Julián del Casal Autor: Tomado de Internet Publicado: 19/02/2020 | 07:46 pm
Valoro de acontecimiento cultural notable en el ámbito de nuestra literatura la reciente aparición del Epistolario de Julián del Casal, transcripto, compilado y anotado de manera esmerada por el Dr. Leonardo Sarría, profesor de la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana y acucioso investigador de las letras cubanas, publicado por el sello Editorial UH de ese centro de altos estudios, perseverante en su labor de entregar obras relevantes en varias disciplinas del saber y distinguidas, además, por un excelente cuidado en la edición y el diseño.
Cartas escritas por la mano del poeta modernista nacido en 1863 y fallecido en 1893, otras, la mayoría, dirigidas a él y varias enviadas por amigos y familiares a sus más cercanos parientes tras su deceso, seguidas de un abundante testimonio gráfico donde se reproducen copias facsimilares de algunas de las conservadas, fotos y otros documentos, integran el volumen de 454 páginas. Pocas se habían publicado con anterioridad y si ahora podemos disfrutar de una lectura apasionante y numéricamente superior, es gracias a sus descendientes, que las donaron en gesto que siempre habrá que agradecer en nombre de la cultura cubana, a la Sala Cubana de la Biblioteca Nacional José Martí, donde recibieron el tratamiento requerido en la sección de manuscritos para poder luego facilitarlas a los estudiosos.
Figuran también misivas atesoradas por el archivo de la Oficina de Estudios Históricos del Consejo de Estado, así como las que vieron la luz cuando se celebró el centenario del nacimiento de Del Casal. Se incluyó un trabajo de 1894 del poeta español Salvador Rueda, dedicado al poemario Nieve (1892).
Como toda correspondencia de carácter privado, esta nos muestra, sin subterfugios ni posibles escamoteos, múltiples facetas de su vida, unas más conocidas que otras, pero hasta ahora generalmente aludidas por referencias. Gracias a estas misivas se confirman o enriquecen informaciones desde perspectivas más confiables y con puntos de vista a veces encontrados cuando, por ejemplo, aparecen comentarios de sus amigos sobre algunos de sus poemas (a favor o en contra), permitiéndonos así confrontar criterios desde las propias voces de sus coetáneos.
Se constatan diversas aristas temáticas, donde aun los asuntos de menor relevancia cobran significado: el interés por promover su obra en el extranjero, tanto en Europa como en los países del sur de nuestro continente, pero con la preocupación de hacerlo igual con la de otros poetas cubanos al intentar crear lo que hoy llamaríamos una red intelectual; su vida laboral en las redacciones de los periódicos, tratando siempre de escribir temas de altura intelectual y no los exigidos por las redacciones: modas y bailes; sus deseos de viajar; su neurosis, «la cual me domina por completo, haciéndome voluble, inconstante y desesperado»; su precaria situación financiera; sus preferencias literarias: Edgar Allan Poe «es uno de mis dioses literarios»; su admiración por Antonio Maceo: «pocos hombres me han hecho una impresión tan grande como él»; el poder sanativo que le concedía a la leche de burra... Si deseó la gloria literaria luego se convenció de que «es una quimera», mientras nos informamos acerca de sus proyectos de escribir dos novelas, cuyas respectivas anécdotas narra, y un libro sobre artistas cubanos, su deseo de pintar.
Tres de las epístolas más reveladoras son las que dirigió a Esteban Borrero Echeverría, contentivas de declaraciones como esta: «Los seres felices, o mejor dicho los satisfechos, me repugnan. En cambio, los tristes, o sea, los descontentos, me inspiran amor». Asimismo, el largo proceso de su precaria pero oscilante salud, expresados en bandazos: en unas grave, en otras recuperado, en otras curado, hasta aquella donde su gran amiga Magdalena Peñarredonda le narra a María del Carmen Casal (Carmela), hermana del poeta residente en Yaguajay, los detalles del fin trágico que ella presenció: «Su muerte, aunque para nosotros fue espantosa, para él fue muy dulce, no duró diez minutos», le dice, luego de que la sangre brotara tan a borbotones que «podían llenarse cubos». Siempre en situación económica precaria, tuvo un entierro de reyes costeado por un acaudalado periodista y hombre de negocios español: «Le trajeron un sarcófago de primera clase y estuvo en capilla ardiente […] El entierro fue magnífico […] El carro mortuorio llevaba tres parejas y todo cubierto por las coronas […] Todo se hizo con una suntuosidad como si hubiera sido un millonario».
Las cartas de Aurelia Castillo, donde reconoce en Casal haber iniciado una escuela poética; las remitidas por Rubén Darío («Te quiero porque te comprendo. Nada más», «Cada vez son sus versos de Ud. más fascinadores», «Busque sus amigos en la aristocracia literaria. ¡Cuídese de las medianías!», «Usted se ha hecho para mí un miembro de mi familia»); la impresión del poeta francés Paul Verlaine, transmitida a Casal por el también poeta guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, luego de leer los versos de Nieve: «repitió con su acento bizarro algunos hemistiquios de Salomé durante la media hora que duró el almuerzo. “Talento sólido y fresco, pero mal educado”, dijo». Las cuatro misivas dirigidas a su admirado Gustave Moreau, pintor francés, escritas en esa lengua y traducidas especialmente para esta edición, al igual que otras con igual idioma de origen, como la del novelista Boris Karl Huysmans, autor que deslumbró a Del Casal, sobre todo por sus novelas A rebours (1884) y La bas (1891), incitantes también para otros escritores cubanos.
El Epistolario de Julián del Casal documenta no solo una vida, sino que nos franquea una época, transmite atmósferas, circunstancias y hechos interesados en modelar, sin pretenderlo a priori, una nueva imagen del poeta, un enriquecimiento sustancial nacido de su pluma y de la de otros. A su muerte escribió José Martí en Patria: «Ya Julián del Casal acabó, joven y triste. Quedan sus versos. La América lo quiere, por fino y por sincero. Las mujeres lo lloran».
Durante la presentación del libro, de izquierda a derecha: Mercy Ruiz, directora de Ediciones Icaic; Leonardo Sarría, autor; Marcia Losada, autora; Sergio Valdés Bernal, presentador, y José Antonio Baujín, director de la Editorial UH. Foto: Tomada del sitio de Cubarte