Sobhi Al-Jdeily Autor: Red Crescent Publicado: 11/06/2019 | 09:48 pm
Una vez que lo decidí, fue definitivo. Periodismo era la carrera que estaba destinada a cursar. A mis 22 años quería mostrarles a todos que había mucho por expresar y realidades que descubrir. Pero, la novata estudiante comprendió que las personas sabían lo que acontecía y aun así nada era transformado.
¿A qué hago referencia? A 360 personas asesinadas, entre ellos 40 niños, sin hablar de los médicos, periodistas y discapacitados (números registrados desde marzo de 2018). Por supuesto, nunca faltan los heridos, que ya suman unos 370 médicos y enfermeros entre los 29 000 reportados. Ya ha pasado más de un año y a pesar de la cobertura mediática el terror se incrementa cada día. Hablo de Gaza.
Lo alarmante de los sucesos, además de las muertes mismas, fueron las declaraciones de un portavoz del ejército israelí: «Sabemos dónde acaba cada una de las balas».
No solo atacan a civiles desarmados. De acuerdo con un informe de la comisión investigadora de la ONU, los soldados israelíes disparan intencionadamente a niños, periodistas y doctores.
La más reciente de las víctimas murió este lunes, Sobhi Al-Jdeily, un joven paramédico palestino de 36 años, quien hace un mes, mientras se encontraba de servicio, recibió el disparo de una bala de goma en la cabeza .
Puede ser difícil visualizar que tal situación esté sucediendo realmente, e incluso identificarse con ellos. Al fin y al cabo se trata de informaciones que llegan a usted, captadas por una persona a miles de kilómetros, y que al ser tan ajenas a nuestra realidad pueden parecer hasta utópicas.
Entonces, querido lector, quisiera plantearle lo siguiente: imagine que ha nacido en prisión, en un lugar del que no puede salir y en el que cada día debe ver morir brutalmente a un conocido, y así crece, tiene hijos y resulta que ellos tampoco se escapan de esta triste realidad, entonces se cuestiona cómo el resto del mundo puede vivir plácidamente mientras su vida y la de las personas que no escogieron vivir allí se desploma, pues esto es una breve muestra de lo que sufren los hombres, mujeres y niños palestinos día por día.
No trato de crear malestar alguno, poco alcanza para hacer por aquellos a quienes una no puede extender la mano. Sin embargo, ya va siendo hora de que intentemos no ver estos sucesos como hechos comunes, propios de la cotidianidad, sino como crímenes que se cometen mientras descansamos en nuestros hogares, cuando disfrutamos de la paz de un país libre.
Sin duda alguna, no podemos saber qué se siente vivir en «la mayor prisión del mundo», pero solo al estar fuera de ella somos capaces de ayudar a esos que realmente lo necesitan. Gaza existe.