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Villa Clara y Matanzas han brindado un gran espectáculo en la final. Autor: Calixto N. Llanes Publicado: 21/09/2017 | 05:35 pm

SANTA CLARA.- Para el villaclareño Freddy Asiel Álvarez las probabilidades no existen. Para Víctor Mesa, quien mantiene una relación de amor-odio con esta ciudad, las explicaciones tampoco.

Comprobada la superioridad del equipo villaclareño en esta final, son estas las únicas conclusiones que se pueden sacar del partido dominical, cuarto de una serie que se hunde cada vez más en los bolsillos de la tropa que manda Ramón Moré.

Se hablará mucho, y durante mucho tiempo, de las encomiables faenas del diestro de Sierra Morena en esta postemporada. Esas son muy buenas noticias para Villa Clara, y por qué no, para Cuba entera, huérfana desde el adiós de Pedro Luis Lazo de un pitcher «macho» —lejos del sentido más genérico de la palabra—, esos depositarios de la fe incuestionable de una afición tan conocedora de béisbol.

De que Freddy es el lanzador número uno del momento a nadie le cabe la más mínima duda. Pobre del que, por algún regionalismo o cuestión que se le parezca, no quiera verlo así. Volvió a echar por tierra la teoría de las probabilidades, esa que tiene en él la excepción que la confirma.

Su enorme calidad fue un valladar casi inexpugnable para una batería matancera oxigenada con los 11 imparables y el triunfo en la noche anterior. Los ¡40ceros! consecutivos colgados en las pizarras propias y ajenas, son los argumentos más pesados de su actual inmensidad.

La cadena se la intentó quebrar el manager matancero en la misma primera entrada, aprovechando el doblete de su hombre proa. Casi lo logra, mas Ariel Sánchez no logró pisar el home, según la apreciación del árbitro principal. Pero entre una jugada y otra apareció la cuestionable orden de sacrificio dada a Guillermo Heredia, sin outs, para adelantar al corredor.

En mi manual, que por suerte no se asemeja a ninguno, esa posibilidad aparece como sinónimo de conservadurismo puro y duro. Pero me pareció advertir la intención subliminal, el propósito velado del estratega yumurino.

Asumí como interesante la esperanza de Víctor en que esa carrera, tejida aun a contracorrientes, tendría un efecto psicológico en el rival y en los suyos. Entendí que se merecía el beneficio de la duda.

Por eso escuché, también esperanzado, la pregunta que sobre el tema le hiciera un colega local al también manager del equipo Cuba. Me atrevo a asegurar que muchos de los que en ese instante presenciaban la conferencia de prensa, aguzaron el oído para escuchar sus argumentos.

Todo fue en vano. La oportunidad de una respuesta «verdadera» quedó cortada a ras del suelo con un «yo soy el director y mando la jugada que entienda». ¡No faltara más!

Por muy acostumbrados que estemos a desplantes y caprichos en esta pelota tan poco habituada a la seriedad y el orden, posturas como esa no dejan de sorprendernos. Por lo visto, hay quienes —nótese el plural— creen que sus decisiones no merecen una explicación coherente y necesaria, esté acorde o no con el criterio de especialistas y aficionados. O que es una soberana herejía disentir y cuestionar públicamente, aunque no nos asista la razón. ¡Mal andamos!

Por suerte, la jugada en cuestión fue menos determinante en el desenlace que los certeros envíos de Freddy Asiel y la mágica tarde ofensiva del antesalista Yeniet Pérez —autor del único jonrón de la tarde—, quien impulsó todas las anotaciones de su equipo. Esos fueron los verdaderos argumentos de la derrota.

Así las cosas, Villa Clara ya prepara la fiesta, aunque Moré haya pedido calma a la hora de «cerrar el lazo». Por su experiencia sabe que la situación aporta cierta tranquilidad, pero también pudiera aparecer la presión por los deseos de celebrar la conquista del cetro frente a su público.

Queda cordel. Cuando menos falta un juego y muchísimas interrogantes. Ojalá que también ciertas respuestas.