Resulta abrumadora la cantidad de personas que muestran consternación por la muerte del fundador de Apple, pero otras opinan que fue solo un mercadólogo con gran intuición empresarial
¿Alguien muy influyente y poderoso es necesariamente una gran persona? El reciente fallecimiento de Steve Jobs, uno de los iconos del capitalismo mundial, magnate del sector informático y de la industria del entretenimiento estadounidense, casi ha destapado esta disyuntiva en los medios.
En periódicos, noticieros y revistas, pero especialmente en internet, no termina el diluvio de apologías y condolencias relacionadas con el que fue fundador y presidente ejecutivo de Apple Computer Inc., fabricante de computadoras personales con sede en Cupertino, California.
Apple fue fundada por Steven Paul Jobs (San Francisco, California, 24 de febrero de 1955–Palo Alto, California, 5 de octubre de 2011) y Stephen Wozniak en 1976 para comercializar el Apple I, una placa de circuitos de computadora que habían diseñado y construido en el garaje de Jobs cuando este tenía 20 años de edad, como tenía que ser para formar parte del mito de «Usted también puede convertirse en millonario», que rodea a Silicon Valley y en general a la cultura estadounidense.
La compañía diseña, produce y comercializa sistemas informáticos personales para empresas, educación, administración pública y uso doméstico. Sus productos se venden en más de 120 países, e incluyen monitores, software, teléfonos inteligentes y toda una gama de laptos, entre otros productos para la conexión en red.
El revuelo mediático por la muerte de Jobs se explica en parte porque su vida en verdad parece una telenovela; y a novelas, libros y películas continuará siendo llevada, pues un informe privado dio cuenta esta semana de que Sony Pictures adquirió los derechos digitales sobre una biografía escrita por Walter Isaacson, que llegará al mercado el próximo día 24 y está centrada en entrevistas que Jobs ofreció a ese escritor.
La vida del magnate de la informática ya fue reflejada en la película Piratas de Silicon Valley, de 1999. Otro libro, I, Steve: Steve Jobs in His Own Words, se ha filtrado a Internet en estos días. Este no tiene autorización oficial o aprobación de Apple y contiene más de 200 citas y afirmaciones de Jobs.
El romanticismo que envuelve a Jobs comienza porque sus padres sirios lo cedieron en adopción y él se crió con una familia de escasos recursos. «A los 12 años ya había escrito a William Hewlett para hacer unas prácticas en su compañía, HP. Le gustaba la ingeniería, y ya de niño no solo tenía claro que sería rico; además tenía la ambición de llegar a ser uno de los más grandes entre los grandes, tan popular como Shakespeare o Einstein. A Jobs le fue diagnosticado un cáncer de páncreas en 2004. Lo hizo público un año después, en el discurso de graduación en la Universidad de Stanford», recuerda El País en un artículo publicado tras el fallecimiento del empresario.
Esa enfermedad, el trasplante de hígado a que fue sometido en 2009 y la consiguiente renuncia a su cargo en Apple, en agosto pasado, fueron ampliamente seguidos por los medios, aunque no tanto como aquel pasaje de mediados de la década de los 80, cuando Jobs se vio forzado a abandonar la compañía que él mismo fundó debido a las diferencias que tenía con su entonces consejero delegado John Sculley. «No estaban de acuerdo en cómo estaba llevando el negocio. Pero Sculley, un ejecutivo con más experiencia y madurez, tenía el respaldo del consejo».
Entonces la leyenda se desbordó, porque a los 30 años de edad Jobs fundó otra empresa, NeXT Computer, con la que no le fue tan bien, pero que le permitió concentrarse en el sistema operativo Mac; y después, en 1986, adquirió por diez millones la división gráfica por ordenador Lucasfilm, de George Lucas, el creador de La guerra de las galaxias, y así nacieron los estudios de animación Pixar, a los que se deben las exitosas películas Toy Story y Buscando a Nemo. Pixar fue vendida a Disney en 7 500 millones.
Según El País, Apple adquirió a NeXT por 400 millones y ocho meses después el ex fundador de la empresa de la manzana mordida fue nombrado consejero delegado interino de la compañía de Cupertino. Los analistas coinciden en que a partir de esos hechos comenzó el estrellato de Jobs, que ya no se apagaría ni con su desaparición física.
Toda esta imagen se redondea con que Jobs solía vestir de negro y con su pelado bajo y su barba recortada parecía un monje. Su rumoraba que había sostenido relaciones amorosas con la cantante Joan Báez, un símbolo de la rebeldía de los años 70, aunque ciertamente siempre estuvo unido a Laurence Powell, con quien tuvo tres hijos.
«Fue tan tradicionalista como cualquier ejecutivo que cuida el índice bursátil de su empresa. Dejó un patrimonio empresarial valuado en 8 300 millones de dólares. Y nunca se interesó en obras filantrópicas», afirma sobre Jobs el comentarista Jenaro Villamil en el sitio mexicano proceso.com.
«Su proselitismo, digno de las nuevas religiones empresariales, estaba perfectamente calculado. No en balde eligió como símbolo de su “marca” al mismo que remite al pecado original y al placer. Y no lo hizo a la manera lúdica de Los Beatles, sino con un cálculo mercadológico digno de Coca Cola o de McDonalds», agrega Villamil.
Los cubanos apenas conocemos los productos de Apple, en parte debido al bloqueo estadounidense, que impide que se importen, y otro tanto a que cualquiera de estos resulta muchísimo más caro que uno similar, digamos un equipo clonado.
Pero siempre supimos de alguien, un diseñador o alguna personalidad, que usaba una PC Macintosh legítima. El afortunado hablaba en voz baja de la gran calidad de estos equipos, con sus Mac OS X, basados en UNIX, y especialmente lo relacionado con su poder gráfico; y más o menos estuvimos al tanto de las novedades de esa corporación, como sus pantallas planas TFT, los puertos de comunicación FireWire y aquel nuevo software multimedia que incluía iPhoto, iMovie, iTunes e iDVD, entre otros, hasta escuchar sobre sus renombrados teléfonos inteligentes y otros dispositivos de avanzada, y casi de lujo.
Ahora, a partir de la muerte de Jobs, algunas voces disienten y hablan sobre la falacia de la pretendida superioridad de estos equipos cuando se les compara con sus similares de otras marcas. Casi siempre en los comentarios de respuesta a materiales apologéticos que se publicaron a raíz del deceso, se argumenta que el fundador de Apple no fue tan innovador, ni tan adelantado, ni tan genio, sino solo un crack que lo único que hizo fue explotar las ideas de otros, hablar bien y no inventar nada relevante, sino solo propiciar el diseño de dispositivos atractivos y fáciles de usar.
¿Envidia? En esa cuerda le achacan que fue solo un mercadólogo con gran intuición empresarial y que incursionó exitosamente en varios mercados: la informática con el Macintosh; la música digital con el iPod; el cine de animación con Pixar, y la red de redes con NeXT. Es evidente que cuando el cáncer lo venció estaba empeñado en consolidar ese otro gran mercado, el de los «quioscos» digitales, con el iPad.
Pero los que lo defienden, como César Alierta, presidente de la empresa española Telefónica, argumentan que Jobs supo encontrar el punto de unión entre la informática y las telecomunicaciones. «Asoció un ordenador a un dispositivo móvil, a un teléfono, y sobre esa palanca, con clara anticipación al mercado, generó un mundo conectado».
De todas maneras resulta abrumadora la cantidad de personas que muestran consternación por la muerte de Jobs. En general, el mundo envió un sentido adiós a ese hombre persistente en sus ideas y dispuesto a defenderlas hasta su último momento.