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Lázaro Junco Nenínger, entre jonrones y cicatrices

El pelotero matancero pegaba unos jonrones descomunales e inspiraba respeto por su fortaleza física

Autor:

Juventud Rebelde

Quizá no se paraba «bonito» en el cajón de bateo, pero Lázaro Junco Nenínger pegaba unos jonrones descomunales e inspiraba respeto por su fortaleza física. Todavía luce en buena forma, como si los años no pasaran por él.

Siempre lo vi jugar con el rostro «apretado», pero ahora descubrí a un hombre locuaz y jaranero, muy lejos de aquella imagen seria que proyectaba en el terreno. Conversamos en las gradas vacías del estadio matancero Victoria de Girón.

Así me entero de muchas cosas sorprendentes. Por ejemplo, Junco pudo debutar con Industriales y fue Pablo Gutiérrez, su profesor en el Tecnológico, quien le aconsejó guardar la sonrisa para jugar a la pelota.

«Me empaté en serio con el béisbol en el año 1973, cuando estudiaba en la capital. Fue en el Instituto Politécnico de Química Mártires de Girón, en el municipio de Playa. Como casi todos los muchachos, sabía jugar pelota, pero no había pasado por ninguna escuela deportiva. También practicaba voleibol, baloncesto y boxeo.

«Un día, precisamente jugando baloncesto con el Gato Varona, vimos que el profesor Pablo Gutiérrez estaba haciendo pruebas para integrar el equipo de béisbol del Instituto. Nos acercamos y enseguida me preguntó si sabía jugar. Entonces respondí que podía defenderme con un bate en la mano.

«Por aquel tiempo me gustaba la tercera base, porque mi pelotero preferido era Owen Blandino, además de Félix Isasi. En definitiva, me escogieron en el equipo y tuve un buen resultado en ese primer campeonato.

«Después el profesor Pablo me aconsejó que pasara a los jardines y jugué en esa posición el segundo torneo con el Instituto. Luego me invitaron a participar en el campeonato de primera categoría con el municipio de Playa.

«En los torneos provinciales conocí a Elnudys Poulot, Rey Vicente Anglada y otros grandes peloteros que estaban con La Pesca, donde había tremendo equipo.

«Así también conocí al difunto Changa Mederos. Muchacho, la primera vez que lo enfrenté me tiró tres curvas y yo no sabía cómo tirarle a la bola. Fue en el terreno del Hospital Psiquiátrico, que tenía otro gran equipo. Entonces empecé a ir al Latino para ver a Capiró y tratar de captar su forma de bateo.

«Pablo Gutiérrez me aconsejaba pegarle delante a la pelota y aprovechar mi fuerza natural. Siempre me animó, pero decía que yo tenía un gran defecto: me reía por todo, lo mismo si se le caía la bola a un compañero, o si yo mismo fallaba. Para él, había que coger la pelota con seriedad, por respeto al pueblo».

—¿Cómo llegó Junco a las series nacionales?

—En 1978 terminé mis estudios de Química Industrial en el Instituto y me invitaron a la preselección de Industriales. Sin embargo, dije que regresaría a Matanzas, porque si tenía posibilidades de colarme en uno de los equipos capitalinos también podía hacerlo en mi provincia.

«Llegué a Limonar y enseguida fui a los entrenamientos para la serie provincial. Entonces Gerardo Sile Junco me preguntó por qué estaba allí si lo mío era el baloncesto y el voleibol. Le dije que iba a eliminarme como todo el mundo.

«Al final demostré lo que había aprendido en La Habana y ese primer año fui líder en jonrones durante la serie provincial. Félix Isasi me dio muchos consejos, fue como un padre para mí.

«En series nacionales debuté con Citricultores. Mi primer jonrón fue aquí en el estadio Victoria de Girón, como emergente, frente a uno de los grandes lanzadores de aquel momento: Orlando Figue-redo. Entonces pensé que si le había pegado jonrón a él, podía dárselo a cualquiera.

«En la serie de 1981-1982 fui líder en jonrones entre tantas figuras establecidas como Muñoz, Cheíto, Casanova, Medina o Reinaldo Fernández. Eso me dio mucha confianza.

—Al principio usted robaba muchas bases y después no. ¿Por qué?

—Bueno, Gerardo Bravo era el mentor y me dijo que mi función en el equipo era dar jonrones e impulsar carreras, pues para robar estaban Wilfredo, Isasi y los demás. Lo entendí porque yo me lesioné la rodilla derecha jugando baloncesto y hubo que pasarme un clavo. Entonces cada vez que saltaba, o me deslizaba, se inflamaba mucho. Al final robé más de cien bases y me capturaron pocas veces.

—¿Es más difícil batear el lanzamiento en curva hacia afuera, o la bola pegada?

—En eso hay bastante controversia. A mí me hacían daño los rompimientos hacia afuera, pero de todas formas prefería que me lanzaran así y no cerrado.

«Una vez, en La Habana, Chiquitín Cabrera me dijo que si quería dar más jonrones empujara la bola hacia el jardín derecho, porque yo halaba demasiado. Claro, me pidió que no lo probara en esa serie contra su equipo.

«Por la noche ellos pusieron a José Ibar, que siempre me tiraba slider hacia afuera y yo pasaba trabajo para conectarle. Pero en la primera vez al bate le di jonrón entre center y rigth.

