A la instructora de arte Yanila Rodríguez Gómez le ha tocado enfrentarse a la pandemia al lado de los venezolanos Autor: Cortesía de la fuente Publicado: 24/09/2020 | 09:31 pm
Escribe apasionada y apresuradamente, como si el tiempo fuera demasiado breve o para intentar borrar la distancia que separa a Cuba de Venezuela. «Disfruto al máximo las sonrisas de los niños, el aplauso del abuelo y el agradecimiento de los padres. Eso me basta para sentirme orgullosa de lo que hago como instructora de arte y para no detenerme, incluso, en los momentos difíciles».
Hace más de 13 años, la joven granmense Yanila Rodríguez Gómez apostó por ser instructora de arte. «Al principio pensé que no lo lograría, pero algo me decía que pertenecía a ese mundo y que no debía renunciar a él. En los años de estudio comencé a descubrir cosas increíbles que me hicieron mejor persona, y entendí que, desde la especialidad de teatro, quería enseñar a otros la experiencia que vivía, comprendí que no estaba equivocada, que ese era el camino. Me gradué y comencé a formar parte de un ejército que desde la cultura siempre está al servicio de la Patria», asegura.
—¿Anteriormente tuviste alguna inclinación por el teatro? ¿Por qué te decidiste por esta especialidad?
—Desde pequeña me gustaba hacer mímicas delante del televisor y bailaba con la cortina de la sala o con el palo de la escoba, todo como un juego, pero nunca hice algo artístico en serio. En la familia, mi abuelo, el papá de mi mamá, era aficionado a la música mexicana, en algún momento se dedicó a ella. La verdad elegí el teatro sin saber a qué me enfrentaría, solo sabía que estaba bien ligado a los actores de las novelas, y eso me gustaba.
—¿Qué pasó al terminar la especialidad?
—Me gradué en 2006 en la Escuela de Instructores de arte José Martí, de Holguín, por problemas que había con la infraestructura de la de Bayamo. Entonces comencé a trabajar en el Instituto Preuniversitario Vocacional de Ciencias Pedagógicas 30 de noviembre, actualmente convertido en un centro mixto, donde atendí el movimiento de artistas aficionados y la formación de tres grupos de teatros, que lograron un alto impacto en la comunidad. Siete años muy intensos de los que recuerdo mis andanzas como guerrillera cultural en las comunidades de difícil acceso con mi Pepa, un personaje humorístico que divertía al público a partir de las costumbres del campesinado.
«Por mis resultados de trabajo me seleccionaron para ir a Venezuela como parte de la Misión Cultura. De 2013 a 2015, desarrollé varias labores comunitarias en el estado de Anzoátegui. Fue una etapa de mucho regocijo, de compartir y aprender otros saberes, de intercambiar con los pobladores y conocer sus gustos, de lograr que el arte los sensibilizara.
«A mi regreso continué en el centro mixto, hasta que por motivos personales me fui a vivir a Morón. A lo largo de un año estuve en la Casa de Cultura Haydée Santamaría, pues volví a salir de misión. Llegué a Venezuela en marzo de 2017 y en esta nueva oportunidad he desarrollado mi labor en tres estados. En Mérida asumí la responsabilidad de coordinadora, además de realizar funciones como asesora integral y profesora en el proceso de formación de promotores. En Yacaruy continué esta labor por tres meses y ya en Caracas (distrito capital) ha hecho de todo un poco por la experiencia que voy adquiriendo.
«Aquí, nuestras acciones están encaminadas a visibilizar, promover y fortalecer las expresiones de la cultura popular tradicional venezolana. Lo hacemos mediante el asesoramiento técnico metodológico a los actores sociales integrados en el desarrollo cultural de las comunidades.
«A nosotros nos toca la creación y atención del proyecto cultural infantil Colmenita Bolivariana, la preparación técnico-metodológica a animadores culturales y a unidades artísticas, la realización de talleres artísticos, el desarrollo de foros de experiencias significativas, las actividades de promoción cultural en las comunidades...».
