa, su capacidad de disco duro, memoria RAM o velocidad de conexión, y no por el verdadero uso que da a estas facilidades.
La informática a la medida, un concepto muy en boga en el mundo entero, y que plantea la necesaria optimización de los recursos informáticos en función de la labor que desempeñe quien los usa, parecería algo muy complicado de entender, a pesar de que muchas veces significa una sangría innecesaria a la economía de empresas y entidades.
Aunque es innegable que la informática es columna vertebral de muchos procesos productivos o de servicios, cuando se trata de informatizar un área o modernizar los recursos es imprescindible precisar primero qué es realmente lo necesario para desarrollar cada labor.
Así, por ejemplo, valdría la pena que cada responsable del tema contara con un estudio, por puesto de trabajo, de los requerimientos mínimos de hardware que se calculan, así como los óptimos recomendados, según el tipo de trabajo y las aplicaciones que este precise.
Calcular la velocidad del procesador, memoria, espacio en disco duro, o la necesidad de tarjetas gráficas, quemadores de DVD y periféricos como impresoras o lectores de tarjeta, podría ayudar mucho a optimizar cada inversión.
Por ejemplo, estudios de diversos especialistas indican que para trabajos de ofimática, léase labores básicas de una oficina, es mínimamente necesario tener instalado una suite de Microsof Office 2003 SP2, que solamente requiere una Pentium de 233 MHz o 500 MHz, si bien puede ser superior; 64 MB de memoria RAM como mínimo aunque puede extenderse hasta 2 GB, y no es preciso una tarjeta gráfica particularmente fuerte ni que permita capturar videos, aunque sí podría incluirse una impresora, preferiblemente de pequeñas prestaciones.
En cambio, si se trata de un especialista que precisa usar programas de diseño avanzados o de simulación, será necesario que su equipo cuente al menos con un procesador Core Duo, al menos de dos GB de memoria RAM y como mínimo un disco duro de 160 GB, dada la gran cantidad de información gráfica que deberá almacenar.
En otras palabras, que a la hora de definir la máquina que le toca a cada cual no hay que mirar a cargos ni estatus, sino a la labor que realiza y por ende al equipo que se necesita para hacer esta más optima.
Lo anterior dependerá mucho, además, de instalarle a la computadora el software, o sea los programas que verdaderamente se precisen, ya que en la mayoría de los casos las máquinas se enlentecen precisamente porque están cargadas con una serie de aplicaciones de poco o ningún uso que, además de ocupar espacio, ralentizan su desempeño.
Una computadora de oficina, por ejemplo, precisa contar con procesadores de texto, hojas de cálculo, gestores de presentación, de datos, diccionarios, correo electrónico, proyectos simples, agenda electrónica y, si acaso, un programa muy básico de manipulación de imágenes y diseño gráfico simple.
Lo demás que contenga, salvo un antivirus actualizado, será software de muy esporádico uso, en el mejor de los casos, ya que muchas veces están repletas de videos, presentaciones animadas, fotos e informaciones personales que poco o nada tienen que ver con su verdadero uso.
Léase que no se trata de impedir que se almacene cierta información de carácter personal, sino que esta no rebase ciertos espacios definidos de antemano, ni requiera para ser visualizada o procesada de alguna manera de complicados programas que absorben muchos recursos del equipo.
En muchas entidades, para evitar estas situaciones, que al final desembocan en inversiones innecesarias, se prefieren las redes de trabajo con terminales que ejecutan los programas a través de esta y almacenan la información del mismo modo.
Así, por ejemplo, muchas computadoras requerirán de discos duros pequeños e incluso no los necesitarán, y en cambio podrá utilizarse este dinero ahorrado en garantizar un servidor con buenas prestaciones y una red eficiente, segura y rápida.
Aunque no existe una receta acabada sobre el modo de actuar para lograr sistemas informáticos eficientes en cada entidad, pues cada una tiene condiciones disímiles, lo cierto es que, a mi entender, casi todos los estudios que se aplican sobre el buen uso de la informática dejan mucho que desear o simplemente no son aplicados adecuadamente.
Así sucede, por ejemplo, en el caso de las redes de carácter interno y la conectividad hacia el exterior, incluyendo Internet, muchas veces enlentecida innecesariamente debido al mal uso que se hace de esta, partiendo desde las propias concepciones de uso que se tienen.
Estudios internacionales indican que, salvo la descarga de música, videos e imágenes, una buena parte de las redes informáticas se utilizan para la recepción y envío de correo electrónico o la consulta de noticias e información.
Estos dos últimos usos, que además sí están muy relacionados con la mayoría de los contenidos de trabajo de las personas, deben ser potenciados a la hora de montar una red, especialmente si el administrador tiene el buen tino de configurarlos adecuadamente, priorizando el tráfico hacia aquellos e incluso diseñando redes internas propias que posibiliten la consulta de información y el intercambio de documentos, lo cual ayuda además a la seguridad de las comunicaciones.
Sin embargo, la experiencia de visualizar múltiples redes de computadoras en diferentes escenarios indica que en muchos casos lo anterior es una asignatura pendiente, y en no pocos una persona sentada al lado de otra debe recurrir a su correo en Internet para adjuntarle y enviarle un documento al compañero de al lado, simplemente porque no existe o no sabe cómo hacerlo a través de una red interna, por demás muchísimo más fiable y rápida si está bien montada.
Lo dicho anteriormente son solo algunos ejemplos de cómo muchas veces la informática, si no se diseña a la medida de las necesidades reales de cada puesto de trabajo, lejos de traer eficiencia puede, cuando menos, hacerla menor de lo esperado.
No se trata tampoco de desatar una cacería de brujas buscando qué del contenido de una máquina no es relevante o coartando la creatividad, imponiendo esquemas sin sentido o coartando la conectividad sin objetivo alguno.
Simplemente es buscar que la informática, como mismo sucede con el traje o la ropa que nos ponemos, no solo sea moderna y de nuestro gusto, sino a la medida del uso que realmente le damos.