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Ímpetu

Los espejismos de una recuperación tan pronta hicieron soñar a Katarina cuando sonó el disparo del starter en el inicio de los 200 metros planos

Autor:

Eduardo Grenier Rodríguez

Hubo un momento en la carrera en que vio el cielo de Tokio más oscuro que nunca. Hubiese querido morir, presa de una frustración abrasadora, tan fuerte que casi le quemaba por dentro. Por unos segundos Katarina aflojó cada vértebra y se dejó caer en cuerpo y alma. Algún ser supremo le quería arrebatar la gloria.

Y quien ha visto truncados sus sueños sabe bien qué sucedió. Quien ha destinado meses de esfuerzo para algo y luego no recibe nada, sintió en sus pieles el sufrimiento de la campeona y le acompañó en cada paso. Katarina Johnson-Thompson no estaba sola, por mucho que al llevarse la mano a la pierna hubiese preferido que la pista del estadio se partiera en dos y la tragara antes de que la lesión fuese certeza.

Tiempo atrás, el tendón de Aquiles le había fallado. Y Katarina, que es la mejor del mundo en el heptatlón, por mucho que algunos especialistas osen decir lo contrario, había encomendado a entes divinos el destino de su competencia.

Fueron ocho meses los que le obsequió el calendario para reponerse de una cirugía dura, hostil en tanto rompía con el progreso de un organismo prodigioso. Mas no hubo otro propósito que cantar, porque no podía ser otra que ella, las notas del himno de Gran Bretaña cuando la séptima prueba de la competencia múltiple del atletismo llegara a su fin.

Hasta los eruditos sufren. Los espejismos de una recuperación tan pronta hicieron soñar a Katarina cuando sonó el disparo del starter en el inicio de los 200 metros planos. Iba primera, dueña y señora de una clasificación repleta de contrincantes respetables. Hasta que el pinchazo casi le desbarata su estabilidad sicológica.

Y aún así, tan grandes son los grandes, tanta gloria acumulan los campeones de verdad, los de raza, que tuvo tiempo para levantarse y casi en sollozos cojear hasta la línea de meta. En esos segundos, habrá tragado con amargura el fiasco. Pensaría probablemente en lo que pudo ser y su pierna astillada le impidió. Lamentaría decepcionar al médico que confió y al entrenador que estuvo a su lado a sol y sombra.

En el fondo, Katarina quizá no tuvo tiempo para pensar en la dimensión de su gesto. Aun sabedora de que la corona olímpica acabaría situada en la frente de otra, quiso culminar. A rastras, destruida, turbada. El estadio la vio superar la raya blanca tras rechazar las asistencias médicas.

Las reinas no terminan con ayuda, diría, tan sobria ya y dispuesta a concluir con decencia, enfocada en reparar cualquier ruptura física y emocional. Sin tiempo para el lamento y con una lección gigante, habrá Johnson-Thompson para rato. Si tuvo la flema para llegar a la meta con el talón agujereado, ni Aquiles, ni ningún otro héroe mitológico podría igualar el empuje de la campeona para fortalecer su figura y volver. Porque volverá y ganará. No tengo dudas.     

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