La tragedia pudo ocurrir en cualquier instante en el tramo de la carretera de Santa Clara a la localidad de Hatillo, como consecuencia de un hecho insólito y escalofriante. Estaba en juego la vida de muchísimas personas.
La actuación resuelta de un grupo de pasajeros abortó lo que amenazaba con trocar la alegría en lamento y desencadenar un accidente de incalculables proporciones: el chofer estaba pasado de tragos, y determinados viajeros le exigieron detener la marcha del ómnibus para bajarse.
Ahí comenzó el pugilato. El conductor decía que no era cierto, aunque el efecto del alcohol le entorpecía las palabras y le brotaba el aliento aguardentoso.
Tras el forcejeo verbal, de unos minutos, detuvo el ómnibus y conminó a los viajeros a que bajara el que quisiera, porque él continuaría viaje. Un grupo se bajó y alertó a las autoridades, las que ordenaron a la policía de Tránsito localizar y detener de inmediato el ómnibus.
Cuando el vigilante paró el transporte público, colmado todavía de pasajeros, se confirmó la denuncia. Quien lo conducía estaba bajo los efectos del alcohol, lo cual se notaba a simple vista. Un rato después, los exámenes médicos ratificaron su embriaguez. Ahora él espera por el juicio, luego de cometer tan grave infracción.
Lo sorprendente de la historia consiste en que el chofer partió de la terminal conduciendo embriagado. ¿Cómo fue posible? ¿Acaso al encargado de impartir la orden de salida no le corresponde comprobar, al menos, que quien conduce carezca de los síntomas de ingestión alcohólica?
Para percibir esa situación tampoco hace falta ser un especialista, un superdotado en la materia. Basta el aliento etílico para declararlo inhabilitado, como establece la ley.
Si no le compete esa responsabilidad al encargado de ordenar la partida de los vehículos, sería bueno otorgársela por decreto a él u otra persona que decida la administración, pero alguien debe evitar la salida de un chofer embriagado desde una terminal o base de transporte.
Incluso más, si un responsable incurre en la negligencia de permitir que lo haga a sabiendas de que pone en riesgo la vida de muchísimas personas, comete una falta grave.
Hubo pasajeros que se mantuvieron en el ómnibus en una decisión prácticamente suicida, tan irresponsable o quizá más que la del propio chofer. Nada justifica arriesgar la vida de manera tan necia.
La gente reaccionó con alegría, agradeció la intervención de la policía, y esperó pacientemente a que enviaran otro chofer para continuar el viaje. El caso del ómnibus de Santa Clara-Hatillo, que pudo terminar siniestrado, es el colmo de la dejadez.
La ingestión de bebidas alcohólicas aparece como una de las causas principales de los accidentes del tránsito en Villa Clara, al ocasionar la muerte de 39 personas y 249 lesionadas desde enero hasta junio.
Significativos guarismos, como los 462 choferes sorprendidos en su desempeño bajo los efectos de la bebida, la inmensa mayoría de entidades estatales.
Los hechos expuestos ocurren a pesar de alertarse hasta la saciedad sobre la peligrosidad del proceder, mientras la realidad demuestra que solo la policía descubre a los infractores.
Para colmo, casi sie mpre, las personas que viajan con choferes de su empresa u organismo se solidarizan con estos al ser sorprendidos manejando ebrios. Por lo general, hasta sus propios jefes, que van en el asiento de al lado, los defienden.
El incidente tuvo un final feliz, pero pudo devenir en un desastre. Alertó, en especial, acerca de que se debe extremar la exigencia administrativa en las terminales y bases de transporte para impedir que desde allí salgan otros necios desafiando a la muerte.