Hace justamente diez años —el 27 de enero de 2013— José Martí Pérez llegó a un pequeño parque de Bayamo y maravilló a todos los que se reunieron en aquel lugar rodeado de árboles.
Ese día, en la zona 135 del reparto de Jesús Menéndez, él iba vestido con anécdotas «diferentes», vinculadas con sucesos actuales e impactantes, que espolearon almas de diversas edades.
Habló de sus amores y fracasos a lo largo de la vida, de sus sueños respecto a Cuba, de cómo debe ser un buen profesor en estos tiempos de tantas complejidades, de poesía y periodismo, entre otros temas.
Entonces el Maestro fue llevado al barrio por Magalis Osorio Arias, una pedagoga incansable de 78 años, activa aún, autora del libro Una aproximación a la Ética y los valores en José Martí, texto digitalizado que ojalá algún día pueda imprimirse y llegar a las aulas de toda Cuba.
Ella y su esposo, Eugenio Montenegro Lezancier, quienes blasonan sanamente de haber tejido un matrimonio de casi cuatro décadas y media, comprendieron que era necesario trasladar al Apóstol a la comunidad, bajarlo de pedestales intocables, ponerlo a hablar con los vecinos sobre la convivencia o la virtud, vincularlo con las escuelas cercanas, analizarlo y amarlo como un ser de carne y hueso.
Desde ese momento, cada cuarto viernes de cada mes, el Héroe Nacional ha estado en los conversatorios, dramatizaciones, poemas y canciones de la peña Conociendo a Martí, un proyecto que suma ocho galardones, incluyendo el Premio del Barrio y el reconocimiento Por la utilidad de la virtud.
Ahora mismo, mientras Magalis me resume la historia de ese grupo, pienso en la tenacidad de sus integrantes, quienes han vencido el escepticismo de los que vaticinaron un fiasco o la indiferencia de invitados «de rango» que se perdieron la oportunidad de ver a los niños imitando a Bolívar, a Nené Traviesa o al mismísimo Martí.
Ahora mismo, mientras los ojos de la ejemplar maestra brillan al contarme las colectas que hicieron para ayudar al personal médico en la etapa más recia de la Covid-19, o al narrarme cómo atienden a un peñista enfermo, medito también en esa manera de ser feliz, alejada de los oropeles y las falsas fachadas, cuya premisa esencial es hacer el bien.
«Beber de las lecciones de Martí es el epicentro de nuestra vida», me comentan con orgullo Magalis y Eugenio desde su modesto apartamento en el que resplandece una imagen de Fidel y el Héroe de Dos Ríos; y al escucharlos uno levanta las cejas al máximo, como señal de admiración y respeto.
En estos diez años de contacto con el Martí humano y necesario han surgido artistas que antes estuvieron escondidos, como Herminia Hernández, quien a sus 75 años hace gala de su voz de cantante todos esos viernes que saben a gloria. Y han aparecido activistas como Katia Bertot, directora de una escuela primaria cercana, quien sube a las redes sociales las imágenes de tantas peñas, a las que han asistido intelectuales, artistas, dirigentes, profesores y martianos convencidos.
Ojalá en cada rincón de Cuba tengamos iniciativas similares, me digo mientras aplaudo. Iniciativas que empleen el ideario del Hombre de La Edad de Oro para unir y sembrar, para enseñar y aprender. Martí, indefectiblemente, debe multiplicarse en nuestros barrios, más allá de aniversarios cerrados, de un enero o de un mayo de rosas y recuerdos.