Entre nosotros los cubanos trasciende la afirmación de que «la cubana es la calidad de lo cubano». Resulta así la cubana la vitrina esplendente y rozagante de cuanto bueno y bello hemos heredado, creado y renovado, en lo que a virtudes identitarias se refiere. De esta manera, a lo que no tenga cabida en el maletín de los paradigmas clasificados se le busca temprano acomodo en la curiosita jaba del cubaneo.
Y ahí es donde se nos traba la maraca, al pretender tirar a cascarita los trapitos cobarditos de la jaba y darnos caritate con la vestimenta de empaque, cuando el contenido de ambos matules conforman el equipaje de la cubanidad. Llevado lo mismitico a términos gastronómicos, cubanía y cubaneo sazonan el condumio, otorgándole sabor al criollísimo ajiaco, cumbancheando juntos, pero no revueltos.
Es el caso que, mientras la cubanía no necesita de alharaca ni pretextos para lucirse por sí misma, el cubaneo siempre precisa de justificaciones, ferretreques y reverteres para mantenerse a flote. Obviando la confrontación cubanía versus cubaneo, existe la posibilidad de aligerar a la primera de superlativos y cartelitos, tanto como urge a la segunda que le arañen la pintura y la pongan a pedir el agua por señas.
Desentrañar el cubaneo no es cosa de rallar la malanga para hacer frituritas. Puede encontrarse tan suavecito y convencional, tocando la campana de la supuesta idiosincrasia, que maliciosamente corrosivo, melcochero y fulastre, en su gradación más dañina. Pero el cubaneo está ahí, enredándonos la pita, aun provocando montón pila de chambonadas y berrinches, jugando cabeza para que no le cojan la chapa y le pasen la cuenta.
El cubaneo común, el cotidiano, el del traqueteo y la resolvedera, aunque fuera de pico, no lo origina la perfidia sino el apremio, la estrechez, la irregularidad, el peloteo; por lo cual redunda en simplón, facultoso, majadero, cortiñán, atravesado, jorocón, envolvente, bullanguero, obtusito, pacotillero, churriburri y zapatú; apremiado de que lo cofunden del narigón para que se trille hacia la grosería ramplona, el chancleteo generacional, la vulgaridad trashumante.
Es que solo una delgada línea separa al cubaneo jodedor y pamplinero del desparpajo vigueta, del protagonismo impenitente, de la falacia enmascarada y rastacuera, del indiscreto desencanto que provoca la chusmería.
Incluso, cuando la moña sería meterle caña a lo «malo» y lo «peor», presuntuosas cantaletas, enarbolando lo «más», de tan edulcorados y machacones, se diluyen en agüita de milordo, dentro del más altisonante de los cubaneos: el de la desmesura.
Puesto que nos sigue jeringando aquello de «si cuando no llegamos, nos pasamos», valga entonces tirarle un cabo, habitualmente, a como está el meneo y con conocimiento de causa reciclado, tratar de sacarle el pie al despelote.
Rebobinando el casete del paripé insular, aparece Cristóbal Colón en función de primigenio embelequero fundacional, al vendernos la postalita de «la tierra más fermosa», contribuyendo en mucho, durante siglos, precisamente a eso: a hacernos tierra. Más adelante, pragmáticos afanes patrimoniales dibujaron el particularismo costumbrista decimonónico y le proporcionaron bamba abierta a la vigésima centuria, republiquita de opereta incluida, para que le subiera la parada al choteo, en tanto síndrome esteorotípico del cubaneo.
En previsión de quienes crucen los charcos circundantes para pretender redescubrirnos en maneras y procederes, asumo mi antillana autonomía para remangar el cucharón en tan peliaguda mojiganga. A la par, concluyentemente establezco mi puntual y módico sistema indagatorio sobre la citada problemática, prescindiendo de cualquier guasabeo academicista.
Hablando en plata, le voy arriba al cubaneo chamacón con todos los hierros para ponerle malo el dado antes de que coja cajitas en el club de los 120 años. Lo ataco por donde más le pica y le duele: su propia prosopopeya, esa malsana capacidad de parquear la tiñosa, de reírse de los peces de colores.
El análisis prosopopéyico identifica, define y prescribe, diferentes estilos básicos en la práctica del cubaneo. Desde el punto de vista formal, se pueden distinguir, claramente, una veintena de enfoques concretos del fenómeno del cubaneo: el lingüístico, el corporal, emocional, laboral, económico, etc. En cada caso, distintas variables internas, cubren y precisan el amplio espectro de sus manifestaciones. En el estilo del cubaneo dramático, por ejemplo encontramos la variante trágica, la melodramática, la cómica, la farsesca, la tragicómica, la del absurdo y la de la crueldad.
Visto el asunto, aprovecho la ocasión para advertir a los relambíos y cazueleros del patio, que tanto trajinan la sabiduría ajena, que conmigo se cogieron el calcañal con la puerta. Si no el último pomo de agua fría en plena Ocho vías, mi Prosopopeya del cubaneo, marcará pautas como el ADN de lo cubano, el antivirus de la cubanía.
Así que, quien pueda y tenga mendó, si quiere que me coja recortes, aunque siempre citando la fuente. Los demás que pataleen. DIXI (He dicho). (Fragmentos)
*Mención del concurso de crónica Enrique Núñez Rodríguez 2007