Foto del líder soviético tomada audazmente hace algunos años en el mausoleo del Kremlin, en la Plaza Roja de Moscú, por el colega Luis Enrique González Acosta. Autor: Luis Enrique González Acosta Publicado: 21/09/2017 | 05:41 pm
El neurocirujano realiza las primeras incisiones en el cerebro más excepcional que ha tenido en sus manos. Un instintivo presentimiento le inquieta, aunque pregunta en broma al agente Most, de la KGB soviética: «¿Capitán, usted me está vigilando?». El oficial, con una leve sonrisa en sus labios, contesta: «No, doctor, estoy cuidando un cerebro».1
Uno de los mejores especialistas de la cirugía cerebral en ese momento, el alemán Oskar Vogt, es quien dirige el equipo médico. Se comienza a investigar la corteza cerebral de un ruso extraordinario: Vladimir Ilich Ulianov, Lenin, el artífice de la Revolución que en solo diez días estremeciera al mundo.
Dos dudas deben dilucidarse: las verdaderas causas de su muerte, y si es factible hallar indicios físicos justificativos de la genialidad y la profundidad de su pensamiento.
Lo primero es el carácter secreto de la autopsia, calculada en unas cinco horas. El Gobierno soviético contrató al grupo de prominentes hombres de las neurociencias. Los médicos han pedido cobrar el equivalente de 25 000 pesos oro per cápita por su trabajo y se les pagaría 30 000 a cada uno.
Lenin fue objeto de un atentado a tiros el 30 de agosto de 1918, con balas envenenadas. Le disparó a mansalva Feiga Jaimova Roitman, alias «Kaplan»: eserista, anarquista y contrarrevolucionaria. Dos de los tres disparos de una pistola Browning hechos por esta mujer, a boca de jarro, dieron en el cuerpo del líder bolchevique, pero solo uno parecía ser mortal. Ocurrió cuando Lenin salía de hablarles a los obreros de la fábrica Michelson, en las afueras de Moscú, aunque no murió hasta el 21 de enero de 1924. Tenía el plomo más agresivo y peligroso incrustado en el cuello, muy próximo a la médula espinal, e imposible de extraer en aquella época.
Para investigar aquel cerebro excepcional, a un grupo selecto de especialistas soviéticos se sumó otro integrado fundamentalmente por científicos austríacos, belgas y alemanes, contratados por el Gobierno de la URSS. Son desconocidos todavía hoy los criterios expresados por los neurocientíficos.
Se ignoran igualmente las pesquisas que en 1970 hicieron los científicos soviéticos por el centenario del natalicio de Lenin. Se desconoce además que la KGB, al enterarse de la posible invasión alemana en 1941, ejecutó una operación comando secreta consistente en trasladar con urgencia el cuerpo embalsamado de Lenin y ocultarlo casi cuatro años en un lugar seguro en la Siberia, mientras se exponía un Vladimir Ilich de goma en el mausoleo, para protegerlo de secuestro o destrucción enemiga, según información entregada por la Embajada rusa en La Habana.2
Lenin en el panteón de los cerebros
Durante las secuelas del atentado, 27 médicos atendieron a Lenin, pero solo ocho firmaron su autopsia, con la mayor discreción guardada sobre una maniobra de esta envergadura, fiscalizada por la Salud Pública y los servicios secretos de la URSS.
Vogt, quien viajó a Moscú en numerosas ocasiones entre 1920 y 1930, expuso algo muy controvertido: «El cerebro de Lenin es distinto, tiene algo peculiar. Las neuronas piramidales de la capa III de su corteza cerebral son de un tamaño mayor y más numerosas de lo normal, una capa más gruesa. Y la IV más fina que en la mayoría de los demás cerebros humanos».
Consideró que esas células implicadas en circuitos de asociación y conexiones habían permitido al dirigente ruso «una mente muy ágil, con un gran sentido de la realidad y de la imaginación, capaces de relacionar ideas con gran rapidez».
