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El editor tiene que estar dispuesto a aprender

La edición es un trabajo de entrega y amor. Así lo ve Norma Suárez Suárez, cuyo nombre aparece en los créditos de diversos títulos relevantes de la cultura cubana

 

Autor:

Yunier Riquenes García

El nombre de Norma Suárez Suárez no era desconocido. Se encuentra en los créditos de edición y corrección en diversos títulos relevantes de la cultura nacional: casi todos los textos de Fernando Ortiz y otros como Diccionario del pensamiento martiano, Danzas populares cubanas, Los orishas en Cuba, y Ser cubano: Identidad, nacionalidad y cultura, por solo citar algunos (su huella es notable en los sellos Ciencias Sociales, Juan Marinello y Envivo).

En su ficha curricular se lee que nació el 29 de junio de 1938, en Bauta, provincia de La Habana, actual Artemisa, y se jubiló en 1995 con 37 años de trabajo; de ellos 25 en la esfera editorial, aunque continúa activa como editora. En la actualidad apenas rebasa las ocho décadas de vida —tiene 81 años  de edad y 50 de experiencia en el giro.

Participó en la creación del Equipo Fernando Ortiz (julio de 1969) del Instituto del Libro, y un año después comenzó en la Editorial de Ciencias Sociales. Los estudios realizados en Sociología la llevaron a utilizar algunos métodos de esa especialidad para apoyarse en su trabajo y en 1980 asumió la responsabilidad de la Redacción de Sociología, Etnología y Lingüística de la Editorial Ciencias Sociales, con resultados inolvidables para los lectores. 

«Mi pasión por la lectura desde mi temprana juventud me llevó a amar los libros y de ahí a ser una editora con todo el amor que requiere este trabajo». Eso dice Norma, quien recibirá el Premio Nacional de Edición en la 29na. Feria Internacional del Libro. Suárez Suárez reconoce también su cercanía a Fernando Ortiz: «Conocer su obra representó descubrir un mundo mágico con todo lo que implica la cultura. Cada día traté de profundizar en su legado y que la Redacción que dirigí durante 15 años lo divulgara en todas sus facetas. Me ayudó profesionalmente a ampliar mi cultura».

—¿Qué otros libros y autores guarda entre sus recuerdos más memorables?

—La asesoría que le di al autor del Folclor médico de Cuba, que resultó un best seller. También las 1 900 cuartillas con 9 600 fichas temáticas (que se recogen en un índice temático) del libro de Ramiro Valdés Galarraga, Diccionario del pensamiento martiano. Cada ficha la cotejé con las Obras Completas de José Martí. Mencionaría, además, Ser cubano: Identidad, nacionalidad y cultura, de Louis A. Pérez Jr., y no nombraré otros títulos, pues esta relación sería interminable.

—¿Cómo le gustaría que se reconociera el trabajo de edición?

—Por lo general el trabajo de edición no es reconocido ni por los escritores. Cuando el libro sale bien, todo el mérito es del autor, pero si tiene algún problema la culpa es del editor. A veces los mismos dirigentes de las editoriales no reconocen nuestro quehacer y sin nosotros no existe editorial.

«Para editar un libro se necesita de un equipo conformado por el diseñador, el corrector y un especialista en composición computarizada del texto, una labor que en muchos casos puede asumir el editor.

«Muchas personas creen que el editor es un cazador de erratas y no saben que este tiene que ver con todo. Cuando te entregan un libro debes imaginártelo impreso, con diseño y tipografías a utilizar. Si lleva imágenes, que sean de calidad. A veces te dan un libro sin ilustraciones y te corresponde analizar si las necesita o no, y en qué partes del texto se ubicarán, por lo tanto, es un creador, algo que por lo general no se reconoce.

«Considero que se trata de un trabajo que se debe divulgar más para que los lectores conozcan que no solo es el autor, quien, por supuesto, es su principal artífice, sino todo un equipo que hace posible que el libro salga».

—¿Quiénes son sus paradigmas en la edición cubana?

—Nuestra generación no tiene paradigma, pues hemos sido iniciadores de este trabajo del cual en Cuba no existían antecedentes, tal y como se hace hoy día.

«Nuestro país puede decir que cuenta con una escuela cubana de editores que enseña a trabajar los textos de los autores con mucho rigor, pero debo decir que a veces no sucede así en otros países. En ocasiones nos encontramos con ediciones extranjeras en las cuales de inmediato notas que no hubo la mano de un editor detrás de ese texto.

«En Cuba hemos ido aprendiendo los unos de los otros. Algunos nos hemos especializado en bibliografías, notas al pie, los diferentes índices que puede requerir un libro, y así cada detalle, según sea la temática. Es una labor sumamente compleja, pues por un lado hay que dar unidad a los términos especializados y por el otro, buscar la palabra exacta que exprese la idea correcta del autor, por lo que resulta importante mantener un diálogo cercano con él, hacerle consultas. Es un trabajo de entrega y amor».

—¿Cuáles son las condiciones que debe reunir el editor ideal?

—Ese editor no existe. Cada libro posee una enseñanza y el editor tiene que estar dispuesto a aprender con el día a día en cada texto, e ir adquiriendo conocimientos de cada libro que edite.

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