Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El oído de los maestros

Autor:

Luis Raúl Vázquez Muñoz

CON una nueva Asamblea Nacional instalada y un equipo de gobierno, que en su núcleo central acumula la experiencia de estos años recientes, la nación se dispone a transitar por una etapa realmente decisiva.

En varias encuestas que circulaban por las redes sociales se preguntaba por el balance final del Gobierno y, en específico, del Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez en su primer período de mandato.

Por el lado crítico, las respuestas daban un fallo negativo y mencionaban la crisis material y de gestión de la economía, los apagones, la inflación, el éxodo migratorio con su duro impacto en todas las esferas de la sociedad y la vida familiar junto con la expansión de una espiritualidad capitalista a nivel de base social que pone en peligro los valores de la cultura política del país, sustentada en el socialismo.

Como suele ocurrir, los veredictos más extremos no mencionaban las agresiones de Estados Unidos que ni en tiempos de la pandemia se llamaron a resguardo sin el menor atisbo de piedad.

Desde esa perspectiva, la política beligerante de Donald Trump, continuada por Joe Biden es, si acaso, una pálida ilusión de tormenta en un cielo azul de verano.

Quizá, por eso, el mayor mérito de esta administración que continúa es el de haber remontado todos los vendavales posibles y de llegar al pasado 19 de abril de 2023, pese a una serie de pronósticos e intenciones, con un apoyo mayoritario expresado en al menos tres plebiscitos populares muy seguidos: el referendo por el Código de las Familias, las elecciones de los delegados de circunscripción y las votaciones para elegir a los diputados del actual Parlamento.

Dicho esto, no se puede dejar de reconocer que el Gobierno tiene por delante una muy dura, compleja y desafiante labor.

Poner freno a la inflación y sus efectos desquiciantes, será, sin dudas, una de las pruebas más arduas en el plano interno por lo que ella implica como fenómeno político y social, y por la cantidad de acciones y sectores que deben coordinarse para detener de modo gradual esa locomotora de muerte.

Por otro lado, esa espiral de precios desbocados se convierte en una especie de símbolo, en el cual se sintetizan los nudos gordianos que el país ha intentado desatar a través de diferentes estrategias y programas.

El último de ellos, el conocido por los Lineamientos de la Política Económica y Social del Partido y la Revolución, tuvo la virtud de ser consensuado a nivel popular.

Por ese nivel de aprobación y por los programas de desarrollo del país que se apoyan en ellos, sería muy contraproducente que las urgencias para sobrevivir terminen frenándolos y hasta apartándolos, como ha ocurrido con otros planes similares.

Los especialistas e investigadores en distintas disciplinas han reiterado más de una vez la necesidad de priorizar la producción de alimentos y el consumo interno, ramas que, paradójicamente, han registrado bajos niveles de capitalización con respecto a otros sectores a pesar del impacto que pudieran tener en la estabilización económica y social.

Pudieran mencionarse otras ideas y sectores, pero el otro punto vital se encuentra en la manera que se moldea esa gestión.

Se pueden cumplir todos los planes y emulaciones posibles; pero en ocasiones tales resultados se alcanzan sin motivar en la base, sin entusiasmar las poblaciones y sin lograr un cambio emocional que ponga freno a las inercias y los desalientos.

Para lograr esa combinación entre éxito material y espiritual se necesitará un ejercicio de gobierno muy fuerte, y que con agilidad y sin improvisaciones empuje lo bueno y cercene las torceduras que existen o que aparecen a lo largo de todas las estructuras, muchas veces a contrapelo de lo dispuesto por la alta dirección del país.

O para decirlo en argot de los docentes en la enseñanza musical: se necesitará el pulso y el oído de un maestro de orquesta sinfónica que sepa indicar la melodía en el justo momento que se deba ejecutar y sin la desarmonía que nadie desea sentir.

Es una tarea de equilibristas; pero de no cualquiera, sino solo la reservada para los grandes artistas. Como Mozart en sus sinfonías. Como nuestro inmortal Leo Brouwer en sus conciertos de orquesta y guitarra.

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