Obra Ramblas No. 2 de Oswaldo Guaysamín Autor: Oswaldo Guaysamín Publicado: 02/01/2021 | 07:53 pm
Acaso la invitación de Evo Morales a conformar, el próximo abril, la Unión Suramericana de los Pueblos —Runasur de los pueblos, la bautizó él— sea el corolario de gestos que permiten avizorar un 2021 más venturoso para la integración latinoamericana y caribeña.
Otras señas insinúan eso que pudiera (y debiera) ser una vuelta a los momentos «de más beligerancia» con el objetivo de seguir consolidando su independencia, vista esta no solo como el ejercicio de la autodeterminación política, sino como la posibilidad de crecer económicamente sin dependencias, algo que para nuestros pueblos subdesarrollados es casi lo mismo que asegurar la soberanía.
Luego de la ralentización provocada en los esquemas integracionistas alcanzados en los dos últimos decenios por la llegada, después, de Gobiernos plegados al Norte que los sabotearon, algunos sucesos de 2020 dejan pensar que pese a la crisis social y económica desatada por la Covid-19 —o tal vez aguijoneados por las necesidades que esa propia crisis genera— podremos ver nuevos empujes a favor, en el año que se inicia.
Una de las principales «víctimas» fue, precisamente, la Unión Suramericana de Naciones (Unasur) reducida por algunos de sus miembros a una visión meramente comercial y supuestamente «desideologizada» y, por vía transitiva, la Celac, el más completo esquema de integración, donde cabemos todos «unidos en la diversidad».
Pero el terreno vuelve a ser más fértil para la unidad. La toma de posesión del peronista Frente de Todos, liderado por Alberto Fernández, en Argentina, fue una puerta abierta en enero pasado a la que se sumó, en noviembre, la vuelta del MAS al poder en Bolivia, ahora de la mano de Luis Arce.
El broche lo pusieron las legislativas de Venezuela, que no solo devolvieron la Asamblea Nacional al Polo Patriótico donde está el Psuv sino que, además, expulsaron del Parlamento —mediante el voto democrático, como suele recordar el presidente Nicolás Maduro— a la derecha golpista y vendepatria que abría caminos a la injerencia extranjera, derrotada pese al desgaste que la asfixia de Estados Unidos ocasiona en la gente.
A ello se suma, en el Caribe, la reelección en San Vicente y las Granadinas de Ralph Gonsalves, un político que ha demostrado su fe en la integración regional y su lealtad a la hermandad entre los pueblos.
Parece poco, y lo es, pero los saldos pueden palparse. Con la presidencia pro tempore de Argentina, el Mercosur brega por la nominación como miembro pleno de Bolivia, nación que formalmente retornó al ALBA en su recién celebrada 18va.
reunión cumbre.
Aunque no todo quedó estampado, en blanco y negro, en la declaración de principios que cerró esa cita de la Alianza Bolivariana, los pronunciamientos en el debate general dejaron ver el deseo de acciones conjuntas que reverdecen los tiempos marcados por el estilo solidario y aglutinador de Fidel y Chávez.
Pese a los asedios imperiales y el enflaquecimiento que ello ha significado para algunas de nuestras economías, vale la pena intentar la materialización de esas ambiciosas propuestas.
Por ejemplo, la pretensión de asegurar las vacunas contra el Sars-CoV-2 a los Estados miembros; el relanzamiento de Petrocaribe; potenciar el Banco del ALBA y poner a circular el sucre (la pretendida moneda única regional), o tratar de garantizar, entre todos, la soberanía alimentaria, que constituye el punto sine qua non para la sobrevivencia de nuestras naciones.
Algunas de ellas, apenas sin recursos naturales; y otras, dotadas de enorme riqueza como Bolivia, donde acaba de hallarse un nuevo y portentoso reservorio de gas que no resta importancia a sus enormes yacimientos de litio; Argentina, famosa por el ganado vacuno, las extensiones de soya y las reservas
de minerales, o la propia Venezuela, poderosa aún gracias al petróleo, y pese al golpe que ha significado para su explotación la caída de los precios del barril y, sobre todo, la falta de mantenimiento de su industria, atenazada por las sanciones de EE. UU. y el robo de sus activos en el extranjero, de modo que las refinerías venezolanas han debido recibir combustible refinado y piezas de repuesto del lejano Irán, solidario y, sobre todo, desafiante de las propias medidas punitivas con que también lo castiga Washington.