En aquella autopsia de 1924 intervinieron el anatomopatólogo ruso Alexei Ivanovich Abríkosov, «Semashko», comisario de Sanidad de la URSS; el doctor Filímonov, jefe del Departamento de Patología del recién creado Instituto de Investigaciones del Cerebro, de Moscú, así como otros neurocirujanos. El equipo fue encabezado por Oskar Vogt y sus ayudantes, además, por el médico Minor. Estaba presente el citado capitán «Most», de la KGB.
En el Instituto de Investigaciones del Cerebro, de Moscú, (creado al fallecer el líder soviético), Vogt organizó lo que denominó El panteón de los cerebros. El primero llevado a ese centro fue justamente el de Lenin. Le siguieron los de Máximo Gorki, Konstantín Stanislaski, Serguei Einsenstein e Iwa Pavlov, entre otros. El último en recibirse entonces fue el cerebro del físico y Premio Nobel de la Paz de 1975, Andrej Sajarov.3
Vogt era ya profesor y director del Instituto Emperador Guillermo de Investigación Cerebral y Biología General, en Berlín, donde comenzó a recibir donaciones de cerebros de hombres eminentes, sobre todo de científicos. Allí logró reunir una colección de órganos «de élite» para poder investigar lo que denominó «fuente de la genialidad», según su hipóteis. Esta institución fue financiada por la Sociedad Emperador Guillermo, la Sociedad Max Planck, la Fundación Rockefeller y el Gobierno del Reich alemán. Pero en cuanto Adolfo Hitler supo que Vogt estaba colaborando con los soviéticos, mandó a destituirlo. Mas como Oskar Vogt era amigo íntimo del principal magnate del acero en la tierra alemana, Fritz Alfred Krupp, además de su médico personal, este al enterarse financió más tarde la creación de otro Instituto similar en la denominada Selva Negra, en Neustadt, dirigido por Vogt.
Vogt publicó un artículo científico en 1929 en el que afirmaba que las células «piramidales» de la tercera capa del cerebro de Lenin evidenciaban su genio.
Dos décadas de investigación
Oskar Vogt sugirió fraccionar el cerebro de Lenin en 31 000 secciones o láminas y repartirlas entre los principales especialistas alemanes, austríacos, franceses, belgas y de otras naciones. Cada grupo investigaría tales láminas, rendiría un informe detallado de sus hallazgos y las devolvería a la URSS en una fecha acordada mutuamente. 4
Seccionar adecuadamente el cerebro de Lenin le llevó a Vogt casi un año, y la investigación abarcó casi dos décadas. En 1945 las partes del cerebro que fueron a parar a Alemania para su estudio seguían en ese país, ocultas como para no devolverlas nunca, y en poder, increíblemente, de Vogt.
Según los especialistas belgas L. Van Bogaert y A. Dewulf, los soviéticos enseguida montaron una rápida operación comando para impedir que los servicios secretos estadounidenses consiguieran apoderarse de tales porciones del cerebro de Lenin.
Un reducido grupo de agentes de la Inteligencia soviética, ya dentro de Berlín —cuatro hombres y una joven y bella mujer— tocaron a la puerta de Oskar Vogt y no tuvo otra alternativa que entregar el tesoro que escondía.
Así, de manera rápida y clandestina, fueron rescatados, custodiados y regresados a Moscú aquellos diminutos restos del líder soviético, para completar el «rompecabezas» en que se trocó su luminoso cerebro y que logramos ver el fotógrafo Reinaldo González y el autor de este trabajo en su depósito definitivo en Moscú, el Instituto de Investigaciones del Cerebro, en el invierno de 1979, como enviados especiales de Juventud Rebelde.
