Cali, Colombia.— Este «café con salsa» que tan gustosamente les he preparado por estos días, no podía terminarse sin que les hablara de Cali y su gente. Porque una ciudad nunca podrá ser bien amada si su pueblo no se deja querer.
Por fortuna, no es la mala personalidad lo que define al caleño, sino todo lo contrario. Si me pidieran describirlo, les hablaría de amabilidad, respeto, solidaridad, compañerismo y jovialidad.
Y es que los de la capital del Valle del Cauca son tan cálidos como su clima. Tanto, que la nostalgia inevitable que nos llega con los días al estar fuera de casa, puede llegar a disminuir con un saludo o una simple sonrisa, e incluso hasta disiparse, porque aquí los lugareños tienen ese poder, el de contagiar de alegría a todo el que se le acerca, y si no eres local, pues mucho mejor.
En Cali he podido compartir con muchos. Desde el personal de servicio del hotel en el que nos alojamos hasta los dependientes de los mercados y los siempre necesarios y conversadores taxistas, y todos tenían algo que decir sobre Cuba, los que la han visitado y los que no. Algunos con una idea equivocada de nuestra realidad; otros, más interesados en conocer sobre los logros del país.
La primera edición de los Juegos Panamericanos Júnior, que llegó a su fin este domingo, también nos dio la posibilidad de tratar con un grupo de personas, jóvenes en su mayoría, sin los cuales este certamen no hubiera podido ondear la bandera del éxito. Esos fueron los voluntarios.
Muchachas y muchachos, caleños, caleñas y hasta de otras partes del territorio colombiano y extranjero, que hicieron una pausa en su vida habitual solo para atendernos. Gente capaz de desviarse de su camino para ayudarte a encontrar el tuyo o de repetir orientaciones hasta el cansancio, sin abandonar la sonrisa en momento alguno.
Nadie podrá hablar de los primeros juegos continentales para atletas menores de 23 años sin hablar de sus voluntarios y del maravilloso trabajo que hicieron, y ahí incluyo además a las aseadoras de la sala de prensa en donde pasamos gran parte de nuestro tiempo aquí, gente humilde que en pocos días se supo ganar el cariño de todos nosotros.
La lid juvenil de Cali ya es historia, pero la grata experiencia vivida en cada jornada quedará por siempre. Para mí ha sido un privilegio el haber podido conocer un poco esta ciudad, su cultura, su pueblo, porque eso me ha permitido lograr prepararles a ustedes casi a diario, este cafecito, que espero no me haya quedado amargo.