Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

San Mijaín de los gladiadores

Autor:

Norland Rosendo

París.— El Mijaín de Cuba, López para los franceses, se colgó su quinto oro olímpico como si fuese lo más humano del mundo. Se quitó las invictas zapatillas y las dejó en medio del colchón, iluminadas por su gloria y cientos de flashes. Terminó limpio, puro, con toda la gloria dentro de su sonrisa y en medio del pecho.

No se lleva más. No quiere más. Subió campeón y bajó leyenda. En 128 años de Juegos Olímpicos modernos nadie había acaparado cinco títulos seguidos en una misma prueba.

El 6 de agosto de 2024, marque la fecha, sucedió la proeza. Hasta el presidente del COI, Thomas Bach, tomó asiento en primera fila para contemplar un hecho que merece encabezar el ranking de los sucesos históricos en París 2024.

Aquel muchacho que debutó en Atenas 2004 cuando su hermano Michel fue bronce en boxeo y él quedó en quinto lugar, volvió cuatro años después dispuesto a ascender al olimpo. Desde entonces, éxitos y éxitos. Sus rivales probaron con todo y ninguno pudo derribarlo.

Terminó su historia dejando en plata a un hijo. Algunos solo vieron el combate entre un cubano de Cuba y otro cubano de Chile (Yasmani Acosta). Vieron poco, no vieron nada. «Fueron dos corazones iguales, solo que vestidos con banderas diferentes», dijo Mijaín poniéndole sus mejores sentimientos al deporte.

Así como fue tumbando contrarios en su exitosa carrera, respondió, una a una, cada pregunta ante una extensa fila de periodistas agolpados en la zona mixta.

Juventud Rebelde quiso proyectarlo en un ejercicio mental, pero la leyenda volvió a ganar marcando los cinco puntos limpiamente, ante la provocación de calificar cada oro olímpico con una palabra:

—¿Beijing 2008?

—La novatada.

—¿Londres 2012?

—Trascendencia

—¿Río de Janeiro 2016?

—Esfuerzo.

—¿Tokio 2020?

—Sacrificio.

—¿París 2024?

—Alegría.

«Este resultado no es mío solo, mucha gente me ayudó y aportó para que pudiera estar aquí hoy, para ellos también es esta victoria», comentó el grande de Mijaín, quien anunció fiesta en Herradura, su pueblo natal en Pinar del Río.

Cinco veces portó la bandera en las ceremonias inaugurales y en todas ganó. «Fue un orgullo llevarla en mis manos, como lo es representar al glorioso pueblo cubano», enfatizó en el momento más serio del diálogo.

Para hablar de sus entrenadores Pedro Val (fallecido) y Raúl Trujillo, usó una palabra: padres, solo superados por Bartolo, a quien hubiese querido ponerle en el cuello la quinta olímpica.

Junto a Trujillo estaba en la esquina Héctor Milián, oro en Barcelona 1992. «Ese es mi ídolo desde los nueve años, siempre quise ser como él, y ahora la vida me premia festejando juntos mi quinto campeonato olímpico y, a la vez, el retiro de los colchones».

Mijaín toca otra vez el adiós y a mis ojos volvieron sus zapatillas en medio del escenario, dejadas allí, simbólicamente. Solas con tanta heroicidad.

«Sentí un gran vacío cuando me las quité, eran mis armas; las dejé victoriosas, campeonas». Ojalá inspiren a los más jóvenes.

Aproveché que se había relajado en el diálogo, estaba un poco sentimental y busqué la pegada pidiéndole un momento, uno solo, en su carrera deportiva. «Todos, me quedo con todos, fue mucho el sacrificio en cada uno de ellos», ripostó. Y se fue feliz, pentacampeón, a hablar entonces con el Presidente Miguel Díaz-Canel, que estaba ansioso al otro lado de un teléfono para abrazar con elogios y agradecimientos al eterno niño de Cuba.

«Tu medalla es lo más grande de esa olimpiada», alcancé a escucharle al mandatario. Y sentí en sus palabras a la Isla toda estremeciéndose aún por la hazaña de su mejor deportista de todos los tiempos.

Dijo adiós un mortal campeón y nació una olímpica leyenda: San Mijaín de los gladiadores.

 

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