La innombrable «solución final del problema palestino» quedó flotando en el aire, como tarea conocida por todos, una que no necesita más explicaciones. Lo que se sabe no se pregunta.
La invitación de los líderes republicanos del Congreso le sirvió el escenario de lujo al jefe de gobierno del Estado sionista para reclamar las armas necesarias para la guerra del exterminio final del pueblo de Palestina.
Todo indica que el asesinato este miércoles, en Teherán, del máximo dirigente político del movimiento islámico palestino Hamás, Ismail Haniyeh, puso en marcha un asalto final a todas las fuerzas de la Resistencia en Oriente Medio, a riesgo de una confrontación generalizada, que involucre a Líbano, Siria, Irán y hasta Yemen, donde hace pocos días Israel realizó un bombardeo aéreo con la complicidad y decisivo apoyo logístico de Estados Unidos.
Haniyeh se encontraba en la capital persa, de visita oficial, para participar en la investidura del nuevo presidente de Irán, Masud Pezeshkian.
Sami Abu Zuhri, portavoz de Hamás, calificó el asesinato de Haniyeh como una grave escalada, y aseguró que Hamás es lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a la muerte de cualquiera de sus dirigentes.
«En declaraciones a la prensa, Netanyahu se jactó de asestar fuertes golpes a la Resistencia en Líbano, Yemen y otros sitios, pero se abstuvo de atribuirse el atentado a Haniyeh.
Según el diario israelí Haaretz, Haniyeh fue asesinado por el impacto de un misil teleguiado al apartamento en el que se encontraba hospedado en Teherán. Una fuente iraní reveló al canal libanés Al Mayadeen que el misil fue disparado desde fuera del país.
La rama militar de Hamás dijo que el asesinato de Haniyeh «llevará la batalla a nuevas dimensiones» y tendrá mayores repercusiones.
Khalil al-Haya, alto dirigente del Movimiento, dijo que «Hamás, Irán y Líbano no dejarán que la muerte de Haniyeh quede impune».
El secretario del Departamento de Estado, Antony Blinken, se apresuró a declarar que Estados Unidos no está involucrado, ni fue alertado del crimen.
Sin embargo, el Ministerio de Asuntos Exteriores de Irán enfatizó en la «responsabilidad» de Estados Unidos en el asesinato del líder de Hamás, por su apoyo a Israel.
Egipto y Catar, países mediadores en las negociaciones para un alto al fuego e intercambio de prisioneros, estimaron ante el asesinato del líder de Hamás la falta de intenciones reales por parte de Tel Aviv de alcanzar un acuerdo que ponga fin al conflicto.
Poco antes de regresar Netayahu a Israel, la explosión de un cohete en un terreno de fútbol en un poblado druso del territorio del Golán sirio —ocupado por Israel desde 1967— que provocó una decena de muertes, sirvió de pretexto para que la Fuerza aérea israelí bombardeara un barrio del sur de Beirut y anunciara el asesinato de Fuad Sukr, un alto jefe militar de Hezbollah, la mayor fuerza político-militar de Líbano. Tres personas murieron y 74 resultaron heridas.
El asesinato de Haniyeh tiene hondas repercusiones y genera todo tipo de expectativas, incluyendo las más nefastas para la región y la estabilidad internacional.
En un comentario editorial el diario Haaretz apuntó que «la política de asesinatos de Israel solo aumenta la determinación de Hamás, Hezbollah e Irán.
Es destacable que la acogida ofrecida a Netanyahu una semana antes en Washington, donde pidió y recibió un ciego apoyo a la política de conquista y colonización, así como el exterminio masivo de la población nativa de Palestina, solo alejará la paz de la rica región, en la que Washington intenta mantener un control hegemónico.
En la práctica el órgano legislativo estadounidense —aun con la ausencia de más de un centenar de sus miembros— convalidó la matanza de más de 39 000 residentes de Gaza y los casi 90 000 heridos, en su mayoría mujeres y niños. Una cifra que pudiera ser de miles y miles de muertos, si se confirma un estudio de una entidad médica internacional.
Para los líderes de Estados Unidos, lo importante es «terminar el trabajo» lo más rápido posible. Y no por urgencias humanitarias, sino políticas, electorales, como revelan las encuestas casi a diario.
Biden, el presidente a término, fiel amigo que viajó a Tel Aviv y le dio plena luz verde ―y las bombas― para la venganza por el sorpresivo asalto rebelde de Hamás el 7 de octubre, repitió su esperanza en un acuerdo de alto al fuego e intercambio de prisioneros. Unas negociaciones sin fin, que distraen la atención de las masacres diarias en Gaza y en Cisjordania, donde los colonos judíos expulsan de sus tierras a los legítimos dueños a tiros y se las apropian, con el apoyo del ejército de ocupación.
Kamala Harris, la sucesora en caso de ganar la próxima elección, repitió el llamado a un pronto final de la guerra.
El expresidente Donald Trump, candidato republicano, reprochó a Netanyahu una demora que erosiona el prestigio internacional de Israel. «Si yo fuera el presidente de EE. UU., la guerra ya hubiera terminado», dijo en declaraciones a Fox News.
A sabiendas de los procedimientos de limpieza étnica practicados por los colonos anglosajones contra los pueblos originarios de Norteamérica, no es extraño el íntimo maridaje con el extremismo sionista que extiende su régimen de apartheid colonial en Gaza, Cisjordania y Jerusalén.