Una de las figuras más representativas del siglo XX, Martin Luther King, eterno activista por los derechos civiles de los ciudadanos afroamericanos en Estados Unidos, casi en su lecho de muerte expresó: «Si supiera que el mundo acabara mañana, yo, todavía hoy, plantaría un árbol», y no le faltaba razón en esa visión futurista, a tono con su ideología a favor de un planeta mejor.
Entonces, mi pregunta es: si desde hace más de 50 años ya existía una conciencia acerca del cuidado y protección del medio ambiente, ¿cómo hemos permitido una destrucción tan enorme y de forma constante?
La respuesta es compleja, y a la vez muy simple: le dimos prioridad al desarrollo urbano y a las nuevas tecnologías a costa de la empatía con esta otra problemática, capaz de afectarnos a nosotros mismos a raíz de muchas malas actitudes.
La contaminación ambiental hace referencia a la presencia constante de componentes nocivos en cualquier espacio físico, ya sean de naturaleza biológica, química e incluso sonora. La incidencia reiterada de comportamientos negativos en torno a esta situación, para nada novedosa, puede ocasionar estragos en un ecosistema completo, y en otros interrelacionados.
La necesidad de contrarrestar tal destrucción constituye un tema bastante abordado por organizaciones internacionales y a nivel de cada nación y localidad. Sin embargo, aún no hay una concienciación real de las afectaciones a largo plazo de cada una de esas problemáticas, desde la insuficiencia de políticas públicas para su combate efectivo, hasta el accionar indolente de quienes contribuyen a su agudización.
Si bien es cierto que la naturaleza presenta sus propios factores de riesgo cíclico (una erupción volcánica, un tsunami, un huracán o un incendio en temporada de sequía), el mayor peligro proviene de la acumulación de desechos, la contaminación hídrica, la emisión de gases nocivos hacia la atmósfera, el daño a la capa de ozono, la degradación de los suelos, la caza de especies en peligro de extinción y muchas otras causas nocivas provocadas por la humanidad, y que por tanto pueden ser controlados.
Generar un pensamiento reflexivo en torno a las diferentes variantes de contaminación ambiental supone interiorizar, con una visión realista, por qué continúan aumentando su impacto. De igual modo, la comunicación como vía para un comportamiento más positivo hacia el cuidado de la naturaleza y el entorno constituyen un punto esencial de análisis, pues a través del estudio de las maneras de decir y mostrar una situación se puede intencionar la atención de todos los públicos.
En ese sentido, la segmentación de públicos puede ser un recurso clave para diseñar productos y recursos desplegados, según rangos etarios, en busca de una correcta transmisión del mensaje.
Por otra parte, debe implementarse un diálogo en directo en torno a la problemática en general y de cada una de las variantes en su particularidad, y las personas deben visualizar los daños reales de una contaminación que atenta contra su desenvolvimiento en el planeta.
A nivel global, como en toda campaña para contrarrestar afectaciones, la unión debe ser consolidada mediante la coordinación a escala internacional, con políticas públicas en cada nación en función de su situación, intereses y recursos, en un contexto donde el apoyo sea la base fundamental.
Además, en un escenario marcado por extensas diferencias económicas entre países, no existe unidad eficiente sin una cooperación de los más solventes con los más vulnerables en busca de disminuir un peligro de igual magnitud para todos.
Tampoco puede hablarse de un combate efectivo contra la contaminación sin el despliegue de adecuadas estrategias de reciclaje de desechos y estrategias de saneamiento ambiental, cuya implementación debe ocurrir de forma organizada, con los recursos necesarios y, en especial, el deseo de salvar nuestro entorno y garantizar la supervivencia de las futuras generaciones.