La leyenda acaso comenzó aquel noveno día de mayo de 1920. Tal vez después. Solo sabemos hoy que ella tenía magia desde que se colgaba del brazo de su padre, Manuel, un hombre que le narraba anécdotas de Céspedes y del Apóstol con los ojos repletos de cocuyos y el traje de médico lleno de vibraciones.
Solo conocemos ahora que desde la infancia vivió tejiendo travesuras y confeccionando disfraces para hacer maldades, pero también cultivando helechos y amapolas o recolectando juguetes para regalarlos a los desvalidos no solo en los días de reyes magos.
A 104 años de su alumbramiento muchos siguen viendo a Celia Esther de los Desamparados Sánchez Manduley en los verdes, los terraplenes, las flores y las olas de Media Luna, convertida en Luna Entera.
La han mirado corriendo por Manzanillo, donde su rebeldía se multiplicó hasta en los exámenes escolares y su embrollada caligrafía; la han visto atravesando las áreas silvestres de Pilón, en las que llegó a regañar a un hombre por hacerle daño a una palma con los pinchos de liniero mientras este intentaba capturarle a su monita-mascota.
Muchos la evocan todavía con su fusil al hombro, sin andar capturando glorias por haber sido la primera con uniforme verde olivo en la guerrilla de la Sierra Maestra, organizándolo todo en medio de la contienda, o incluso convirtiendo una comandancia en medio del monte en una verdadera obra de arte.
Celia está en los detalles, esos en los que suele permanecer la auténtica grandeza, habita en el papelito recolectado con trabajo que luego sirvió para articular la historia, en la llamada a deshoras de la madrugada, en su acento campesino, jamás cambiado por poses ficticias.
Consiguió apartarse de las golosinas que producen en algunos los puestos y los títulos; supo preocuparse al extremo por las quejas o misivas de los de abajo y convertirse en refugio maternal de miles, aun sin haber conocido la gestación biológica.
Supo ondear en toda época la sencillez. Sencillez en el vestir, el actuar, el comer... el vivir. Fue capaz, sin proponérselo, de llegar a ser estrella bien alta en el cielo patrio porque devino refugio para guardar un secreto del Estado, oído de un campesino abrumado de peloteos, brújula de un Líder que laboraba sin descanso.
La leyenda, completamente cierta, pudo haber iniciado aquel 9 de mayo. Lo cierto es que se ha trasladado a las mariposas, a las lecciones del desinterés, a los dichos y jaranas, a su forma de enfrentar la adversidad y el tiempo, a los hombros de Martí, el mismo Martí que ella abrazó para ayudar a situarlo en la cima más alta de Cuba.