Rafael Lay Sánchez actualmente es violinista, compositor y arreglista de la orquesta Aragón. Autor: Cortesía del entrevistado. Publicado: 17/08/2021 | 09:30 pm
La historia de Rafael Antonio Lay Sánchez es parte de nuestra tradición musical colectiva. Comenzó mucho antes del grito fetal. Antes de que las amigas de la madre se convirtieran en público de aquellos conciertos a golpe de cucharas sobre calderos domésticos. Antes de que la melodía le secuestrara el sueño una noche cualquiera.
Quizá vino con el paladar sonoro de Rafael Lay Apesteguía, ese gran violinista que desde los 13 años tocó como sinsonte para la emblemática orquesta cienfueguera Aragón. Quizá vino de su padre, de las casas de las tías donde los pianos se abren cada día del año. Quizá vino de los aragoneros que suelen ser unos mosqueteros con trajes elegantes. Pudo venir de muchas partes y él ni tuvo intención de hallar la fuente de tanta herencia musical.
«En las presentaciones en vivo, cuando la ˈTimba se pone buenaˈ, las caras empiezan a mirarme para captar las órdenes y a mí me da una alegría enorme ver como esos grandes maestros, de los cuales aprendí desde chiquito y aún lo hago, se entregan apasionadamente al espectáculo. En esos momentos de reciprocidad, intercambiamos conocimientos y amor por la orquesta. Yo vengo de esa familia…», dice en los inicios de una conversación afable.
La música de las charangas es democracia sin política de por medio. Arriba de la tarima no se trata necesariamente de que tan bien suena uno, sino de que tan bien hacen las cosas para que todos suenen bien. Sobre esa cuerda anduvo y anda la Aragón, testimonio sonoro de una creación musical contemporánea con más de ocho décadas de labor continúa.
—En el 2020 la orquesta Aragón arribó a su cumpleaños 81. ¿Cómo valoras la sonoridad de la orquesta, luego de la influencia de nuevas generaciones de creadores?
—A pesar de estar integrada por jóvenes artistas, mantenemos o tratamos de sostener el sello musical aragonero, creado por nuestros eternos guías que ya no están como mi abuelo Rafael Lay Apesteguía. A esto le añadimos nuestros ingredientes, que lógicamente necesitamos aportar y que son muy bien recibidos por los artistas que ya llevan tiempo en la plantilla. Esa realidad nos enorgullece.
—La Aragón confirma su historia al ser reconocida por la Academia Latina de Artes y Ciencias de la Grabación de Estados Unidos con el Grammy Latino en la categoría de Mejor Álbum Tropical Tradicional 2020, con su última producción discográfica, Ícono…
—Fue un trabajo que no lo pusimos como objetivo. Primero grabamos unos cuatro sencillos, compromisos de trabajo y promoción, luego se decidió continuar grabando y conformar el álbum que iba a festejar las ocho décadas de la orquesta. Nuestra actual disquera enseguida nos presentó la propuesta de incluirlo en el proceso de los Latin Grammy.
«El día que me enteré de nuestra nominación recuerdo que hasta un golpe me di en la cabeza, porque brinqué altísimo, de la alegría, y con ese mismo nivel de algarabía lo recibieron los integrantes (…) Ese premio, que marca la carrera de un artista por su alto prestigio, es ante todo un reconocimiento al trabajo de Richard Egües, de mi abuelo y de los demás maestros que realmente crearon la charanga. También de la música cubana en general».
El tema 80, uno de los que integra el disco Ícono, lleva tatuado su firma. Dice que la noche en que lo compuso tuvo que tirarse de la cama de madrugada, abrió el piano, encendió la computadora y empezó a juntar letras como si cosiera el viejo mantel de la abuela.
«Cuando se levantó mi papá, le enseñé lo escrito y el hombre se puso contentísimo. Hasta lágrimas hubo en los ojos de los músicos al descubrir mi nombre en la composición de la obra (...) yo crecí en esa familia artística, siempre tuve claro que ese era el camino del cual no había regreso y me esforcé mucho en el conservatorio Amadeo Roldán para no defraudar a esos maestros», agrega Lay Sánchez, un joven afable, carismático y de manos finísimas.
—¿Cuáles son los retos que impone pertenecer a una generación que no es la fundacional de la orquesta y tiene el compromiso de enaltecer su legado sonoro?
—Siempre me preguntaba ¿cómo me acogerán, cómo me verán siendo el más joven? Y hasta ahora todo ha resultado perfecto. Me apoyan y enseñan con tanto cariño (…).
