Con su buena fe, Israel y Yoel andan de gira por España. Van armados con esos cantos que disparan al pecho de las emociones, y disparan bien: ponen a pensar al público con letras que juntan verdad y lirismo, nacidas de una cubanía y un sentido por lo justo que los hace un dúo de compromiso y no sumiso.
Ante esa música auténtica y autóctona, y por encima de todo muy cubana, que inspira a defender las ideas que sostienen nuestro proyecto social, han sonado por estos días desafinados acordes terroristas radicados en la península, que han llegado a la infamia de agredir para tratar de silenciarlos.
Consiguieron a la usanza de los viejos y renovados chantajes, cancelar conciertos, y siguen subiéndole los decibeles al terrorismo para tratar de intimidar a los seguidores de Buena Fe y al grupo mismo.
En Barcelona, impotentes y arrogantes, terroristas al fin, han intentado hasta la agresión física contra los cantores, y si un premio se han ganado con ese concierto de bravuconería anticubana es el de mostrar al mundo qué música cantan ellos: la del odio cavernícola que no entiende de amor.
Buena Fe es la garganta de millones en el mundo. Cubanos y no cubanos que le cantan a la esperanza por un mundo mejor, que tienden puentes con el lenguaje común de la poesía cantada y derriban muros colonizadores.
Es la música de un país que se alza con sus propias fuerzas por encima de cercos y hegemonías culturales. Buena Fe, más que un grupo musical, es un sentimiento, un sentido de vida de sus integrantes y sus seguidores.
Y eso lo saben quienes andan por el mundo releyendo partituras fascistas. Creen que con pistolas por micrófonos van a silenciar a Buena Fe. Gritan, vociferan, agreden y luego van a cobrar sus cheques por esos actos salvajes.
Ese dúo, nacido en el Guantánamo que sabe de la mala fe de un vecino que tiene allí un enclave ilegalmente usurpado, se ha vuelto una utopía, un mensaje de paz, que canta directo al pecho de los que aman y fundan.
Ante el odio, la buena fe. Ante los apátridas, Buena Fe.
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