Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Cada 26, inspiración y camino

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

Vuelve julio con la invariable costumbre de asistirnos la memoria, y cada 26 es emoción, historia que reta.

Cuba se renueva cada año desde el grito en la madrugada: «Abran paso…» y la osadía de un grupo de jóvenes que con el fragor del carnaval santiaguero y el secreto como cómplice decidió asaltar la segunda fortaleza militar del país y enfrentar un regimiento superior en hombres y armas, en nombre del futuro.

Eran 156 hombres y dos mujeres, en su mayoría trabajadores menores de 30 años. Eran el retrato joven de la Cuba que intentaban cambiar y no pensaban en morir; actuaban en nombre de los sueños y esperanzas de una generación de aspiraciones no cristalizadas, deseos no concretados, que se empinó por un mejor mañana para la madre que vendía frituras para darle de comer a siete hijos; por los niños enfermos y malnutridos, por el campesino desalojado, por los anhelos de todo un país.

Cada 26 de Julio es respuesta y nuevo cuestionamiento. ¿Qué  mueve a un médico  reconocido como el doctor Mario Muñoz, con una vida establecida y económicamente próspera, con familia e hijas en Matanzas, a dejar todo para venir a asaltar un cuartel en Santiago el mismo día de su cumpleaños?

¿Seríamos los de hoy capaces de entrega similar a la de Fernando Chenard Piña, el fotógrafo de 34 años que vendió sus cámaras y equipos, su única fuente de sustento, en aras de conseguir mil pesos para ayudar a solventar la causa?

¿Reeditaríamos la disciplina de Abel Santamaría, el segundo jefe del Movimiento, quien, a pesar de que anhelaba estar en la vanguardia, acató la orden del jefe y comandó la acción en el hospital aledaño, donde perdió los ojos, la vida, convencido de que era Fidel el que debía vivir…?

El recuerdo del gesto emprendedor de aquellos que asaltaron la alborada en Santiago y en Bayamo el 26 de julio de 1953 es también cada año la evocación del coraje, la saña, la sangre imberbe; de tanta vida en flor mutilada, de amores inconclusos, abrazos no consumados, despedidas no resueltas, cuya huella conmueve y compromete.

Es la convicción que nos devuelven los ojos de José Luis Tassende, esos que emergen firmes desde aquella foto que nos legaran los libros de historia, o la brevedad de aquel lapidario mensaje del poeta Raúl Gómez a su madre: «Caí preso, tu hijo», retratando la brutal conciencia del final.

Es la vehemencia de Renato Guitart, el único residente en Santiago, el que cambió su afición a las fiestas por su participación en el carnaval de la patria; el que entró primero al Moncada, cuyo grito aún estremece.

«Aunque perezcamos todos, habremos salvado la dignidad y la vigencia de Martí en el año de su centenario», diría Abel a Pedro Trigo, cuando la noche del 25 se extinguía, mientras pulsaban el ambiente de la ciudad; y aquella misma decisión, que luego el joven villaclareño rubricó con su sangre, cual sempiterna adarga, es el mejor aliento para los cubanos.

El 26 es la semilla del proyecto de Fidel, el líder que pudo ser un abogado de éxito con todos los lujos y comodidades, pero escogió desde entonces consagrarse al frente de su pueblo; es ese motor que 71 años después continúa siendo savia para entender de dónde venimos, resguardo contra intentos colonizadores, símbolo que apuntala las batallas de hoy, por la prosperidad que nos debemos, por imponernos a un bloqueo tan arcaico e inhumano como recrudecido; por los sueños de una Cuba mejor de las actuales generaciones.

El Moncada, repiten los historiadores aún en deuda con una gesta tan compleja y latente, es hito que llega hasta el presente con los contornos del parteaguas y las lecciones del gesto innovador, que rompe dogmas e inaugura lógicas más allá del sentido común, de cuya épica podríamos sacar fuerzas para enfrentar los desafiantes días que vivimos.

El Moncada es motivación para los cotidianos asaltos que precisa nuestra realidad; compromiso sagrado con los que cayeron, herencia, responsabilidad, legado, más allá de cualquier esquema o consigna.

Es el ejemplo que moviliza y la actitud de no sentirse nunca derrotado, de sacar lecciones del revés; la voluntad de imponerse a las dificultades; esa, una de las grandes enseñanzas de Fidel, que nos acompañará siempre.

También es la obligación de prolongar y engrandecer lo logrado por la entrega de tantos y la incitación a trabajar duro, aunque las limitaciones parezcan muy grandes, con entrega y confianza similares a las de aquellos que pusieron la patria por encima de su propia vida. Es, sobre todo, nunca dejar de soñar y luchar por una Cuba mejor.

El Moncada es lección de unidad; flama, camino e inspiración de un pueblo todo.

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