El XIV Festival, celebrado en La Habana, revitalizó una larga tradición de lucha. Autor: Juventud Rebelde Publicado: 21/09/2017 | 05:04 pm
«Nos veremos otra vez en el camino de la paz». Ese fue el mensaje que proyectó en 1989 la pizarra electrónica, mientras los últimos fuegos artificiales iluminaban el cielo coreano, durante la fiesta de despedida del XIII Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes, celebrado en Pyongyang.
Pero el reencuentro tardaría más de lo acostumbrado. Desde su primera edición, en 1947, hasta 1959, los festivales se celebraron de manera ininterrumpida cada dos años. Luego se hicieron cada tres o cuatro.
La mayoría tuvieron como sede a estados del antiguo campo socialista, cuyos gobiernos apoyaban y promovían estos foros de la juventud progresista. Sin embargo, en 1959 y 1962 se efectuaron en Austria y Finlandia, respectivamente.
Casi tres décadas después, tras el derrumbe del muro de Berlín, la desintegración de la URSS y la caída del campo socialista en el este de Europa, de cierto modo, algunas fuerzas de izquierda se replegaban. Transcurrieron ocho años sin Festival, desde el de Pyongyang hasta la cita de La Habana de 1997, momento en que comenzaron a regularizarse nuevamente.
Habían corrido tiempos de aturdimiento y confusión. Hubo hasta quien habló del «fin de la historia», una «teoría» muy bien alimentada por los interesados en despolitizar a los movimientos progresistas y en debilitar el ideal de Revolución.
Ya América Latina comenzaba a sentirse los retortijones por haberse tragado los paquetes neoliberales presentados por Washington como la salvación: se dispararon mucho más la pobreza y el desempleo; el mundo se hacía cada vez más desigual; las privatizaciones y los recortes de los programas sociales iban en escalada; la paz y la seguridad de los pueblos pendían de un hilo ante las amenazas imperialistas; el mundo se hacía caótico y la vida insostenible aunque, supuestamente, «había terminado» la guerra fría, suplantada entonces por las contradicciones originadas en la expoliación del Norte al Sur.
Sin el bloque de países socialistas se impuso la unipolaridad, y la correlación de fuerzas se inclinaba hacia ideas maquiavélicas como el militarismo y la guerra indispensables al imperio, en vez de apostar por la vida y la paz.
Pero siempre quedaron los convencidos de que Fukuyama no tenía razón. La historia no había llegado a su final y se pedía a gritos una reflexión que abriera los ojos del mundo hacia otro camino. En ese contexto era necesario que el movimiento de los festivales mundiales de la juventud y los estudiantes despertara, y tomara la batuta en la lucha por los viejos sueños y reivindicaciones de la Humanidad.
Nueva arrancada
La primera palabra la lanzó Fidel, el 5 de agosto de 1995, cuando exhortó a los delegados del Festival Juvenil Cuba Vive a retomar la experiencia de esos foros. Durante el acto celebrado en La Punta, el Comandante en Jefe sugirió que si la juventud mundial no encontraba dónde reunirse, podía hacerlo en Cuba, aún en medio del período especial, pero «con la suficiente generosidad, sentido común y capacidad de organización» para llevar a cabo un evento de esa naturaleza.
Ocho meses después, el 23 de abril de 1996, en Bruselas, Bélgica, se comenzarían los preparativos del XIV Festival que tendría lugar en el verano de 1997 en la Mayor de las Antillas, como respuesta a la necesidad de preservar y renovar el espíritu de ese movimiento.
Días después, Fidel lanzaría las palabras que hasta el día de hoy han definido la actuación de la Isla en este movimiento juvenil: «Si de Cuba depende, los festivales no van a desaparecer».
Fidel estaba consciente de la necesidad de que los jóvenes del mundo siguieran reuniéndose para repensar y construir estrategias de lucha contra el imperialismo y la guerra, y por la paz y la solidaridad. Este movimiento, con su gran alcance movilizativo, había llegado a convertirse en una fuerza política para nada despreciable y, ante la persistencia de viejos y nuevos desafíos, era necesario mantener la pupila insomne. Por ello pidió no poner tope al número de personas que vendrían a Cuba el verano siguiente.
También sabía que la hegemonía imperialista y las fuerzas más reaccionarias y de ultraderecha cocinaban el veneno necesario para cercenar la iniciativa de los jóvenes y sembrar el apoliticismo.