A cien años
Sobre las causas del fallecimiento de Lenin hay distintas versiones. Unos plantean que murió de neurosífilis, transmitida por una «activista» de amor libre. Otros que falleció porque la supuesta enfermedad venérea fue tratada con arsénico en dosis demasiado altas, y hasta se comentó que su muerte la originó un factor genético heredado de su familia por la mutación irreversible del gen NT5E, que interviene en la ruta metabólica del calcio, lo que por una excesiva calcificación, le convirtió parte de su cerebro en una «piedra». 5
Los médicos soviéticos en su informe señalaron que tal obstrucción dio lugar al surgimiento gradual de los cuatro infartos o isquemias cerebrales que sufriera. El primero, en mayo de 1922. Los médicos le exigieron que no leyera ni escribiera, y hablara solo lo necesario, y él afirmó: «¡Pero no me pueden prohibir que piense!». El segundo, en diciembre de ese mismo año, le paraliza el lado derecho del cerebro y tiene que retirarse de la actividad política. Por el tercero, en marzo de 1923, queda postrado en cama, sin poder escribir ni hablar. Y el último le causa la muerte, a las 18:50 horas de Moscú, el 21 de enero de 1924, en la localidad de Gorki.6
En 1970, en el centenario del natalicio de Lenin, se retomó el trascendental asunto. Mijail Suslov, entonces miembro del Buró Político del PCUS, encargado de la conmemoración, ante versiones periodísticas extranjeras falsas sobre las verdaderas causas de la muerte de Vladimir Ilich y de su real enfermedad, encomendó a Eugenio Chazov, entonces ministro de Salud de la URSS, la tarea de esclarecer definitivamente el tema.7
Chazov, en su libro Salud y poder, expresaría: «Nuestra primera dificultad fue encontrar en 1970 materiales vinculados con ese importante tema. Se me autorizó a consultar cualquier archivo y resultó que después de 1924 (año de la muerte de Lenin) relativamente pocos científicos se interesaron por tales testimonios o documentos. Y en realidad hallé lo que buscaba donde no imaginé que estaría: en el Instituto de Marxismo-Leninismo de la URSS, ubicado en Moscú. La información la custodiaba una leal mujer, ya anciana, que con gran celo guardaba los materiales imprescindibles para cumplir la compleja misión asignada. Ella se asombró de que luego de tantos años alguien acudiera en busca de unos datos y materiales como los que ella guardaba, en un viejo armario de madera, un sitio especial del referido instituto, apenas frecuentado.
«Allí hallamos los diarios de los médicos y enfermeros que atendían a Lenin durante su enfermedad, las historias clínicas de su evolución y hasta los preparados histológicos adecuadamente conservados del estudio de los vasos sanguíneos cerebrales, realizados después de su fallecimiento. De esta forma se pudieron constatar las causas verdaderas de su muerte.
«Me impactó mucho saber que Lenin en la recta final de su enfermedad, luego del atentado y sus dolorosas secuelas, llegó a estar inválido totalmente; había perdido el habla, la capacidad de leer y escribir y se convirtió en un ser humano incapaz de vivir sin ayuda. Humanamente era muy duro para sus familiares —y en especial para su esposa, Nadezhda Krupskaya— verlo postrado.
«Lo anotado en los materiales encontrados, lo entregué a los más importantes científicos del país encargados de verlos y analizarlos, entre ellos a los académicos en Medicina y neurociencias E. V. Schmidt, A. I. Strukov y S. Sarkissov. Todos confirmamos que Lenin murió por una severa arterioesclerosis de las carótidas que le provocaron sus cuatro infartos cerebrales, el último de los cuales fue el definitivo.
«Comprobamos que una de las carótidas (yugulares) fue obstruida por la compresión o apretamiento de un hematoma que se formó después de la herida por el balazo recibido en el atentado que sufrió, que no pudo ser eliminado a tiempo. No se encontró ninguna evidencia de lesiones sifilíticas de ningún tipo. Nuestras conclusiones, en aquel año 1970, fueron suscritas igualmente por el ministro de Salud Pública de la URSS en ese año, B. V. Petrovsky». La memoria del hombre que inauguró una nueva época mundial, estaba limpia de calumnias e infamias.
2,6,7 Material enviado por el agregado de prensa de la Embajada de Rusia en La Habana, Serguei Oboznov, procedente de historiadores rusos en Moscú, traducido por Jorge Díaz López.
1,3,4,5,7 El cerebro de Lenin, de Tilman Spengler, Editorial Seix Barral S. A. Barcelona, España, 1992. Versión de la Agencia de Prensa rusa Ría-Novosti, en Internet. Archivo del autor y su libro inédito Rescate del cerebro de Lenin.