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En la OTAN quieren cerrar el cerco

El afán de golpear a Rusia sigue agregando peligros a la estabilidad europea, ante una posible escalada del conflicto. Moscú advierte

Autor:

Marina Menéndez Quintero

Apenas salido de la gravedad en que lo dejaron tres disparos de un francotirador, el primer ministro de Eslovaquia, Robert Fico, ha desestimado acusar al presunto lobo solitario que lo atacó, y ha preferido desvelar quiénes y por qué han estimulado que se atentara contra su vida.

Entonces responsabilizó a una «oposición políticamente fracasada» y criticó a las principales democracias occidentales por alimentar el odio, y guardar silencio ante los ataques de aquella.

En su opinión, las ojerizas contra él se han levantado porque impidió que se siguieran sacando armas de los arsenales de su país para entregarlas a Ucrania, como lo hicieron las autoridades eslovacas que le precedieron entre 2020 y 2023, afirmó.

Para Occidente ahora existe una «única opinión correcta»: que el conflicto ucraniano continúe a cualquier precio para debilitar a Rusia, dijo. «Cualquiera que no se identifique con esta única opinión obligatoria es inmediatamente tachado de agente ruso y marginado políticamente a nivel internacional», denunció.

Sus aseveraciones llegan a tiempo para advertir de primera mano —pues provienen del contexto europeo— y más allá de las denuncias de Moscú —algunos estimarían que estas son «recomendaciones» de muy cerca— en torno al trasfondo de la imparable aunque ya costosa ayuda financiera y militar de la Unión Europea y la OTAN a Kiev, encabezados por Estados Unidos: únicos responsables de que no se transite hacia una salida negociada
al enfrentamiento.

Y digo «a tiempo» no solo por el peligroso alcance que demuestra la animadversión antirrusa desatada por Occidente, al punto de desatar en Eslovaquia un magnicidio instigado por el odio.

La denuncia de Fico llega aún «a tiempo» porque tiene lugar cuando la persistente resistencia rusa a los embates de la Unión Europea y Washington —reales contendientes tras el telón en el campo de batalla—, suscita «iniciativas» que hacen aún más precaria, a futuro, la estabilidad y la seguridad en el Viejo Continente. Hay
oportunidad de evitar otro escalamiento malo para todos.

Las amenazas que han aflorado contra Moscú en las últimas semanas, han conminado otra vez al presidente Vladímir Putin a formular una invitación que más bien constituye un alerta. O ambas cosas.

Durante una rueda de prensa con los directivos de medios de prensa internacionales que ofreció en el marco del Foro Económico de San Petersburgo, adonde acudieron representantes de unos 140 países y regiones —veamos si pese a todo, Rusia conserva o no poder de convocatoria— Putin desmintió que su país pretenda atacar a las naciones de la OTAN, como algunos de sus dirigentes propalan, y
reiteró el deseo de que se normalice la situación entre Rusia y los países de los reporteros, y que «la situación en el mundo en su conjunto se estabilice y vaya en la dirección de la resolución de crisis, en lugar de escaladas y agravamientos sin fin».

No obstante, también puso en conocimiento que cada peldaño que suban las agresiones contra Rusia será respondido.

Y al referirse a la posibilidad de que los suministros de armas de alta precisión entregados a Ucrania por varios países de la OTAN se usen contra localidades rusas, como aquellos han propuesto, adelantó que esos disparos «saldrían como un tiro por la culata para estas naciones».

En primer lugar, dijo, Rusia perfeccionará sus sistemas antiaéreos para destruirlas; pero también preguntó: «Si alguien considera probable suministrar este tipo de armas a la zona de hostilidades para que se realicen ataques a nuestro territorio (…), ¿por qué no tendríamos el derecho a suministrar nuestras armas de clase semejante a aquellas regiones del mundo donde se realizarían ataques a objetivos sensibles de aquellos países que lo están haciendo hacia Rusia?».

Fue una clara advertencia.

Escalada de tensiones

Desde el inicio de las hostilidades entre Moscú y Kiev, Estados Unidos y Europa han entregado a Ucrania decenas de miles de millones de dólares en asistencia financiera y en armas.