—La orquesta siempre se ha retroalimentado de la savia popular para identificarse con su público, es el caso de Los tamalitos de Olga, Pare Cochero, El bodeguero… ¿cómo hacen para no lucir viejos en un contexto nuevo?
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—En mis composiciones reflejo historias que le suceden a amigos o alguna persona allegada y eso es un punto a favor con el público (...) Hemos salido fuera de Cuba y no me sale igual la letra, se me hacen unos nudos en la hoja en blanco, porque no tengo el calor, la conexión con la gente de aquí. La melodía de esta Isla es otra…, es la raíz de todo.
«Mi padre (actual director de la orquesta) y los demás músicos han depositado una confianza en mí para transmitirles las nuevas tendencias, esto lo mezclamos con la base de la orquesta, las historias de los cubanos y nos hace llegar a un mayor público y a la vez refrescamos el sonido, pero sin perder el sello.
«Los tiempos cambian y el mundo avanza constantemente. Hoy el uso de las redes sociales acorta las distancias entre nosotros y la audiencia. No podemos enajenarnos de esa realidad, sino integrarnos a esos espacios que antes no existían», dice del otro lado del WhatsApp, en audios que delatan su voz espontánea y segura.
La familia que incluye todo
Todavía cuando llega a casa de sus tías abre el piano como señal de su llegada. Él sabe que irán a su encuentro.
«Después que los maestros Celso Valdés y Dagoberto González salieron de la orquesta traté de priorizar las cosas del Conservatorio en la propia institución para emplear el tiempo libre en la orquesta, o sea, ensayos, giras, grabaciones y conciertos.
«Me gustaba la percusión, en casa muchas veces me ponía a darle toques a las banquetas, las cazuelas de la cocina, pero terminé en el violín…
«Cuando mi papá estaba de viaje ponía un casete con un concierto en vivo de la Aragón y me quedaba inmóvil frente al televisor (…) Casi nunca me perdía sus presentaciones. Él me decía que tenía una fuerza de cara terrible, porque tiraba unos pasillos raros en medio del escenario y nunca me daba pena», agrega.
Su padre, actual director y sucesor del primer Lay, hurgó en la herencia dejada por su progenitor para que la orquesta no perdiera voz. Con el paso del tiempo la Aragón fusionó su ritmo de base, el chachachá, con otros géneros como el son, el bolero, el mambo, el danzón, el cuplé y el rock and roll, además del chaonda, ritmo creado por uno de sus integrantes y que ensambla la música cubana con sus raíces africanas... todo ello para no dejar morir esa agrupación que con tanta vitalidad nació en 1939 al centro sur de Cuba.
Durante sus estudios de música, Rafael Antonio Lay Sánchez participó en varios proyectos como en la Orquesta Sinfónica Juvenil, orquestas de cámaras, coros y charangas Juveniles.
¿Pudiera existir en la orquesta un dúo tan fuera de serie como lo fueron Rafael Lay Apesteguía y Richard Egües?
«Eso es irrepetible, eran unos dioses, no solo ellos, sino todos los aragoneros de la época de Oro. Mi abuelo y su compadre Richard Egües fueron músicos entregados, genios que transmitían constantemente energía musical. Hay que ser sistemáticos, trabajar con deseos y pasión. A lo mejor surja algún dúo que marque nuevamente dentro de la orquesta, lo que, repito, nunca así», dice y se siente su voz medio trunca, una voz que delata algo que otros confirman: quiso conocer al abuelo Lay.
Hoy estamos en un momento especial. Está naciendo la tercera generación y tenemos unas ganas inmensas de trabajar y llegar hasta la cima del Everest si es preciso (...) En el último vídeo clip del tema Aquella chica, la orquesta sale elegante como siempre nos identifica, pero la dinámica y los colores cambiaron… Decir soy aragonero es decir Cuba, un pasaporte mundial. Somos la sonoridad de una Isla bella que no marchita», explica entre tantas preguntas que discurren por la línea recta de una familia amplia y dichosa, de amigos y hermanos, de juegos de dominó y playas vespertinas.
La historia de Rafael Antonio Lay Sánchez es parte de nuestra tradición musical colectiva..., comenzó cuando su abuelo limpió el violín y decidió no tener miedo, así tan mágicamente.
(*)Doctora en Ciencias Históricas e investigadora de la Universidad de Cienfuegos