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Sueño en el balance

Autor:

Juventud Rebelde

En la infancia solía escuchar la frase a la hora del sueño («Ven a dormirte en el balance»), o cuando mis padres procuraban alertarme sobre un posible accidente entre juegos bellacos («Cuidado, no te vayas a coger el pie con el balance»).

Pero con el tiempo he descubierto que un balance no es solo, en algunos territorios de nuestro país, un artefacto para mecerse, capaz de pillarnos un dedo en el descuido. Un balance puede ser también, en nuestro entorno, una reunión aburrida y perfumada en la cual se ejercita hasta la saciedad la jerga tecnócrata, almidonada, enmohecida... y que, como el sillón oscilante, consigue muchas veces conducirnos al bostezo.

Un balance puede ser, criollamente, una asamblea de loas desparramadas, con justificaciones que dan risa y «porcientos» que ni los matemáticos descifran.

No disiento del término lingüísticamente porque el castellano lo admite como sinónimo de comparación o recuento. Al final, la esencia de las cosas no habita en sus nombres sino en sus rasgos intrínsecos o en sus propósitos supremos.

Y siempre será útil —hasta necesario— que hagamos en grupo un examen de la vida pasada. Lo funesto sobreviene cuando ese repaso se vicia de libretos conocidos; cuando el planteamiento es eco inflado en vez de novedad; cuando el «debate» se convierte en ritual y no en creación articulada.

He presenciado, entre ropas elegantes, numerosos balances, especialmente aquellos que compendian «el último año de labor». Balances que han comprendido incluso «iniciativas» con canciones, declamaciones y coreografías.

Y rara vez he dejado de escuchar las oraciones consabidas: «Sin duda, nos encontramos ante la presencia de un excelente balance», «ha sido un balance objetivo, en él se recogen nuestras principales dificultades»; «después de escuchar el informe al balance, un informe crítico, coincidimos en que debemos trabajar urgente por revertir la situación».

Muchas de estas reuniones tampoco logran salvarse de carcomidas frases: «Por las discusiones ha sido un balance superior al de otros años aunque debemos seguir trabajando fuerte en la atención al hombre», «como bien se ha reconocido aquí con profundidad, todavía nos falta sentido de pertenencia», «tenemos que llegar al otro balance con mejores indicadores integrales».

Dieran gracia tales locuciones si no denunciaran en el fondo la tendencia al encartonamiento y a la rigidez en la que, adrede o sin querer, caemos.

Serían pretextos para la mofa si no nos estuvieran diciendo que el balance, peligrosamente, lejos de ser la reunión esperada por todos, pudiera transformarse en «lo mismo con lo mismo», en un obstáculo del que hay que salir de cualquier modo para cumplir una rutina.

¿Por qué muchos balances suelen ser «excelentes», «superiores», «profundos», y los resultados «distantes de lo que necesitamos»?

Algo peor: los balances casi siempre van precedidos de prebalances, reuniones mensuales, trimestrales, cuatrimestrales, semestrales...

Si año tras año manejamos el idioma gastado de otro tiempo y continuamos con idénticos problemas a cuestas estaremos perdiéndole el respeto y el interés al balance, y haciéndolo un cero a la izquierda por más números que manoseemos en el papel o en el moderno Power Point.

El balance debiera ser catapulta, advertencia, reflexión aguda y, más que todo, solución oportuna. No el espacio en el que los asuntos se mezan de acá para allá y viceversa, se columpien hasta dormirse en un mortal sueño eterno.

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