Estaba como delante de una hoja en blanco 16 años atrás. ¿Qué debo saber? ¿A qué hora me despierto? ¿Cuáles hábitos cambiar? ¿Cómo es eso de alimentación sana, si no comes casi ni vegetales ni pescados? ¿Rosado o azul, pues a mí me da igual, pero la sociedad no ha cambiado ciertos paradigmas?
Entonces, dice mi mamá, el referente más cercano a quien le agradeces el existir, que un hilito en la frente le quita el nombrado hipo. La pediatra me aconseja lactancia exclusiva hasta los seis meses de vida; otros que no tome refrescos gaseosos y sí mucho guarapo, que no tienda pañales al sol ni deje que un gato me cruce por debajo. Además, «sácalo siempre para el solecito de nueve a diez de la mañana, pues le transmite a la piel vitamina E», casi indica la vecina.
Ya un poco antes el nombre fue una lista interminable, pues cada quien sugiere alguno con parecidos entre los de papá y mamá, hay quien dice que como su progenitor, Camiché, pero nacía en marzo y era injustificable el aquello de combinarlo con la jornada ideológica, que en cada octubre dedicamos a dos grandes de la historia de Cuba, como decidieron los abuelos paternos, con su hijo.
Casi por casualidad la Serie Nacional de Béisbol me sacó de aquella incertidumbre. Damichel González, pícher de los leñadores de Las Tunas, fue titular en el periódico Granma, tras una heroicidad en la cuadragésima séptima edición de los campeonatos nacionales de la pelota cubana.
Así, poco a poco, aquella hoja en blanco se fue completando, unas veces de garabatos, otras de aciertos que decidí escribir con trazos más fuertes, algunos espacios con dibujitos que también ilustran el cómo ser madre, pero sobre todo con la experiencia única e irrepetible. Ser madre solo se aprende siéndolo.
No sé si existe manual alguno, no me consta ningún orden del día, tampoco creo poder ordenarlos, ni nadie puede ser capaz de establecer normas, salvo vivir la oportunidad de crear algo que nunca más, desde el día cero de la gestación, deja de acompañarte, estés donde estés.
Un hijo es juez y parte, es la persona que siempre será «el niño», sin importar los centímetros de estatura ni los cumpleaños celebrados. Invariablemente para él estarás disponible, incluso, puede que por vez primera empines papalotes, juegues a los escondidos, o irás, como la primera, a esa reunión de padres, en el centro escolar mayoritariamente ilustrado en el auditorio con caras femeninas, el cual por derecho propio debe cambiar de nombre.
Ser madre es estar delante enseñando y detrás aprendiendo, hasta viceversa. A veces la escuela son ellos. No habrá manera de rectificar, por tanto intenta no equivocarte, puedes alumbrarles el camino, pero ellos deben andar con el bombillo encendido.
¿Eres madre? Eres un caudal de afectos, un manojo de comprensiones, la personita más incondicional del mundo, la siempre disponible, la perfeccionista, la incansable, la costurera, la chef, la enfermera, la amiga, la exigente, la custodio… Serás las mil y una facetas, para las cuales nunca antes imaginaste tener el menor talento.
Pasarán un año y otros, tal vez más hijos embellezcan el álbum de fotos, pero siempre habrá situaciones para las cuales eres como una primeriza.
Ser madre significa constante aprendizaje, incluso 16 años después, cuando aquel bebé a quien inscribiste con nombre de pelotero, desde la Escuela de Iniciación Deportiva Julio Díaz, integra el equipo de béisbol juvenil de la provincia de Artemisa, y como ser madre es pasión, por él ya me anoto como una aficionada fiel, aprendo de jit, de bolas y strikes, aunque nunca abandone el sueño de verlo arquitecto.