¿Dónde está nuestro Martí? No el de las estatuas, cuadros y discursos o actos y sermones. No, el Martí del que hablamos es otro. El personal. El que descubrimos y llevamos al lado, de la mano o con el brazo colocado sobre su hombro en la intimidad de nuestra conciencia, y sin que nadie más lo sepa.
En esa búsqueda surgen otras preguntas. ¿Cómo lo proyectamos? ¿En qué tonos? ¿El de las solemnidades o el de las irreverencias con la amenaza (en ambos casos) de desvirtuarlo?
Con tantos eventos detrás, tal pareciera que esas preguntas estaban más que respondidas y, por lo tanto, condenadas a la obviedad.
Pero parece que no. Con el paso de los años y el arribo de nuevas personas y circunstancias, José Martí vuelve a colocarse en las coordenadas del descubrimiento.
A lo largo de esa acción, que implica tiempo, puede aparecer la relación íntima en las maneras de asumir su pensamiento y de incorporarlo a nuestras vidas.
Y ahí, en ese espacio, surge la pluralidad de miradas, las cuales pasan de manera irremediable por la sensibilidad individual y de generación. Es un punto de renovación, cierto; pero también puede convertirse en una zona de conflicto.
Algo así lo constatábamos hace poco en una breve aunque intensa polémica por las redes sociales.
El asunto era que la figura de Martí la habían presentado en los códigos del meme, esas gráficas en tono humorístico que circulan por internet siempre con un mensaje y casi nunca pasan inadvertidos.
Al Apóstol, en este caso, lo presentaban con su traje tradicional del siglo XIX, pero con unas gafas de hoy y acompañado de un pensamiento suyo: «Los flojos respeten, los grandes, adelante. ¡Esto es tarea de grandes!».
El asunto, sin embargo, no quedaba ahí; pues a continuación aparecía un diálogo (y aquí empezaba a funcionar la otra dimensión del meme): «Pero, Martí, no puedes decir eso», se leía. Acto seguido, más abajo, en letras grandes, que en los códigos de las redes puede significar reafirmación, el Apóstol respondía: «Claro que puedo».
Todo parecía bien, hasta que empezaron los cuestionamientos y criterios más diversos sobre si era permisible o no manejar al Héroe de Dos Ríos con un nivel de irreverencia tan alto.
Unos dejaban ver que era una falta de respeto («¿Qué cosa es eso de las gafas?», parecían reiterar en sus comentarios); mientras la otra parte revindicaba su derecho a acercarse y a vivir a Martí en los horizontes de esta época de emojis, selfies, cámaras y softwares de todas las alturas y colores.
En verdad, la figura del Apóstol no ha escapado al sello de las épocas en sus representaciones. Hacer el listado de esos dibujos sería largo y hasta imposible de registrar en los años más cercanos.
Muchos artistas o simples personas, las más humildes y anónimas con mayores o menores habilidades para las artes plásticas, han hecho sus gráficos a tinta, lápiz o con un simple creyón en lienzos, muros y hojas de papel, y hasta en edificación de murales.
Cada época ha traído sus enaltecimientos y sobresaltos. Solo que ahora le ha llegado el turno a la era digital con sus codazos a los protocolos.
Entonces, ¿dónde nos quedamos? La cuestión aquí sería insoluble, porque el centro del problema, nos parece, no se encuentra tanto en las formas como en el contenido y la coherencia entre las intenciones y lo que se muestra.
Martí ha soportado todas las adversidades posibles por la universalidad de su obra y la ética en servicio al bien común, que es lo que sustenta su figura.
Desde ahí ha surgido su guía, y también el cariño que millones de seres sienten por él, aun cuando ese sentimiento se aprecie en el más humilde o picante de los dibujos. Porque él también era eso: un látigo lleno de poesía contra lo injusto, pero látigo al fin.
Por eso, bienvenido el meme si a través de él ese hombre universal nos sigue hablando desde su autenticidad. Bienvenida esa gráfica si está cargada de respeto a un hombre y la cultura que representa. Bienvenida, sí: porque ella es una evidencia de que no ha muerto, pues alguien, no importa quién, ha encontrado a su José Martí.