Medios estadounidenses de toda credibilidad aseguran que desde febrero de 2022 hasta diciembre pasado, Washington puso en manos del Gobierno de Volodomir Zelenski más de
47 000 millones de dólares, de los cuales más de 19 000 millones rezaban como contratos militares para ser invertidos a más largo plazo, y que para esa fecha no habían sido retirados de los arsenales del Pentágono.

Los 23 000 millones de dólares restantes usados hasta entonces incluían sistemas de artillería, medios de transporte blindados, helicópteros, aviones no tripulados, radares, misiles antitanque y sistemas de defensa aérea.

Otro tanto ha hecho la Unión Europea pese a las reticencias y el trabajo que les costó a sus
miembros aprobar el último paquete, acordado en marzo, y consistente en 5 000 millones de euros. También según fuentes periodísticas, la UE ha dispuesto para Ucrania en estos dos años, un total de 32 000 millones de dólares.

Sin embargo, las cosas siguen mal en el propósito de Occidente de desbarrancar a Rusia tanto en el ámbito militar como económico, flanco que es agredido mediante las sanciones, tan inefectivas como el respaldo militar y financiero a Kiev.

Pero de lo que se trata ahora no es ya de entregar más armamento y dinero al contrincante de Moscú, sino de poner en sus manos armamento de alta precisión para agredir al interior del territorio ruso, y no solo en el frente de batalla.

Las razones del desespero
occidental están a la vista: la pretendida segunda ofensiva militar de Kiev no dio los resultados esperados, se sabe hace tiempo que «voluntarios» de otros países han ido a llenar las trincheras que ya no pueden cubrirse con soldados ucranianos, y también que Zelenski pasó las primeras semanas del año solicitando con vehemencia más dinero.

De hecho, ya está ocurriendo. Esta semana, Ucrania reivindicó lo que agencias de prensa identificaron como su primer ataque contra territorio ruso con armamento facilitado por Occidente.

Ocurrió en la localidad de Belgorod, a unos 40 kilómetros de la frontera con Ucrania, y para ello se utilizó un sistema de cohetes de artillería de alta movilidad HIMARS, de fabricación estadounidense.

Los ataques se han reiterado y justificado con el avance de las fuerzas rusas sobre la localidad fronteriza ucraniana de Jarkov.

Pero ese involucramiento mayor y más directo de la OTAN, como proponen algunos de sus líderes y de hecho se materializa, está resultando otra provocación a Rusia.

Aunque no existe un pronunciamiento colectivo ni oficial y definitorio por parte de
Washington o Bruselas, no pocas voces han declarado, cada una de modo independiente, que aprobarían el uso de su armamento donado para atacar objetivos en territorio ruso; al menos, si esos objetivos se consideran bases desde las cuales Rusia agrede a Ucrania, algo de fácil comprobación con el avance de la tecnología, pero de difícil constatación para la opinión pública que depende de la información que Occidente brinde.

La aprobación era necesaria porque no bombardear posiciones dentro de Rusia había sido un requisito para la entrega de las armas, condición que ahora estarían dispuestos a soslayar personalidades como el secretario general de la Alianza Atlántica, Jens Stoltenberg, quien consideró como «legítima defensa» que se ataquen objetivos militares en suelo ruso desde donde, presuntamente, «se bombardea a Ucrania».

Aunque, en el polo contrario, el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Seguridad, Josep Borrell, ha alertado que ello conlleva el riesgo de una escalada, otros dignatarios se han pronunciado de forma parecida a Stoltenberg desde Alemania, Polonia, Canadá, Suecia, Finlandia, Letonia, Francia…, solo que el presidente galo, Enmanuel Macron, hizo la salvedad de que no se debe permitir que «otros objetivos en Rusia y, obviamente, capacidades civiles, sean atacados».

Pero, dado el caso, ¿quién lo podría evitar?

Resulta obvio que Rusia debe tomar recaudos. Antes de consolidar el nuevo paso, Occidente también pudiera repensarlo.

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