El general Mladic (en 1995 y en la actualidad) está acusado de crímenes en la guerra de Bosnia (1992-1995). Autor: AFP Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
Estaba en una aldea perdida cerca de la frontera con Rumania. Llevaba consigo una bolsa de medicamentos, y un par de armas además, pero cuando sus captores ingresaron a la casa donde se escondía no ofreció resistencia. Ya arrestado, y cuando el gobierno de Serbia dio a conocer la noticia, la alta representante de política exterior de la Unión Europea declaró que «pronto se acelerará» el proceso de integración del país balcánico en el bloque comunitario.
Estamos hablando del ex general serbobosnio Ratko Mladic, uno de los principales actores militares en la guerra de Bosnia (1992-1995), y a quien se le imputa la responsabilidad por el asesinato de unos 8 000 varones musulmanes en la aldea bosnia de Srebrenica, en 1995, ante la pasividad de los cascos azules holandeses cuya función debía ser vigilar para que nada así ocurriera.
La condición sine qua non para comenzar las negociaciones de adhesión de Serbia a la Unión Europea, pasaba por la captura de Mladic y su entrega para ser enjuiciado. Precisamente del éxito del operativo —y de sus consecuencias para el país— se congratuló el presidente serbio, Boris Tadic. Ahora, el ex militar irá a pasar una larga temporada en el Tribunal de La Haya, Holanda, tras las mismas rejas que vieron morir misteriosamente el ex líder serbio Slobodan Milosevic, en 2006.
La justicia, donde haya, caiga sobre los culpables. Y Mladic puede resultar serlo, como lo fue su adversario, el general croata Ante Gotovina —aquel se «lució» en Bosnia, mientras este masacró a cientos de serbios en la «República Serbia de Krajina», en Croacia, de donde deportó a 250 000 seres humanos tras saquear sus bienes—. Si los ríos del infierno se nutren, según Dante, de las lágrimas de la tierra, buena parte de su caudal corre, sin duda, directamente desde las tierras ex yugoslavas, y particularmente de Bosnia.
Allí, como narraba el extinto investigador catalán Josep Palau, «todas las combinaciones posibles se dieron en una medida u otra: serbios contra croatas, serbios contra musulmanes, musulmanes contra croatas, musulmanes contra musulmanes, alianza serbo-croata antimusulmana, alianza croato-musulmana antiserbia, pactos serbio-musulmanes». Un ajedrez brutal, en el que los jugadores aspiraban a atraerse las simpatías de la opinión pública. Hubo incluso actos de autoagresión para culpar a «los otros». Como en la capital bosnia, Sarajevo, sitiada por los serbios: cuando estos daban una tregua, previendo el éxito de alguna gestión de paz, el gobierno bosnio alentaba las provocaciones, y todo el mundo se fijaba en la respuesta de aquellos.
Ahora bien, si Gotovina y Mladic merecen la condena, justo es decir que la guerra en la que ejercitaron sus «habilidades» bien pudo no haber acontecido jamás si otros culpables, de cuello y corbata —principalmente en Europa— no hubieran procedido a la carrera a reconocer como Estados independientes a las repúblicas yugoslavas que se querían separar.
En tal sentido, al gobierno musulmán de turno en Bosnia —el ejecutivo se rotaba con el croata y el serbobosnio— le entró el apurillo de declarar la independencia al ver que Eslovenia y Croacia estaban a punto de alcanzar su reconocimiento exterior, por lo que echó a un lado todo el proceso de arreglo interno y de separación pacífica.
Así, entre quienes empuñaron las armas (los que «mataron la vaca») y quienes reconocieron sin más a los «apurados» y dieron por bueno su capricho (los que le «aguantaron la pata») se dio pie a la gran matanza.
Hoy Serbia, más allá de la euforia por la afectuosa palmada que ha recibido por su cooperación, tendría derecho a indagar por qué la captura de Mladic es el punto de arranque en sus negociaciones de adhesión a la UE, cuando Croacia las empezó antes de que Gotovina fuera juzgado en La Haya. Y más: ¿por qué los entusiastas en Bruselas no han pedido todavía investigar a un señor llamado Hacim Thaci, «primer ministro» de un «país» llamado Kosovo, y acusado con suficiente evidencia de haber participado del asesinato de civiles serbios para traficar con sus órganos, durante la guerra que enlutó la primavera de 1999?
Serbia podría preguntar más, pero perdería el tiempo: la vara con que siempre la miden, no es la misma para todos.