«Cuando llegué a home me llamó Chiquitín y le dije: profe, solo estoy practicando, no se preocupe. Desde entonces me quedé con aquella fórmula”.

—¿Le dieron muchos pelotazos a Lázaro Junco?

—(Se ríe) Un montón y sé que muchos fueron intencionales. Un día jugábamos contra Pinar del Río y le di un jonrón por el center field a Juan Carlos Oliva.

«En mi segunda vez al bate, Félix Isasi se empieza a meter con Oliva y lo reta para que me tirara un pelotazo. Yo pedí tiempo y Félix me susurró: ponle carácter. Entonces entré de nuevo al cajón de bateo y lo miré fijamente. Juan Carlos comenzó a reírse y me dio la base por bolas.

«Después Félix me dijo: ves, si no le pones carácter te la iba a tirar. Desde entonces aprendí a ponerle cara fea a los lanzadores, sin excesos, porque al final son cosas de la pelota.

«Otra vez estábamos en Calimete —jugaban Citricultores y Villa Clara— y le di jonrón, doble y triple a Mario Véliz. Después él explotó y trajeron a Isidro Pérez de relevo.

«Enseguida Pablo Hernández pegó doble y yo vine después a buscar un hit para hacer la escalera, que siempre es difícil de conseguir. Pero Isidro me dio un bolazo en la cabeza que por poco me mata.

«Al hospital de Matanzas fue a verme Alejo O’Relly (todavía él jugaba en Villa Clara) y me confesó que el director había mandado a tirarme el pelotazo. Eso fue un sábado y el domingo por la mañana el médico me dio el alta y yo fui para el estadio.

«Había doble juego y no salí en el primero, pero en el segundo trajeron a Isidro Pérez de relevo y yo le dije a Tomás Soto, que era el director: voy de emergente.

«Él se alarmó, pero yo lo calmé: tranquilo, solo voy a darle jonrón. Y se lo di. Nunca perdí las relaciones con Isidro, ni con el director que mandó a darme el pelotazo. Pero debemos pensar en las consecuencias que puede traer un bolazo antes de tirarlo por gusto. Es mejor darle cuatro bolas al bateador que golpearlo».

—Junco fue uno de los peloteros con menos suerte para integrar el equipo Cuba. ¿Cómo asimilaba eso?

—Bueno, yo rendía, iba a la preselección, y al final casi siempre me eliminaban. Los motivos nunca me los explicaron.

«Una vez Servio Borges me llegó a decir que yo no estaba en los planes del quinquenio. Imagínate si el béisbol se iba a planificar igual que la producción de las empresas.

«Por fin integré el equipo Cuba para los Juegos Centroamericanos de La Habana, en 1982. Ese año el resto de los jardineros no estaba en su mejor forma. Entonces Muñoz y Cheíto me decían: no te preocupes novato, tú vas a jugar.

«Pero fueron pasando los días y nada. Ya al final de la serie me sacaron a batear frente al puertorriqueño Feliciano y el público que estaba en los palcos empezó a preguntarme jocosamente si yo estaba en ese equipo.

«Salí predispuesto, con la mente congestionada, y me poncharon. Ahí el Latino entero comenzó a aplaudirme y yo sentí vergüenza porque parecía que me había ponchado a propósito. Eso me ayudó a madurar más.

«Dos años después había mundial en La Habana y sabía que para integrar el equipo debía quemar las naves. Al final me colé, pero tampoco salí como regular.

«En el juego contra Puerto Rico estaba yo en el banco junto a Rolando Verde y Pedro Chávez nos mandó a bajar al túnel para calentar. Yo vi que venían a batear los “caballos” y pensé que aquello era por gusto. Sin embargo, Luis Cuba, que era el delegado del equipo en aquel momento, bajó y me dijo: Junco, dice Chávez que vas tú por Muñoz. Cuando salí al terreno Muñoz me preguntó: novato, qué tú haces aquí. Hasta los pies me temblaban, pero le dije: Chávez me mandó.

«En ese momento, con el Latino lleno, me vino a la mente el recuerdo de los Centroamericanos de 1982 y juré que no podía pasar lo mismo. Solo me propuse golpear la bola y saqué un gran batazo contra las cercas del jardín central. Después el propio Muñoz me felicitó».

—¿Cuándo Junco toma la decisión de retirarse?

—Yo no decidí eso. Mi meta era llegar a los 500 jonrones. Pero me mandaron a jugar a Ecuador con otro grupo de atletas y allí recibimos la famosa resolución del retiro.

«Al regreso dije que no quería retirarme y me presionaron bastante. Incluso, llegaron a decirme que debía jugar la serie provincial para ganarme el puesto en el equipo Matanzas, lo cual fue muy irrespetuoso. Al final, cedí ante las presiones».

Nos despedimos con algunas reflexiones sobre los temas más cotidianos. Actualmente Junco tiene 51 años —nació el 5 de septiembre de 1959— y vive orgulloso de sus dos hijos.

El varón se llama Lázaro Francisco y tiene 19 años. La hembra, Adilis, anda por 22 y ya le ha dado dos nietos, el último hace solo tres meses.

Ahora Junco dirige a los muchachos de 15-16 años en Matanzas, quienes dentro de unos días disputarán la final de su categoría en Camagüey. Una medalla le daría algo de consuelo a una provincia detenida en el tiempo, si de béisbol se trata.

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