Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Tierras en descanso, ¿en paz descanse?

Autor:

Ricardo Ronquillo Bello

Resulta cuando menos sospechoso que ahora mismo en Cuba alguien argumente que no puede prestar o entregar sus tierras baldías por más de cuatro años a otro para que las ponga a producir, porque están en «descanso», nada más y nada menos.

Deben haber hecho un gran sacrificio esas superficies agrícolas como para merecer esas plácidas vacaciones, mientras las mesas de tantos cubanos
—para no decir otras partes vitales del cuerpo y de la vida— esperan que estén produciendo a marcha forzada para tener su propio sosiego entre tantas tensiones alimentarias de estos años.

Ya sabemos, porque se analizaron a todas las escalas del poder político, estatal y gubernamental del país, que la burocracia y otras «cracia» hicieron bastante de las suyas desde que se decidió comenzar a entregar tierras ociosas en usufructo, aunque confieso que en todo este tiempo no había escuchado como «justificación», si es que mereciera ese crédito, que no se ponían a producir, o se entregaban a interesados en hacerlo, para garantizarles el «reposo» merecido.

Por ello me quedé de una pieza, no sé si usted conmigo, cuando un muy esforzado como empeñado guajiro baracoeso me contó que llevaba cuatro años intentando, por todas las vías, obtener o poner a producir dos hectáreas de tierra colindantes con su finiquita, bajo algún tipo de acuerdo.

Miguel Cobas Ramírez tiene 51 años, y una parte importante de ellos, desde que era niño prácticamente, como campesino en La Base CCS Abel Santamaría. Desde hace cuatro años gestiona para que le cedan por un tiempo o entreguen en usufructo dos hectáreas de la UBPC Arquímedes Borges, antes dedicadas a cosechar cultivos varios, y todas sus gestiones resultaron infructuosas.

Este campesino, famoso en el batey intramontano de El Güirito, por su vida de honestidad dedicada al cultivo de la tierra junto a sus hermanos, y ahora incluso sus hijos, posee cuatro hectáreas sembradas de coco y cacao, pero cuenta con muy poca área para cultivos varios.

Otra historia, entre las escuchadas desde que se aprobó dar uso en usufructo a las tierras ociosas, de brazos fuertes, que tampoco están tan abundantes en la agricultura cubana, frenados porque no encuentran donde obtener más frutos.

Lo más difícil para asimilar el argumento es que el país no está como para asegurarles esas «vacaciones pagadas» a las tierras en capacidad de producir, porque el tiempo que cualquier metro de tierra en condiciones de hacerlo esté dormitando se cobra en pesadillas, y no únicamente para los cubanos ansiosos de ver abastecidos y a precios asequibles los mercados, sino para un país al que con la criminal asfixia externa, con sus desidias internas, le está resultando muy difícil garantizar hasta la canasta familiar normada. Parte sustantiva de esta proveniente del exterior, en productos que pudieran alcanzarse en el patio.

Y para los especialistas agrarios, que puedan replicar que efectivamente las tierras requieren descanso, algo muy común en un mundo con millones de hectáreas afectadas por la erosión y la desertificación, agravados por el cambio climático, merece recordarse que no es solo dejar de producir el método para recuperarlas, lo cual puede demorar hasta 30 años o más.

Frente al mismo dilema de la erosión en otras regiones, como también muchos agricultores cubanos, optan por otras variantes, como la rotación de cultivos o el uso dosificado de los abonos orgánicos, amigables con el medio ambiente, por mencionar solo dos.

Adelanto lo anterior para quienes seguramente acudirán a las disposiciones legales aprobadas en el país para la entrega de tierras en usufructo, que recogen, efectivamente, la figura de las tierras en descanso. Solo que creo que hasta ello podría ser relativo y habría que evitar que se convierta en mero obstáculo para condenar al abandono tierras que mejorarían la producción de alimentos.

Hace un tiempo denuncié, a través del Departamento jurídico del Ministerio de la Agricultura —que actuó bien y rápido, por cierto—, una situación parecida en otra región del país y el resultado es tierras produciendo hoy los urgidos alimentos.

Creo que no estamos en condiciones de frenar el deseo de todo aquel, o aquellos, que tengan el interés y la energía para poner a parir bienestar a nuestras tierras. Incluso si pertenecen a una entidad agrícola que no está en condiciones de alcanzarlo por razones diversas durante un tiempo, que se le preste o arriende por ese lapso a los que así pueden y aspiran a lograrlo.

Tampoco desconozco los análisis críticos realizados nacionalmente sobre tierras entregadas en usufructo, en las que se acopian más violaciones legales que alimentos. Han sido abordadas por autoridades diversas, incluyendo el Ministro del ramo, en competencias públicas. El propio titular explicó en Mesa Redonda que se extinguieron más de 9 600 contratos de usufructo.

Pero hasta los ejercicios de censo y control de nuestras tierras recientes permiten verificar a qué campesinos u otros interesados podría entregárseles más tierras porque las pondrán a fructificar.

Para esa razón se decidió traspasar a los Consejos de Administración Municipales las facultades para la entrega de tierras en usufructo, algo en correspondencia con una mayor autonomía territorial. Ello, como es de suponer, conlleva el control de cómo de ejercer esa prerrogativa para que favorezca sus mejores propósitos.

La anterior es solo una entre muchas decisiones adoptadas por la dirección de la Revolución, entre las tantas que se requerirán para que, definitivamente, la tierra cumpla su rol como un ámbito de nuestra seguridad nacional, algo, hasta hoy, más subrayado que alcanzado.

Lo inconcebible es que haya tierras en descanso cuando Cuba debe estar en vigilia permanente —en los próximos años más que nunca, cualquiera entendería el por qué— para asegurar alimentos sanos y asequibles a las familias, sin lo cual sería letra muerta la Ley de soberanía alimentaria y seguridad alimentaria y nutricional recientemente aprobada. 

Por las razones que fueren, poner ahora mismo tierras cultivables a descansar, con brazos prestos a labrarlas, sería como condenarnos a un «en paz descanse…».

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