Estados Unidos sobrepasó la vara de los 5 000 militares muertos en sus guerras en Iraq y Afganistán, las campañas bélicas de la administración de George W. Bush que heredó el demócrata Barack Obama sin que se vea dispuesto, en el más corto plazo, a darle punto final a esos conflictos armados.
Los pueblos invadidos ponen millones de muertos inocentes. Pero la guadaña también visita a los invasores... Foto: Reuters Antiwar, un sitio en Internet que lleva el reporte de estas bajas, señala además que la cifra no incluye a los uniformados que han muerto meses después de haber sido heridos en el cumplimiento de servicio en esos escenarios guerreros, lo que aumentaría más aún los datos oficiales del Departamento de Defensa.
El número de 5 000 fue dado a conocer en un comunicado de prensa por la organización antibélica Military Families Speak Out (Hablan las Familias de los Militares), grupo organizado en 2002, al tiempo que de nuevo le solicita a Obama la rápida conclusión de ambas guerras, como prometió durante su campaña electoral el pasado año.
Sin embargo, el mandatario hace oídos sordos y también el Congreso de Estados Unidos que, recién de vuelta de un largo fin de semana por la conmemoración del Memorial Day —día de recordación de los muertos en las guerras—, aprobó otro financiamiento para continuar en Iraq y Afganistán, y para lo que Obama había solicitado, al mismo estilo de Bush, un presupuesto adicional de 84 300 millones de dólares.
Curiosamente, ambas cámaras del Congreso le subieron la parada al actual mandatario: los representantes aprobaron 96 700 millones y los senadores 91 300 millones, montos que deben conciliarse para la firma final de Obama, quien además está extendiendo la guerra hasta Paquistán...
Además de enormes sumas de dinero que resolverían perentorios problemas sociales de Estados Unidos —salud, vivienda y educación, entre otros— si fueran bien empleados, estas guerras añaden las más costosas pérdidas: las vidas humanas, la salud mental y física de quienes quedaron mutilados, los sufrimientos de sus familiares, y hasta los irreparables daños a la moral de un país imperial. Por supuesto, habría que contar, no en igualdad de condiciones, sino multiplicadas en pesadumbres, la situación de los agredidos, invadidos, ocupados, masacrados, encarcelados, torturados, que se cuentan por millones en los pueblos mesopotámico y centroasiático.
El presupuesto adicional de «emergencia» seguirá manteniendo los gastos de guerra «fuera de los libros contables», para enmascarar más aún el engaño y vendar los ojos de quienes de ninguna forma quieren ver la realidad.
Y nada de esto conmueve a quienes ganan con las guerras del imperio: el complejo militar industrial y su maquinaria de propaganda se regodea en medio de la crisis económica y del baño de sangre en que cinco mil y más murieron, y morirán...