Hace unos años, varios técnicos latinos «desembarcaron» en algunos de los más grandes clubes del fútbol europeo. En esas mismas fechas el argentino César Luis Menotti se dio una vuelta por La Habana, y yo, que por entonces solo había garabateado unas cuantas cuartillas, me atreví a preguntarle que si esas circunstancias podían propiciar un cambio de estilo en el fútbol del Viejo Continente.
Tal vez al «Flaco» le pareció una pregunta trivial, y sin apenas pensarlo dejó a todos los presentes una descomunal sentencia. «Se juega como se vive. Próxima pregunta…».
El recuerdo de aquel momento emergió por estos días, sentado en algún privilegiado sitio del estadio Latinoamericano. Allí, a la vista de no muchos aficionados —pero todos apasionados seguidores de nuestro deporte nacional— los hombres que aspiran a representarnos en el III Clásico Mundial de Béisbol se dividieron en dos grupos, y en defensa de su color ponían sobre el diamante alma y corazón.
Fiel a su filosofía y consecuente con sus palabras, Víctor Mesa puso a todos a hacer lo que había prometido. Un toque de bola por aquí, un robo de base por allá, una jugada de corrido y bateo más adelante, en fin, lo que muchos pedíamos a gritos y pocos se atrevieron a poner en práctica.
Un buen amigo me comentó que estamos pensando derrotar a los asiáticos con sus mismos métodos. Puede ser, salvo que discrepo de su concepto regional. Eso que tantas veces hemos bautizado como «estilo asiático» debería ser universal para un deporte con tantas posibilidades estratégicas.
Lamentablemente un día, del que no soy capaz de acordarme, extraviamos el camino obnubilados por la magnitud de nuestros batazos y la precariedad de los rivales en aquellos años felices. Y entonces, cuando ambas variables cambiaron, nos dimos cuenta de que todo era un espejismo y despertamos de ese idílico romance con la eterna victoria.
Dicen que rectificar es de sabios, y estamos en un buen momento para enderezar el rumbo. Mas no basta solo la intención, pues quedó demostrado en estos primeros juegos cuán lejos estamos de llevar a buen término este tipo de jugadas. Unas veces por falta de maestría, y otras por escasez de concentración, pero lo cierto es que tantos años apostando toda nuestra suerte al jonrón —sea en la categoría que sea— ha dejado su nefasta huella.
Si alguna vez esa forma dinámica de jugar, esa capacidad de sorprender, esa habilidad para no fallar y aprovechar al máximo los errores del adversario, fueron acápites exclusivos en el catálogo del llamado «juego asiático», fue porque nadie como ellos supo hacer de esta fórmula un verdadero arte, casi infalible en los últimos grandes torneos.
Tal vez el éxito de hacer funcionar la velocidad en función de la ofensiva se deba a esa metódica manera de vivir. Pero quiénes mejor para intentarlo que nosotros, que siempre hemos vivido a un ritmo trepidante.