Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El helecho, el bambú y la esperanza cubana

Autor:

Odalis Riquenes Cutiño

AFERRADA a la esperanza entrará Cuba en el 2023. Que los 365 días por venir sean mejores y nos acerquen a la prosperidad es anhelo común de los hijos de esta tierra, tras un 2022 en el que sobrevivimos bajo un huracán de carencias y dificultades: apagones, una inflación galopante, accidentes, desastres naturales, crecidos desafíos y adversidades de todo tipo, que nos han hecho la vida muy difícil.

 Ciertamente cada cubano o cubana tiene su propia percepción de esa cotidianidad preñada de angustias y esfuerzos, como también de las fórmulas para que el país logre superar los colosales desafíos de una economía ferozmente bloqueada por el enemigo imperial y también por nuestros propios errores e ineficiencias.

 Como se reconocía en las pasadas sesiones de la Asamblea Nacional del Poder Popular, decir que la economía transita por una compleja situación en la que se combinan el recrudecimiento del bloqueo, los efectos de la pandemia y la inflación internacional, entre otros factores adversos, es correcto, pero nada nos resuelve.  

 Aun cuando conocemos que nuestro Gobierno trabaja para corregir los achaques de la economía nacional y eliminar esos desequilibrios que para los no entendidos se traducen en inflación, escasez de oferta, largas colas, salarios y pensiones que no alcanzan para solventar nuestras necesidades, entre otras realidades, nos urge que el progreso llegue con efectividad y rapidez, pues el tiempo de nuestra resistencia ya no es el del reloj, sino el del desgaste tras duros años de lucha. 

 Mas como ha asegurado en los últimos días el Primer Secretario del Comité Central del Partido Comunista, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, que el 2023 sea un año mejor, más que planes económicos, exige sacudir la inercia, desterrar trabas y superar la autocomplacencia; demanda buscar salidas, innovar y romper el cerco con conciencia y compromiso.

 Inmersa en estas reflexiones, las redes sociales me regalaban la fábula del helecho y el bambú, que bien pudiera graficar la parábola de nuestra resistencia. Según el texto un hombre que había decidido renunciar a todo fue al bosque para encontrar, con ayuda de un sabio anciano, una buena razón para no darse por vencido.

 —Mira a tu alrededor —le dijo el longevo señor—, ¿ves el helecho y el bambú? Cuando sembré las semillas del helecho y el bambú, las cuidé muy bien. El helecho rápidamente creció. Su verde brillante cubría el suelo. Pero nada salió de la semilla del bambú; sin embargo, no renuncié a él.

Así fue durante el segundo, el tercer y el cuarto años, el helecho creció más brillante y abundante y nada ascendió de la semilla de bambú. En el quinto año un pequeño brote de bambú asomó; en comparación con el helecho, era pequeño e insignificante.

 Al sexto año, el bambú sobrepasó los 20 metros de altura. Se había pasado cinco años echando raíces que lo sostuvieran. Aquellas raíces lo hicieron fuerte y le dieron lo que necesitaba para sobrevivir.

 ¿Sabías que todo este tiempo que has estado luchando, realmente has estado echando raíces?, le interpeló el anciano. El bambú y el helecho tienen propósitos diferentes, pero los dos hacen del bosque un lugar hermoso. Los días buenos te dan felicidad; los malos, te dan experiencia. Ambos son esenciales para la vida.  La felicidad te mantiene dulce, los intentos te preservan fuerte, concluyó.

 En nuestro caso está claro que nos toca construir la esperanza, alimentarla con el trabajo intenso y creativo de todos, el único capaz de hacer crecer nuestras raíces, como el bambú.

 Es de máxima prioridad aunar los esfuerzos y la creatividad popular en función de resolver los problemas y enfrentar las limitaciones, recalcaba el Presidente cubano, y los agudos debates del Parlamento trazaban metas inaplazables como trabajar duro, aprovechar más los aportes de la ciencia y la innovación, exportar y aumentar la competitividad de nuestras producciones; devolver su papel a la empresa estatal, atender a las comunidades y personas en situación de vulnerabilidad, en fin, apostar por el perfeccionamiento de la sociedad y la justicia que ha sido brújula de la Revolución cubana desde su primer día.

 Lo que hemos sufrido nos obliga a superarnos. La cotidiana confrontación con las dificultades nos ha hecho crecer y nos ha convertido en expertos en imponernos a la adversidad. Lo saben los jóvenes que buscan alternativas en las termoeléctricas, el colectivo del laboratorio que opone ingenio al bloqueo, el delegado que echa rodilla en tierra por su barrio.

 Las duras lecciones del año que termina confirman la validez de nuestra porfía. Nos alientan y empujan Fidel, Raúl y su confianza infinita en la victoria; el amor a Cuba y el recuerdo de nuestros muertos gloriosos, y la fuerza de un pueblo patriota que, como el bambú, en el sendero de sus anhelos, escribe cada día con resiliencia y perseverancia, el mejor poema a la esperanza.

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