Las citas que han seguido a aquellos pronunciamientos demuestran que el nuevo intento revitalizador puede abonarse. Reunidos en Caracas, funcionarios del Banco del ALBA aseguraron que el ente incrementará el financiamiento en áreas como la seguridad sanitaria, alimentaria, energética y financiera, en tanto debatió acerca de los aportes que la institución puede hacer para una «economía pospandemia».
Aunque parezca soñador, también podrían verse pasos conjuntos novedosos en el plano productivo. Maduro, por ejemplo, ha abogado por la coordinación de acciones entre los ministerios de Agricultura de los países del ALBA para integrar los planes productivos de la Alianza.
El mismo idioma
Es interesante constatar cómo muchos —lamentablemente, no todos— «hablamos el mismo idioma» cuando el tema es la necesidad. En el encuentro de comunidades indígenas latinoamericanas de donde emergió la convocatoria para conformar, en abril, la Runasur, los planteamientos tocaron aspectos que no resultan desconocidos para nuestros países.
Entre ellos sobresale la exhortación a crear empresas comunitarias, el rescate de las prácticas ancestrales de producción de alimentos, y la llamada descolonización de la producción de bienes y servicios de la economía y la moneda.
La perentoria situación en que la pandemia deja a la economía latinoamericana y caribeña subraya la necesidad de acudir a lo autóctono, porque también el mundo rico ha sufrido estragos.
Según la Cepal, el crecimiento regional sufrió en 2020 una contracción del 7,7 por ciento, lo que constituirá su peor caída en los últimos 120 años, con una tasa de desocupación que alcanzaría el 10,7 por ciento.
No debe esperarse ayuda de afuera. El propio organismo alertó desde octubre que, a nivel mundial, la inversión extranjera directa (IED) alcanzará su menor valor desde 2005 con una reducción del 40 por ciento en el año que termina. América Latina y el Caribe llevarán la peor parte con una disminución de entre un 45 y un 55 por ciento de la IED, que se suma a la caída discreta experimentada en 2019.
Para 2021, la Cepal calcula un rebote del PIB regional del 3,7 por ciento, pero ello solo permitiría a la región recuperar un 44 por ciento de la pérdida de PIB registrada en 2020. El pronóstico, advirtió, podría empeorar en función de cómo evolucione el proceso de vacunación contra la Covid-19, así como de acuerdo con las políticas monetarias expansivas y fiscales de los distintos países.
Pero la Cepal no se queda solo en los malos augurios, y ha propuesto en otro informe cinco políticas de mediano y largo plazos para paliar la situación: fiscalidad progresiva; nuevo régimen de bienestar y protección social; internalización de externalidades ambientales; desarrollo industrial y tecnológico, e integración regional y multilateralismo renovado. ¿Les suena?
2021: ¿Mejor?
Buena parte de lo que Latinoamérica y el Caribe logre sobreponerse pasará, indefectiblemente, por lo que pueda aportar cada país. Y ello estará ligado a hechos locales con repercusión regional como las elecciones de Ecuador, cuyo Gobierno saliente, por el rol que en ella tenía, se ha plegado como pocos al propósito de desarticular la integración.
Fijados oficialmente para el 7 de febrero, los comicios de Ecuador pondrán en liza a 16 contendientes con buen peso de la derecha. En contraposición, descuella el binomio correísta compuesto por Andrés Arauz y Carlos Rabascal, y anotado por obra y gracia de la persecución que desató el lawfare, en la coalición Unión Nacional de la Esperanza.
En abril serán las presidenciales en Perú, para las que se presentan otra veintena de aspirantes entre los cuales no es posible aún predecir los más favorecidos.
Y no puede mirarse hacia los 12 meses que se avecinan en la región sin poner el ojo en la elección, el propio abril, de los constituyentes que redactarán la nueva carta magna de Chile, oportunidad ganada con la lucha callejera de diversos sectores sociales.
Será un momento importante que nos recuerde algo esencial: los cambios siempre llegan jalonados por los pueblos. Y no puede haber integración sin ellos.