Foto: Reuters Que el primer ministro británico Anthony Blair necesite de los abogados que defendieron a Pinochet para que lo saquen de sus apuros, sería una gran ironía. Sin embargo, ese es el consejo que le da su esposa, Cherie, en un filme que estrenó este lunes una televisora de Gran Bretaña.
Ficción, sí, pero no de la más pura. Si las leyes se aplicaran sin dobles raseros en este mundo, la trama de El juicio de Tony Blair tendría toda la lógica de un suceso real.
La película se desarrolla en 2010. Gordon Brown, hoy titular de Finanzas, ocupa el puesto de Primer Ministro, y Londres ha sufrido ya su cuarto atentado terrorista. En EE.UU. es presidenta Hillary Clinton, Bush ha sido hallado en estado de coma en su rancho de Crawford, y nada menos que Arnold Schwarzenegger es secretario general de la ONU. Iraq, por supuesto, sigue en el más escalofriante caos.
¿Y qué hay de Blair? Pues que el hombre, obsesionado con su «legado», tiene frecuentes pesadillas por su desastrosa decisión de embarcarse en la ilegal agresión contra Iraq en 2003. Un ataúd, envuelto en la bandera británica, aparece en la cocina de su casa; un niño iraquí despedazado, un atacante suicida que lo persigue, merodean los sueños del entonces ex Primer Ministro.
Cuando no duerme, Tony maldice el barrio de quinta categoría al que se ha mudado, e imagina que le ofrecerán algún lucrativo cargo de asesor en el gobierno de EE.UU. Sin embargo, el primer ministro Brown, en venganza por una sucia maniobra del pasado, les facilita las cosas a quienes quieren enjuiciar a Blair por crímenes de guerra en Iraq, y lo entrega a la Corte Internacional de Justicia de La Haya. Ah, y sus antiguos socios en Washington no mueven ni un dedo para que el sujeto salga de tras los barrotes.
Bien, no apuesto ni cinco centavos a que Terminator llegue al primer puesto de la ONU, ni mucho menos a que la justicia caerá sobre Blair y su amigo de Crawford por sus desventuradas aventuras en Arabia. Cuando el mundo va patas arriba, los criminales, si son poderosos, quedan impunes.
Otras «20 libras esterlinas» son las realidades que el cineasta pronostica sin tener que devanarse los sesos. Que Iraq será por mucho tiempo un horno crujiente, no es difícil adivinarlo. Y lamentablemente, que Londres sufra otro atentado terrorista a manos de extremistas islámicos, está dentro de las posibilidades abiertas por la errática política de Blair en el Oriente Medio.
En cuanto a las pesadillas de Tony, más de 600 000 civiles iraquíes muertos injustificadamente deben pesar lo bastante como para hacer saltar los más amargos resortes nocturnos. Y respecto a que en Washington se laven las manos, eso no extrañaría. ¿Acaso no fue EE.UU. quien armó a Saddam Hussein y lo lanzó contra Irán, para ahora aplaudir su balanceo en el patíbulo?
Cine es cine, ciertamente. ¡Pero a veces se acerca tanto...!