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El orden de los factores…

María Rosario nunca supo, o quizá no le interesó saber, lo que alguna vez Emilio Samuel sintió por ella

 

Autor:

JAPE

Cuando hace un par de años Emilio Samuel Pérez concluyó el proceso de divorcio con su única esposa de toda la vida, Laura María Fonseca, heredó dos cosas: un pequeño apartamento en San Agustín y una enorme soledad nunca sospechada.

El pequeño local nada tenía que ver con aquella casita cerca del mar conque había soñado, pero sí contenía un gran deterioro que pedía a gritos una reparación capital. Por supuesto, no contaba con el capital para dicha reparación, en cambio, tenía a mano la disposición de un amigo de la infancia, que no era ni albañil ni plomero ni pintor ni constructor… pero era su amigo. Y ya lo dice la canción: un amigo, siempre es un amigo, hasta que se demuestre lo contrario.

Para atenuar la soledad, tenía en mente a una hermosa mujer, no tan joven, pero sí vigorosa y divertida, a la cual le había «echado el ojo», hablando en buen cubano, desde hacía un tiempo. Incluso, desde antes del divorcio.

María Rosario Hernández Zárate, si no era el ideal de sus sueños, al menos se le semejaba bastante: linda sonrisa, bellos y expresivos ojos, bien proporcionado el cuerpo sin llegar a la exuberancia y, sobre todo, soltera y sin compromiso: nada de marido, ni hijos… Algo que nunca llegó a entender del todo teniendo en cuenta «la oferta» que constituía ella, en sí misma, y la alta «demanda» que en el barrio y en el trabajo tenía Marirrosy, como la llamaba cariñosamente.

A pesar de esta circunstancia, él sentía que María Rosario tenía hacia él un trato especial, que sin llegar a nada morboso lo hacía sentir con posibilidades de algo más que una amistad. Así le comentaba a su amigo de la infancia Héctor Roque Luna, quien lo animaba a que de una vez por todas declarara su amor a María Rosario, pero Emilio Samuel no se decidía.

—Creo que lo mejor es que vaya reparando el apartamento y así tendré más motivos para pedir a Marirrosy que venga a vivir conmigo —decía Samuel a su amigo Héctor que ya estaba a disposición del primero para encarar la labor de embellecimiento del apartamento.

Lo cierto es que la empresa constructiva avanzaba poco, mejor dicho, nada. Las habilidades de Emilio y Héctor, más que escasas eran nulas. En aras de aprovechar más el tiempo y entre ambos analizar y acometer los proyectos de remodelación, Héctor se mudó para el deteriorado apartamento de Emilio, y ya era costumbre en el barrio de San Agustín verlos juntos en todos los menesteres del hogar y de la sociedad.

Una tarde, Marirrosy visitó el apartamento de su amigo en San Agustín y al ver las malas condiciones constructivas en que se encontraba, pues el improvisado dúo no había podido arreglar nada, se brindó con gran disponibilidad, y amplio currículo de trabajo, para ejercer dicha obra. A fin de cuentas, ya había recibido la licencia para trabajar como albañil, que ese siempre fue el sueño de su vida: ¿A quien mejor que a un buen amigo para brindar una mano o, mejor dicho, las dos? Emilio y Héctor aceptaron con entusiasmo y María Rosario nunca supo, o quizá no le interesó saber, lo que alguna vez Emilio Samuel sintió por ella.

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