El pequeño disfruta su juego en el río Artibonite. Esas son las aguas por las cuales comenzó la epidemia del cólera en Haití. Autor: Roberto Suárez Publicado: 21/09/2017 | 05:10 pm
A su regreso de Haití, el fotógrafo y amigo Roberto Suárez buscaba en su familia las horas tibias en las que tanto pensó mientras descubría, con su lente y su corazón, un universo preñado de lamentaciones, de amor y de vida.
Así sentí que estaba él, del otro lado de la línea telefónica, cuando le di la bienvenida. «¿Cómo te fue en la expedición?», indagué. Y una nunca sabe cuándo desatará aluviones de sentimientos. La pregunta, simple, le hizo un nudo en la garganta a Roberto, quien solo atinó a confesar: «en cada niño que miraba, veía a la mía. Mi niña tiene tantas cosas. Hay que ver lo que yo vi; hay que visitar Haití para entender un mundo de cosas, para saber lo que es pobreza grande…».
Ahí se hizo el silencio. Me despedí del colega como quien ha tenido una conversación muy larga, y le pedí ver las imágenes de cuanto pequeño pudo retratar en medio del asombro y de las emociones.
Las semblanzas que él ha traído y guarda como un tesoro son muchas. El tema de los niños, por ejemplo, es de por sí jugoso. Y así fue que elegimos compartir con los lectores las miradas, las manos, las improntas, las sonrisas de quienes están comenzando y por eso guardan dentro de sí —como alguien me comentara sabiamente— la esperanza de una nación.
Pensó el joven fotógrafo que nada podría superar sus vivencias en Paquistán luego de que ese país fuera herido por un terremoto en el año 2005. Pero ahora sabe que la vida siempre puede ofrecer sorpresas insospechadas. «Haití lo ha superado todo», me ha dicho pasados los días desde nuestra conversación telefónica.
Ya no podrá desprenderse de las aguas, las montañas, los pies descalzos, los enfermos, el revuelo infantil, el amor de nuestros médicos, las casas de cartón y fango, la tierra huérfana de árboles, el olor a leña… Y mucho menos de los sueños y pálpitos de un país que merece seguir existiendo.