Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

¿Qué tenía Fidel?

Autor:

Osviel Castro Medel

 

Era yo un estudiante universitario que vivía, como tantos cubanos, aquel verano convulso, cuando unas imágenes tremendas llegaron a mis ojos para impactarme, hasta el sol de hoy.

Corrían los tiempos de alumbrones, en los que, por la crudeza del Período Especial, ni siquiera podíamos saber las noticias emanadas de la radio o la televisión.

Pero lo cierto es que aquel 5 de agosto de 1994 alcanzamos a ver a Fidel ante las cámaras con una coraza moral tan enorme que hizo acallar las piedras que varios grupos de vándalos soltaron en el corazón mismo de La Habana.

Hubo vidrieras rotas, tiendas de las que se sacaron productos por la fuerza, disturbios en el Malecón, robo de embarcaciones y un escándalo mediático por todos lados que anunciaba con trompetas la «caída del régimen».

Mis familiares y amigos en la capital me contaron de cerca que el grito de «¡Viva Fidel!» retumbó en toda la ciudad cuando el hombre, vestido de guerrillero, se bajó del jeep en medio de la muchedumbre.

«Aun a riesgo de que me pudiera ganar algunas críticas, yo consideré mi deber ir donde se estaban produciendo esos desórdenes. Si realmente se estaban lanzando algunas piedras y había algunos disparos, yo quería también recibir mi cuota de piedras y de disparos. No es nada extraordinario (…) en realidad es un hábito: uno quiere estar allí donde está el pueblo luchando y donde están los combatientes en cualquier problema», comentó el entonces Jefe de Estado, como una lección que sirve para tiempos futuros.

Ese fue uno de los tantos días en que Fidel creció delante de todos. Su presencia silenció a los revoltosos, al punto que, según versiones populares, más de uno soltó las piedras y acudió a verlo, por curiosidad o magnetismo.

Eso tenía el Comandante: la costumbre de estar en el peligro, la hermosa manía de llegar primero a los lugares, el modo de desarmar a los rivales o de avivar a los desanimados a partir de su ejemplo. Hasta sus detractores reconocen que tenía el don de la ubicuidad y el tino para saberse oportuno. No le hacía falta presumir de valentía, la llevaba en la sangre.

¡Cuántas veces estuvo al instante después de un accidente, una tragedia, un sismo! ¡Cuántas veces cazó huracanes o permaneció en la primera fila del riesgo cuando muchos le aconsejaban lo contrario!

Ahí están las pruebas. Recuerdo la carta que le escribió una parte de la oficialidad del Ejército Rebelde, en febrero de 1958, en la que le rogaba no concurriera al área del combate «para no poner en peligro el éxito bueno de nuestra lucha armada». Como se sabe, no le hizo ni el mínimo caso a la misiva.

También es conocido lo que publicó el periódico Revolución, el 8 de octubre de 1963, cuando él llegó a las zonas más afectadas por el ciclón Flora, que todavía azotaba el oriente cubano: «El carro anfibio en que viajaba el Comandante Fidel y Secretario General del Partido Unido de la Revolución Socialista (PURSC) se hundió cuando trataba de cruzar las fuertes corrientes del río La Rioja, estando a punto de ocurrir un grave accidente sino es por la intervención de campesinos y soldados».

El Che describió esa virtud del líder de una manera meridiana: tenía la autoridad moral para pedir cualquier sacrificio porque había sido el primero en todos los trances peligrosos: desde el Moncada, el Granma, la Sierra, Girón hasta las inundaciones. Habría que sumarle muchos otros, como aquel 5 de agosto, hace 30 años, en el que salió con el pecho sin chaleco, a silenciar las piedras.  

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