—Tu personaje de la payasita Saltarina ha logrado una gran acogida popular…
—Saltarina es alegría y color: un personaje que surgió en Venezuela en un contexto diferente a este de pandemia, pero con las mismas ganas de divertir y hacer feliz a quienes se detienen a observarla. Con el paso del tiempo se ha moldeado y hoy es mi reflejo multiplicado en colores.
—¿Cómo han enfrentado estos tiempos del nuevo coronavirus?
—La pandemia nos ha hecho replantearnos formas de hacer. Primeramente y como prioridad —cuando fue decretada la cuarentena social y voluntaria aquí—, tomamos todas las medidas de bioseguridad y en apoyo a la Misión Médica nos incorporamos a las pesquisas activas casa a casa y a la logística, una experiencia única que nos ha hecho sentirnos más útiles.
«Los fines de semana, y como parte de la flexibilización de la cuarentena que en su momento decretara el presidente Nicolás Maduro Moros, volvemos a nuestros escenarios naturales y desarrollamos actividades recreativas y culturales con niños, adolescentes y adultos mayores, aunque se han ido sumando otros grupos etarios.
«Además de mantener vivos los elementos identitarios de la cultura popular tradicional venezolana, estas actividades son una forma de hacer conciencia sobre la necesidad de cumplir las medidas establecidas por las autoridades gubernamentales y sanitarias del país para evitar el contagio de la COVID-19.
«Brindamos opciones a las familias venezolanas muy cerca de casa, sin procurar masividad. Buscamos que de forma ordenada la comunidad tenga posibilidad de distraerse después de tantos días de confinamiento».
—¿Son muchas las diferencias culturales entre el pueblo cubano y venezolano? ¿Es es fácil adaptarse a aquella cultura?
—Venezuela posee una gran diversidad cultural, que nada tiene que ver con la nuestra. Es difícil adaptarse a los modos y las costumbres, sobre todo cuando tenemos lo nuestro bien arraigado, pero no ha sido imposible, porque trabajamos de la mano con el ente venezolano, sus conocimientos sobre los elementos de sus manifestaciones culturales y tradicionales. Los procesos que metodológicamente traemos de Cuba han permitido la cohesión del trabajo. Me he nutrido mucho de los saberes populares, el lenguaje, las manifestaciones religiosas y culturales, y la literatura de transmisión oral para el desarrollo del teatro en las comunidades.
—¿Momentos especiales durante estos años de misión?
—Trabajar con niños, hacerlos partícipes de un proyecto inclusivo como la Colmenita Bolivariana, surgido como parte del Convenio de Cooperación Integral Cuba-Venezuela y la Fundación Misión Cultura; hacer que ellos y su familia crezcan como personas. Además, tener la oportunidad junto a ellos de intercambiar con el presidente Nicolás Maduro Moros fue un momento único y especial.
«Otra experiencia inolvidable fue cuando me seleccionaron para representar a los jóvenes de las misiones sociales cubanas en Venezuela en el 11no. Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas. Me llené de emoción y de compromiso con mi país, al que estoy dispuesta a defender en cualquier escenario.
«¿Uno difícil y feliz a la vez? Tener que enfrentar con los niños el no poder vernos presencialmente y continuar con los proyectos de montajes que habíamos soñado. Mensajes como: “Profe, la extraño mucho”, “Quiero volver a hacer teatro”, me hacen sentir añoranza por regresar a nuestra rutina, por hacerles ver que vale la pena encontrarnos para construir juntos un futuro mejor».
—¿Y tú familia, tus amistades…?
—Mi familia ha sido fundamental para desarrollarme en lo profesional y en el cumplimiento de la misión. Su apoyo constante y sus abrazos desde la distancia me dan fuerzas para seguir adelante. Otras personas han estado presentes físicamente, han creído en mí y me han acompañado en este andar con el arte. Agradezco las miradas cariñosas, los apretones de manos y los gestos solidarios que he recibido en todo este tiempo.