La limitación de visas, la prohibición de la salida legal del país, la obstrucción de vías de transporte, la presión sobre los países que apoyaban la realización de estos eventos y la propaganda de descrédito y los intentos de organizar contrafestivales, fueron algunas de las maniobras desplegadas por esos sectores a los que tanto molestaban las reuniones del movimiento juvenil mundial. *
Al clausurar el Encuentro Juvenil Cuba-EE.UU., el 5 de agosto de 1996, en el Palacio de Convenciones de La Habana, el Comandante en Jefe exhortó a los jóvenes estadounidenses a exigir al Gobierno de Washington, con su Constitución en la mano, el derecho a viajar a Cuba.
Otra vez en La Habana
Como en 1978, cuando la Isla acogió el XI Festival, la respuesta de la juventud y el pueblo cubanos en 1997 fue impresionante, en medio de las carencias materiales del período especial. Pero Fidel y su pueblo tenían la receta: no hacía falta grandes recursos, solo vergüenza, voluntad, generosidad y espíritu revolucionario.
En la cita de nueve días, Cuba recibió a 11 325 delegados de 131 países, que se costearon su pasaje y la estancia aquí. La cifra rompió todos los cálculos de los organizadores, quienes esperaban unos 5 000 visitantes. La prensa extranjera acreditada para cubrir el evento también sobrepasó las previsiones: 363 periodistas de 151 medios de comunicación, procedentes de 54 naciones.
Una idea de lo grandioso que fue ese encuentro lo patentiza el hecho de que la delegación estadounidense, cuyo viaje a nuestro país no fue autorizado por el Gobierno de William Clinton, y a pesar de los obstáculos que le fueron interpuestos, resultó ser el mayor grupo de esa nación llegado a Cuba después del triunfo de la Revolución hasta ese momento.
Una vez más el pueblo cubano fue heroico. La emulación «Por mi Festival», promovida por la UJC, recaudó más de 25 millones de pesos y más de 200 000 dólares como contribución al evento, y la parte que sobró se empleó en el financiamiento de proyectos destinados a niños y jóvenes cubanos. Muchas familias acogieron en sus hogares a delegados.
Buena parte de los fondos recaudados salió del trabajo voluntario en la zafra azucarera, las labores en la agricultura cañera, la producción de viandas y vegetales y la recuperación de materias primas, entre otras labores productivas.
La fiebre del Festival contagió al país, y quedaron con un palmo de narices quienes, afuera, desconfiaron de que un evento de esa índole podría organizarse aquí en ese momento, y en tan poco tiempo. Una vez más la Isla del Caribe sorprendía.
Al igual que en 1978, la Escalinata universitaria y todas las instalaciones que acogieron los debates políticos y los festejos culturales, se llenaron de boinas como las del Che. El espíritu del Guerrillero Heroico estaba en cada joven que tomaba la tribuna para denunciar al imperialismo por sus crímenes o explicar sus anhelos o proyectos.
La Habana se convirtió una vez más en la capital de la paz, la solidaridad y la amistad. Derrotados quedaron todos los intentos de las fuerzas reaccionarias por aislar a Cuba y arrebatar a los jóvenes su rol como constructores del futuro.
Con los motores calientes
Fidel no estaba equivocado. La juventud no era apolítica; la juventud seguía comprometida con la vida, y por eso vino a La Habana en 1997. El éxito de los siguientes encuentros, en Argelia (2001) y Venezuela (2005) demostraron, como aseguró el Comandante en 1995, que cada día en el mundo son más las personas que toman conciencia de los problemas.
El próximo XVII Festival, en Sudáfrica, tiene muchas razones para ser especial, pues por primera vez se celebra en África Subsahariana, una región que siempre contó con el respaldo de la Federación Mundial de Juventudes Democráticas (FMJD) —promotora de los festivales— en la lucha contra el apartheid, y que aún sigue recibiendo la solidaridad del mundo en su batallar contra los rezagos del colonialismo.
En breves días, un cálido abrazo de los delegados llegará al Comandante en Jefe Fidel Castro y al líder sudafricano Nelson Mandela, íconos de la lucha contra el racismo y por la liberación del ser humano, a quienes está dedicado el encuentro de Sudáfrica. El amor de corazones latinoamericanos, africanos, asiáticos, europeos… llegará a Mandela, esa infinita fuente de resistencia y paz, y al Fidel de todos los pueblos, que siempre se opuso a la desaparición de una larga tradición de lucha.
* Sedes para una esperanza. Una historia poco conocida de los Festivales, de Inocencia Rodríguez.