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Por las fibras de Sudáfrica

Soweto, la barriada donde Nelson Mandela encontró abono para plantearse un nuevo destino para Sudáfrica, conmueve por los espacios históricos que trazan la estremecedora cronología de luchas de esta tierra

Autor:

Yailin Orta Rivera

JOHANNESBURGO, Sudáfrica.— Desde La Habana nos lo habían advertido: dejar de ir a Soweto es como no ir a Sudáfrica. Esa misma impresión nos atrapó en la mañana de este martes cuando nos detuvimos frente a ese paisaje profuso en colores, en el que palpitó el corazón de la libertad negra y donde el inclaudicable Nelson Mandela encontró abono para alimentar su nacionalismo y plantearse un nuevo destino para Sudáfrica.

Desde que se bordea por la autopista asoma un despeñadero de casitas aladrilladas con techos a dos aguas y de un rojo penetrante, que entró por nuestros ojos con la vastedad con que solo puede hacerlo este espacio infinito y conmovedor que se convirtió en símbolo de la lucha contra el régimen racista del apartheid.

Aunque desde 1994 la historia de Sudáfrica trastocó su camino, preñado de los olvidos y las angustias que sufrió la gente negra y noble de esta tierra, aún son visibles en la fisonomía de Soweto los laberínticos desequilibrios.

Quienes allí estuvimos pudimos pulsar los latidos intensos de esta barriada que se fundó a unos 20 kilómetros al sudoeste de Johannesburgo, producto de la indignante planificación racial.

El guía que nos acompañó explicó que fue en 1904 cuando se estableció Klipspruit, el barrio más antiguo de la actual Soweto, creado para albergar trabajadores, principalmente de color negro, de las minas y otras industrias de Johannesburgo, para que no estorbaran a los blancos de la pujante Ciudad del Oro.

Dentro de este conglomerado de chabolas y mansiones, barrios de clase media y alta, y zonas de indocumentados que subsisten con lo mínimo, la ciudad vibra y se mueve con un ritmo muy cosmopolita y africano a la vez. Soweto no es de esos barrios almidonados, es más bien un gran crucigrama en el que hacen guiños al caminante sus calles abigarradas con las ofertas de los vendedores ambulantes y toda esa sucesión de espacios históricos que trazan su estremecedora cronología de luchas.

Entre esos sitios que encarnan la épica resistencia contra las indignantes políticas segregacionistas antes del establecimiento de la democracia multirracial, se encuentra la iglesia católica Regina Mundi, conocida también como el Parlamento de Soweto, debido a su importancia como centro de reuniones de numerosas organizaciones antiapartheid.

Entre los puntos de referencia que pueblan sus avenidas se encuentra la Casa Museo de Nelson Mandela, donde vivió con su entonces esposa, Winnie, antes de ser encarcelado en 1961.

La acogedora casita tiene la apariencia típica de las otras que decoran Soweto, y que son conocidas por los propios habitantes como «cajas de fósforos», por ser pequeñas y divididas en cuatro habitaciones. La de Mandela es de un solo piso y, a lo largo, por fuera, se recorre caminando nueve o diez pasos, y a lo ancho, en cinco.

Entre sus paredes el visitante se sumerge en el ambiente místico que respiran los objetos allí dispuestos: la mesa de comedor con sus sillas que pudo salvarse de los incendios que provocaron las fuerzas racistas, o el cajón de madera preciosa en el que se acostumbraba poner la dote de las mujeres cuando se casaban, o a través de las fotografías que cuelgan de sus paredes para transportarnos a los gestos íntimos del hogar del líder sudafricano.

Cuenta la guía de la casa 8115 de la calle Vilazaki, que este espacio ha sido restaurado conservando su apariencia original, porque fue varias veces incendiado y atacado con piedras y balas; que Mandela la compró cuando estaba casado con su primera esposa, Evelyn Ntoko, y en ella vivió con la segunda, Winnie, en 1958; que la ocupó por poco tiempo, pues por el odio de las razas tuvo que vivir condenada al ostracismo.

En uno de los espacios del pequeño hogar, en lo que debió ser el cuarto de las niñas, hay ahora una cuidada vitrina en la que pueden observarse varios objetos de este hombre al que le fueron robados 27 años de su intensa vida.

Estremece descubrir allí el documento oficial con el que se abolió el apartheid y la pequeña galería de diplomas: desde el escolar hasta los de Doctor Honoris Causa.

El guía que nos acompaña en este recorrido por las entrañas de Soweto precisó que esta calle es la más importante del mundo, pues es la única en la que han vivido dos premios Nobel de la Paz. Mandela, y a unas cuadras de este lugar está la también pequeña residencia de Desmond Tutu, reverendo activista de la lucha contra el apartheid, y el primer sudafricano negro en ser elegido y ordenado arzobispo anglicano.

Lugar estremecido

Quien recorre el mapa sentimental de Soweto, esa abreviatura de las palabras inglesas South Western Township (Municipio del Sudoeste), queda también conmovido con el Museo Hector Pieterson, que ofrece una relación detallada de los acontecimientos de 1976, incluyendo imágenes y relatos de testigos.

El alma se sacude, tiembla y llora, cuando observa la imagen que atrapó con su lente Sam Nzima, donde se refleja la desgarradora escena en la que Mbuyisa Makhubu, desplomado por el dolor, carga en sus brazos el cuerpo muerto a balazos del niño de 13 años Hector Pieterson, durante las revueltas estudiantiles que se extendieron por todo el país y cambiaron el curso de la historia de Sudáfrica.

El museo y el monumento que se levantan en su memoria recuerdan los dramáticos hechos del 16 de junio, cuando el Gobierno racista anunció que los chicos y jóvenes negros debían estudiar en afrikaans, la lengua del blanco, mezcla de inglés y holandés.

Ese día los adolescentes estallaron. No resistieron más. El país llevaba casi 30 años bajo el yugo del apartheid y decidieron rebelarse. Organizaron una marcha  contra  la medida y se reunieron frente a la Orlando West High School. La Policía dispersó a balazos a los casi 20 000 alumnos y este niño cayó muerto.

Sus demandas apuntaban contra un sistema de educación excluyente y racista, en el que los negros recibirían formación para desempeñar funciones al servicio de los blancos, y contra las precarias condiciones de salubridad de sus barriadas.

El sistema de educación bantú, cuyo objetivo, según declaró Hendrik Verwoerd, entonces ministro de Asuntos Nativos, y luego primer ministro de Sudáfrica, era lograr que los negros fuesen educados desde edad temprana de forma tal que entendieran que la igualdad con los europeos (los blancos) no era para ellos.

Por la magnitud de la represión contra los estudiantes, aquel día es recordado como uno de los más tristes de la historia de Sudáfrica, por lo que fue escogido para celebrar el Youth Day. Con piedras y palos los jóvenes se enfrentaron a una policía apertrechada con armas, que no vaciló en disparar. El fatídico saldo ascendió a 572 niños muertos.

Sobre la calle Khumalu, el museo inaugurado en honor a Hector nos recordó, como también lo hizo el Museo del Apartheid, que nadie puede olvidar a sus muertos, esos que tejen las fibras de toda nación.

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